Un bello artículo de Leonardo
Padrón trae al tapete, una vez más, el terrible dilema que
enfrentamos algunos venezolanos del siglo XXI: irse de Venezuela o quedarse en
Venezuela. Y digo algunos porque debemos comenzar por aceptar que la inmensa mayoría
de nuestros compatriotas no enfrentan tal dilema por la sencilla razón de que
no pueden irse. Las razones por las cuales no pueden hacerlo son variadas,
entre otras:
1. No se tiene el dinero
necesario. Esta limitación es quizás la mayor que obliga a los venezolanos a
permanecer en el país. Venezuela es un país de gente pobre o de clase media
baja a media. Emigrar es costoso, sobre todo en una Venezuela que tiene serias
limitaciones de acceso al dinero verdadero (el Bolívar ha dejado de serlo).
2. Inercia. La inercia que
mantiene a una persona o familia en el país es enorme. Debido a las
complejidades actuales para salir, hay una tendencia a esperar que se presente
un cambio favorable de la situación. Quién sabe si mañana esto se compone es el
lema de estos compatriotas. El problema es que muchos de ellos esperan que las
cosas se compongan sin hacer el esfuerzo que cada venezolano debe hacer para
que ese deseo se haga realidad. Esperan que la solución la traiga desde afuera
alguien o desde adentro el ejército, una enfermedad cómo la que liquidó al
sátrapa anterior o una rebelión abierta liderada por alguien. Padrón los
describe en su artículo: “habitualmente uno no anda explicando las razones que
tiene para no irse de su casa. Uno, simplemente, está, permanece, hace hogar en
ella. Construye familia. Teje su día a día. Come allí, duerme en ella, la pasea
descalzo, se demora en sus ventanas, erige su biblioteca, pone su música,
domestica su almohada, conoce sus ruidos y caprichos. Es el lugar donde pugnas con
tus gripes, tus despechos o tus resacas. El espacio donde ocurren tus epifanías
y descalabros….”.
3. Temor. Salir del país a vivir
en otro país causa temor a muchísima gente. Emigrar presenta un reto tanto más
formidable cuanto mayor sea la edad de quien lo considera. Los jóvenes son más
osados, sobre todo en una época en la cual las comunicaciones han reducido el
tamaño del planeta. No hay tal cosa como estar desconectados del país, aunque
estemos en China o en Indonesia, para hablar de sitios remotos. Emigrar a
Colombia o a Trinidad Tobago es como salir de casa para ir a la esquina.
4. Idioma. Los Estados Unidos y
Canadá son dos de los destinos preferidos para los Venezolanos pero tienen la
barrera del idioma, inglés o francés. Esta es una barrera formidable, de nuevo
para los de mayor edad, por aquello que “loro viejo no aprende a hablar”. Esto
explica por qué una inmensa mayoría de los venezolanos que se van a los Estados
Unidos se queda en Florida, un estado cuya ciudad más importante, Miami, tiene
el español casi como el lenguaje principal. Hay zonas de Miami que parecen ser
más venezolanas que Bello Monte o Altamira. Llegar a vivir allá es, casi, como
no haber salido de Venezuela, en sentido cultural.
Creo, intuitivamente, que debido
a estas u otras razones que no haya considerado arriba, un buen 90% de los
venezolanos simplemente no se plantean seriamente ausentarse de una Venezuela
que se ha convertido en una horrorosa pesadilla, en un lugar cercano a lo
invivible. Ello representa unos 3 millones de compatriotas que, podría decirse,
enfrentan el dilema de irse o de quedarse.
De estos tres millones, pudiera
decirse, a riesgo de simplificar, que un millón, quizás un millón y medio, ya
se han ido y que el éxodo continua día a día.
No todos los dos millones de
compatriotas quienes pudiesen irse y no lo han hecho están conscientes de
enfrentar un dilema en términos patrióticos, tal como lo plantea Leonardo
Padrón en su bello artículo. Muchos de los venezolanos que se quedan por
decisión libre han sido capaces de irse adaptando, día a día, a situaciones
cada vez más precarias. Tienen una mayor capacidad de aguante que muchos otros
compatriotas que se han ido. Hay también muchos a quienes vivir en la Venezuela
de Maduro no les parece tan malo. Tienen razones ideológicas o de beneficios
personales que los hace felices en esta Venezuela. En ese grupo de tamaño nada
deleznable están quienes hoy están disfrutando de las mieles del poder, aun
cuando no sean miembros de la nomenclatura, los contratistas del régimen,
bolichicos y bolimínimos y algunos otros chavistas de corazón.
Finalmente, llegamos al grupo al
cual Leonardo Padrón se dirige con particular empeño en su artículo, esos
quienes están pensando en quedarse o irse de la Casa Grande. A ellos Leonardo
les dice que hoy, más que nunca, la Casa Grande (el país) necesita de cuido, de
reparaciones, de amor y de lealtad.
Padrón así lo dice: “Mi casa está
rota. Y yo me sumo a la reparación. No al adiós. Irme es un verbo posible.
Tengo derecho a hacerlo. A veces me intoxico de ganas. Pero entiendo que en
cualquier otro confín seré un extranjero. Un emigrante. Un nómada accidental”.
Y agrega Leonardo: “Le pregunto a mi hija de 13 años por qué no se iría del
país. Me suelta una ráfaga de sustantivos: la gente, el clima, el idioma, la
comida, el paisaje, los amigos. Y agrega algo inesperado: “Me gustaría estar
cuando se arreglen las cosas y ver el cambio”. Hace poco leí en el blog de
alguien un concepto interesante. Decía Daniel Pratt: “migrar es aceptar que tu
lugar y tú no pueden continuar juntos, rendirse, asumir que no hay manera de
arreglarlo. Tienes que divorciarte, perder, naufragar (…) Desde el momento que
partes eres extranjero siempre, hasta en tu propio país”.
Leonardo entra de lleno en el
tema y dice: “Los pronósticos del tiempo anuncian sólo noticias oscuras.
Entonces, ¿desertamos?, ¿desmantelamos lo que queda? Es una opción, pero
¿realmente queremos renunciar a nuestra casa? Si esta es la piedra fundacional
de nuestros días, ¿qué estamos haciendo para detener su ruina? ¿Basta con el
largo quejido que hoy somos? Si no nos involucramos, toca renunciar, incluso
estando adentro. Dejar que otros impongan la ruta de nuestros afanes. Es fácil
ser ciudadano de un país cuando el viento es benigno, cuando el subsuelo es oro,
cuando el peatón ejerce la alegría como contraseña, cuando la comida abunda,
cuando el mar es amable y no hay marea alta en el horizonte. Pero también hay
que ser ciudadano cuando el país está enfermo, acosado por la indolencia,
atascado en un pantano de errores, cuando es víctima de sus propias
contradicciones. El país, nuestra casa mayor, nos necesita en su adversidad, en
sus fiebres, en la penuria y la borrasca. Querer a alguien es también lidiar
con su infortunio. Si tu pareja se enferma de cáncer, ¿la abandonas?, si tu
mejor amigo cae preso, ¿renuncias a visitarlo?; si tu hijo sucumbe a las
drogas, ¿le das la espalda?, si tu madre comienza a sufrir de Alzheimer, ¿le
sueltas la mano y dejas que camine sola hacia la locura? Supongo que no. Pasa
igual con el país”.
En su emotivo llamado a quienes
enfrentan el dilema de irse o quedarse Leonardo utiliza términos y conceptos
que son discutibles por lo que encierran de reproche a quienes se han ido de la
Casa Grande. Por ejemplo: no me sumo al adiós… quienes se van son nómadas
accidentales en cualquier otro país…. No estarán en la casa grande cuando las
cosas cambien. Emigrar es rendirse, divorciarse, perder, naufragar. Desertamos?
Se pregunta. Desmantelamos lo que queda?. Si no nos involucramos, toca renunciar….
También hay que ser ciudadano cuando el país está enfermo… Querer a alguien es
también lidiar con su infortunio…. Si tu pareja se enferma de cáncer, la
abandonas?
Para comenzar, la metáfora
principal, aunque bella, podría ser incorrecta para muchos compatriotas, esa de
la Casa Grande cómo país. En el siglo XXI hay quienes no ven al país sino al
planeta Tierra como la Casa Grande. Quienes así piensan poseen una visión más
ecuménica, están más apegados al concepto sentimental del terruño que al
concepto político de país. Cuando a mí me hablan de Venezuela pienso en un
pueblito andino, en las calles empinadas de Los Teques, en algunos rincones de
Caracas, en el Lago de Maracaibo donde trabajé como ingeniero de petróleo, es
decir, pienso en el terruño donde fui feliz, memorias que siempre estarán
intactas en mi mente, quizás en mejor situación de higiene y conservación que
en la trágica realidad de hoy. El concepto de Casa Grande tampoco es idéntico
al de hogar. Uno se puede ausentar de una Casa Grande que se está cayendo,
siempre y cuando no se ausente del hogar, porque el hogar es la célula
indivisible de la familia y la familia la célula fundamental de la sociedad. El
hogar está donde esté la familia, en Venezuela o en Escandinavia.
Yo me ausenté de Venezuela hace
12 años pero no he regresado porque es imposible para mí regresar a una
Venezuela que ya no existe. Mi Venezuela no existe en el espacio sino en el
tiempo. La Venezuela que existe hoy en el espacio no es mi Venezuela. ¿Fue mi
ausencia la que produjo el horrible cambio? ¿O fue la invasión de una pandilla
de vándalos y facinerosos contra la cual los venezolanos decentes no han podido
actuar lo que ha producido el horrible cambio? Los miles de venezolanos
decentes que permanecen en esa Venezuela no han podido revertir el deterioro.
Permanecer en una Venezuela que ya no reconocía cómo la mía no hubiera
significado acaso una violación de mi identidad, una renuncia, una entrega, una
rendición, un divorcio, un naufragio? Es decir, todo lo que Leonardo en su
bello artículo asocia con la ausencia. Frente a la presencia física en una Casa
Grande que ya no aloja el espíritu de mi Venezuela, opongo la figura de mi
hogar situado físicamente lejos pero espiritualmente en estrecha convivencia
con la Venezuela que reconozco como mía.
Al hacerlo así creo ser tan fiel
a Venezuela como si aún viviera en la Casa Grande, sin poder barrerla,
co-existiendo con la pandilla, viendo como está ocupada hoy por narcos,
ladrones, abusadores, cubanos y tupamaros que representan para mí la negación
de lo que llevo en mi corazón como patria.
Es precisamente para salvar a los
familiares de la enfermedad, para darle una educación a los hijos y nietos,
para respirar el aire de libertad al cual todos los seres humanos tienen
derecho, para preservar la integridad de sus hogares que muchos compatriotas se
ausentan de la Casa Grande.
Quiero pensar que, si vieran que
hay una rebelión abierta en las calles en contra de la pandilla invasora y
usurpadora probablemente se unirían a los rebeldes. Pero esa rebelión no existe
e ir a promoverla equivale al sacrificio, al cual son muy pocos los dispuestos.
Los ejemplos de sacrificios que hemos tenido no han recibido mayor aprecio y
respeto por parte de los habitantes de la Casa Grande, en cuyo jardín hay una
estatua de Tiro Fijo pero donde son pocos los que recuerdan a Franklin Brito.
Ojalá podamos comenzar a pensar
que venezolanos somos todos, los que se quedan y los que se van y que lo
realmente importante no es nuestra ubicación geográfica sino que nuestro amor
por el terruño sea genuino, aunque no todos lo expresemos de la misma manera.
Los astronautas del mañana podrán
decir, con orgullo, al llegar a estrellas desconocidas: “Somos terrícolas y
venimos en paz”. Para ellos el Cosmos será la nueva Casa Grande.
Gustavo Coronel
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