Con su bigotón Maduro quedaría
bien en una película de charros mexicanos, probablemente canta rancheras bajo
la ducha del baño.
Con Maduro desaparecieron los
libros. No llegan títulos nuevos, no conceden dólares para importar libros e
imprimir en Venezuela resulta oneroso. Algunas librerías cierran, en todas
faltan novedades. Nadie se escandaliza, porque la inmensa mayoría no lee ya ni
el periódico. Este es un signo lúgubre del
final de una revolución infeliz y
charlatana.
Ah, ¡qué grande era la cuarta
república!, la república civil. El peor de aquellos gobiernos era mil veces
superior al de Chávez; compramos la mentira que había que acabar con el pasado,
en vez de distinguir lo malo y lo mucho bueno de aquellos tiempos. Todo
funcionaba mejor bajo Betancourt, Leoni y Caldera, Pérez o Lusinchi. A
Venezuela acudían a vivir latinoamericanos, italianos, españoles. Todavía hoy
no se reconoce que esos años fueron los mejores de nuestra historia, desde el
descubrimiento hasta hoy. Fuimos modelos para el mundo pero la gente se
encaprichó en entregarle el poder a un
visionario sin visión. Así nos fue. No saldremos de este desastre hasta
que no reconozcamos la verdad y les demos su lugar a los gobiernos civiles,
incluyendo los de López Contreras y Medina. Reivindiquemos ese pasado.
Entre Tibisay Lucena y cualquier
presidente del Consejo Supremo Electoral hay un abismo, igual que entre los
ministros de hacienda o de educación del pasado y los del presente. Estos de
ahora destruyeron las instituciones, no crearon nuevas. Mandan unos
privilegiados, la mediocridad triunfó, crean universidades en las que después
de estudiar varios años y sale más bruto de cuando entró.
¿Habrá elecciones? Porque los que
están en el poder no quieren dejarlo. Ahora aumenta el entusiasmo en la
oposición, ven el triunfo cerca. Se mantendrá unida por razones electorales, se
distribuirá con relativa armonía las postulaciones, partidos como Copei
sobrevivirán en el Táchira
Este gobierno es tan malo que
cualquiera que lo suceda mejorará la situación económica, pero ¿qué se hará con los paquidermos?
¿Cerrar la CVG? Sacar de Pdvsa los 100.000 trabajadores que sobran. Dejar de
imprimir bolívares para mantener las empresas estatizadas. Se dice fácil pero
en el peor de los casos aumentando la producción petrolera, abandonando los
viejos mitos, disponiéndonos a producir todo el petróleo que podamos, con la
ayuda de la inversión privada, el
gobierno cubriría sus gastos.
Después de Maduro cualquiera será
un gran presidente, pero cuando se olvide a Maduro la gente querrá una visión
del país, una reforma de la economía, el fin de los privilegios, sacar al
ejercito del gobierno. No será tan fácil gobernar un país arrasado por el
chavismo, donde muchos que se acostumbraron a vivir sin trabajar.
El futuro no depende de la
propiedad del petróleo sino de que en la política y en economía se recompense
al que trabaje. Nos faltó perseverancia, después de haber creado una democracia
política, un sistema de seguridad social, el país no supo seguir avanzando,
rechazó el trabajoso camino del
progreso, careció de la paciencia.
Demostraremos si de una vez por
todas nos libramos de los militares, si no caeremos otra vez en la tentación de
sacarlo de los cuarteles. ¿Qué hacer con ellos? Nadie defiende el ejemplo de
Costa Rica que suprimió el ejército y fue feliz. ¿Qué haremos? Porque muchos
generales viven demasiado bien. No es fácil esta tarea, como decía un recordado
personaje de la televisión, el único que dirigía un programa de 3 horas sin
aburrir a nadie.
En Washington periodistas
castristas asisten a una conferencia de prensa del gobierno americano, en
Caracas nos quedamos solos en un anti imperialismo infantil, nos dejaron con el
discurso mientras Cuba se quiere abrir a la inversión. En Venezuela, por
desgracia, el petróleo nos paga las estupideces, como las que comete este gobierno.
Al chavismo le falta un líder, en
el antichavismo varios se disputan el liderazgo. Avanzamos en la oscuridad, nos
libraremos de Maduro sin saber lo que nos espera. Qué remedio, ojalá que nos
acompañe la suerte.
Por: Fausto Masó
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