En nuestro artículo anterior ¡No
es la economía estúpido!, apelamos a un comparable cultural entre la sociedad
norteamericana y la venezolana (y si me apuran, la latinoamericana), en la que
planteo el componente económico vs. el social, como variables de incidencia
política, de mayor impacto en la anglo (lo económico) que en la nuestra (lo
social). Con este análisis ni negamos el mercado ni exacerbamos lo social. Sólo queremos explicar por qué el divorcio de
las masas con la oferta liberal, siendo en definitiva, la mejor alternativa.Ni
Friedman o Smith ni Marx o el existencialismo horizontal e igualitario de los
clásicos de la ilustración.
En el caso venezolano tratamos de reivindicar la
pérdida del sentido de valoración grupal, que pasa por revisar nuestros códigos
contributivos, humanitarios y morales, para hacernos resilentes no en lo
individual, sino en lo colectivo y ciudadano. No puede ser que el costo de ser
servidor público sea vaciar la tesorería, o de no pagar impuestos sea renunciar
a nuestra pertenencia-nación. Es la
forma andaluza y lisa de hacer negocios con el Estado para exprimirlo, desde lo
cual el corrupto exhibe su templo como trofeo, con pileta ataviada de pantalla
de cine por un costado, y un bar anfibio por el otro; forrado de mármol y
lapislazuli. Es el celestino que visita al burócrata exhibiendo su clásico
cortejo, fumando un buen Cohiba y bebiendo un ron de reserva. Y no es un tema
de Chávez para acá. Es de Guzmán Blanco a nuestros días, costumbrismo lacayo
enaltecido con el Cabito Cipriano Castro. Si antes se hacía con mayor
“discreción”, el descuento no le resta reproche. Porque desde lo ciudadano, que
los alfiles de lo ajeno -el corrupto y el armador- beban y contemplen una
puesta del sol en Santorini, mientras mueren de mengua, droga o violencia, el
pueblo que les voto, ello no merece otro apelativo, que el adjudicado por
Pocaterra en su Memoria de un venezolano de la decadencia, estos son, los
“doctorsotes, los poetazos, los hombrazos de negocios… Una raza imperdonable de
esquilmadores que raspan las dotes del poder vestidos de guayabera, sin
importarle un carato el país. Pero también están aquellos que testimonian el
saqueo calladitos, y lejos de censurarlo o contenerlo, imploran “por que no me
tocó o mi”. Todo un “melpot” de riqueza fácil para unos y miseria para muchos,
que trajo ansiedad de desquite, pasando lo económico de una aspiración válida,
a un objetivo a muerte. Es el botín.
Nada hacemos reinstalando la
democracia más liberal o el mejor capitalismo, si quienes administran y muchos
de sus administrados, siguen operando como corsarios, devorando los recursos
del Estado y usando al pueblo como coartada.
Así vamos en una perversa espiral de vandalismo legitimado, donde cada 4
décadas entra el nuevo ciclo de andaluces (con el perdón de los gitanos), que
se bailan el país a rabiar. Entretanto los sectores medios y profesionales
quedan a merced de las sobras de la clase política y de una clase corporativa
dizque comercial e industriosa, dejando a las masas, indefensas y desnudas a la
espera de un nuevo actor político, ataviado de gorrita tricolor, escapularios y
amuletos, arengando el sueño latino: un techo de cartón, un vergatario, un pico
y una pala. La patria nueva. Una dinámica explosiva, engañosa y violenta, que
acumula desconfianza e inquina, donde los clivages polarizados van a tiro de
una sangrienta confrontación, mientras aparentes demócratas y revolucionarios,
se llevan ¡hasta el queso que quedó en la mesa!
Frente a esta oprobiosa
“convivencia ciudadada”, no queda sino
quitarle el testigo al liderazgo político, zamarro y genuflexo, que pacta hasta
con el pirata. No negamos la democracia. No negamos la implementación de un
modelo liberal y capitalista. Pero de seguir atrapados en el descrédito de los
políticos convencionales y en la rapacidad de la “generación visa”, misma que
raya tarjetas por el mundo, ruleteando Ferraris con pashminas de seda,
vistiendo a sus niños de benetton o ferragamo y celebrándoles cumpleaños de cientos de miles de dólares, el país
seguirá bajo el mando de la codicia y la
gula.Si la sociedad civil decente no es capaz de organizarse entorno a un nuevo
movimiento por la dignidad humana, la honradez, la civilidad y el respeto a la
ley, seremos desplazados por un oportunismo voraz. Venezuela será rescatada por
un nuevo orden ético, profundamente social (no socialista), inmensamente
espiritual, consciente del desposeído, inclemente con el celestino;
rigurosamente humano y normativo a la vez. La primera medida que clama el país
es la recuperación de los fondos dilapidados y el enjuiciamiento de sus
saqueadores. El pueblo hastiado, se unirá en esa cruzada… Obviamente la
libertad de los justos y la justicia por los caídos es un fin superior. Pero el
despojo de la riqueza de los venezolanos, tiene que ser reivindicada. Los
venezolanos de la decadencia se reconocen fácil. Portan más de un avión y un
objetivo: ¡llenarse de dólares! Y falta poco para pedirles cuenta de su
borrachera de “Polo y Moet Chandon”, porque esa Venezuela proba, buena y digna,
esta a la vuelta de la esquina…
Por Orlando Viera Blanco
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