Los escándalos inocultables de
Petrobras, de los negociados de la familia Bachelet, del asesinato del fiscal
Alberto Nisman y del encarcelamiento de los principales opositores venezolanos,
justificados y aplaudidos por toda la izquierda gobernante en América Latina,
son prueba igualmente inocultable de la gangrena que corroe la moralidad de las
izquierdas latinoamericanas. Es una grave enfermedad que ha sepultado una
hermosa tradición de la que nos sintiéremos orgullosos: la decencia
irreductible de una izquierda libre de toda inmoralidad. Un recuerdo sepultado.
la que sobrevive es una izquierda que bien merece un triste adjetivo: la
izquierda puta. Para nuestra inmensa desgracia.
Se hizo emblemático y hasta se
convirtió en leyenda, aunque era estrictamente cierto: el Ché Guevara fusiló a
un combatiente guerrillero que se robó una lata de leche condensada, que
pertenecía al grupo, acuciado por el hambre. Y no pudo ocultar su disgusto ante
la visita de sus padres a La Habana recién victoriosa la revolución castrista:
lo obligarían a consumir la tan escasa gasolina para fútiles paseos.
Son ejemplos extremos de un
puritanismo revolucionario muy propio de la izquierda latinoamericana hasta la
emergencia del chavismo. Pues en el bloque soviético, ya a la caída del Muro
las mafias se habían hecho con el control del Estado y necesitado de fondos
para llevar a cabo su guerra injerencista en África, Fidel Castro había
ordenado a sus jefes, entre ellos su estrella combatiente, el general Ochoa
Sánchez, servirse de cualquier medio par obtener divisas. Entre ellos el
tráfico de cualquier especie. Que luego lo fusilara junto a su compañero de
aventuras, el comandante Tony de la Guardia, acusándolos de actos de corrupción
en el desempeño de su cargo fue otra prueba más de que su revolución se había
corrompido hasta los tuétanos: fusiló al héroe de Ogaden por ser la carta de
Gorbachov y la Perestroika para el aggiornamento que se había hecho imperativo
en una revolución podrida, moribunda. Si no aparece Chávez, el traidor, estaría
enterrada, oleada y sacramentada.
Inolvidables mis recuerdos de
infancia admirando a mi padre, fiel seguidor del Partido Comunista chileno y
honesto tan a carta cabal, que vivía despotricando contra radicales y
socialistas porque a su paso por los gobiernos socialdemocráticos se robaban
hasta los tinteros. Como también será inolvidable la pobreza franciscana de la
izquierda de la Unidad Popular, de comunistas a izquierdacristianos, al 11 de
septiembre de 1973. Salimos por decenas, si no cientos de miles al destierro
sin un centavo en los bolsillos. Sin siquiera hacer cuestión de ello: la
riqueza material nos parecía despreciable. Ser honesto era parte de nuestra
naturaleza. De la naturaleza de la izquierda.
Algo muy profundo, de una extrema
gravedad y hasta trágico vino a quebrarle el espinazo a ese comportamiento
profundamente ético y moral de las izquierdas. Para la cual la honestidad ni
siquiera era cuestión programática, porque estaba inserta en los genes del
marxismo leninismo y todas sus variantes. Y mucho me temo que ese algo
putrefaciente haya sido el aporte sustancial de la llamada revolución
bolivariana a la teoría y la práctica de las izquierdas latinoamericanas y
mundiales: la chequera chavista, el uso sistemático del dinero y la corrupción
de las conciencias al servicio del Poder por el Poder. Una dinámica devoradora
que ha hecho de la apropiación indebida y personal de los bienes públicos,
esencia de la praxis política de sus gobiernos y funcionarios. La ostentosa
riqueza de sus funcionarios, la acumulación escandalosa de dinero en cuentas en
monedas duras de espalderos, ministros, generales, diputados y familiares de
los poderosos da cuenta de un vuelco espectacular en la auto comprensión de las
izquierdas: ya no es la emancipación de los pueblos y sus pobresías el objetivo
prioritario de las izquierdas: es el brutal enriquecimiento de sus élites. De
Petrobras a Caval y de la viuda de Kirchner y la hija de Hugo Chávez a la nuera
de Michelle Bachelet. Robar, robar que el mundo se va a acabar.
¿Quién se hubiera imaginado que
los funcionarios de la Internacional Comunista enviados en misión exploratoria
a los países del Tercer Mundo en los años veinte y treinta del siglo pasado
tenían entre sus planes apropiarse de los fondos públicos de los respectivos
países, así fuera para financiar sus aventuras políticas? ¿Quién podría
imaginarse a Antonio Gramsci en una prisión fascista pensando en el dinero que
podría acumular cuando fuera liberado? ¿Quién en Trotsky maquinando asaltar el
Banco Central mexicano para darles de comer a los funcionarios de su Cuarta
Internacional? Hoy una asaltante de bancos gobierna el Brasil. Y un hampón
llegó a presidente del Uruguay.
Pensemos en nuestra región: ¿es
imaginable pensar en Pompeyo Márquez, secretario general del Partido Comunista
venezolano, el Santos Yorme viviendo diez años de clandestinidad bajo la
dictadura de Pérez Jiménez, revisando a diario el aumento de sus intereses en
cuentas imaginarias en el Citibank de Nueva York? ¿Recabarren, el fundador del
Partido Comunista chileno llegando a acuerdos con alguna entidad del Estado
chileno para administrar una cuenta de algunos millones de dólares en un banco
suizo? ¿O Mariátegui y Rómulo Betancourt pensando en comprar y vender acciones
durante sus atribuladas vidas políticas?
Pero la riqueza petrolera vino a
trastocar todos los valores y a darle plenitud justificatoria al supuesto
principio maquiavélico de que el fin justifica los medios. La honestidad fue
sacrificada en el altar de la revolución el mismo 4 de febrero de 1992, un
asalto a la moral por parte de un soldado felón, capaz de apropiarse, gracias a
un acto de brutal cobardía, de los réditos de un levantamiento al que dejó en
la estacada seguramente pensando en que el objetivo estaba en las bóvedas del
Banco Central y en la sede de PDVSA, no en el Panteón Nacional. Chávez
corporeizaba ya el principio de la ética del malandro brechtiano de la Ópera de
tres centavos: “primero, a jartarse. Después viene la moral”. Ser pobre era
bueno, pero para los opositores. Él y los suyos, a jartarse. Fue el Alí Babá de
esta aventura de las Mil y una noches del enriquecimiento a mansalva y con
alevosía. Se cuenta y no se cree: corre la especie de que el monto total del
saqueo sistemático de sus cuarenta ladrones bordea los trescientos cincuenta
mil millones de dólares.
Obviamente: cuando el presidente
del Partido Comunista de Chile, camarada Guillermo Teillier, felicita a Nicolás
Maduro por haber vencido a la DEA logrando arrebatarle de sus garras al
Kingspin Hugo Carvajal, no podía desconocer el papel del antedicho al frente
del llamado Cartel de los Soles, que según revelaciones a la DEA hechas por el
guardaespaldas de Hugo Chávez hasta su muerte y luego del segundo hombre del
régimen, el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, llamado
Leamsy Salazar, trafica cinco toneladas de cocaína proveniente de las FARC
semanalmente a los Estados Unidos y Europa. Lo que no ha hecho más que
confirmar las revelaciones del más grande de los Kingspins de la droga
venezolanos, Walid Makled y del juez de la Corte Suprema Aponte Aponte. Nada de
inventos de la derecha fascista: brutales hechos confirmados.
A la sordidez de la corrupción
crematística se agregan otros hechos tanto o más inmorales que el saqueo del
erario, justificado por las izquierdas agrupadas en el Foro de Sao Paulo porque
dicha gigantesca fortuna ha permitido hacerse con el poder de toda la región,
financiamiento de campañas y fortalecimiento de sus instituciones – por
ejemplo, los 8 millones de dólares regalados a ARCIS, la universidad del
Partido Comunista chileno, por el gobierno de Hugo Chávez, sin contraprestación
alguna. O por cinco mil millones de dólares anuales y los cien mil barriles de
petróleo diarios regalados por el gobierno de Hugo Chávez y Nicolás Maduro al gobierno
cubano. Según estudios científicos realizados por investigadores de la
Universidad Carlos III de Madrid, todas las elecciones realizadas en Venezuela
desde agosto de 2004 – fecha de realización del Referéndum Revocatorio – han
demostrado graves alteraciones que les hacen deducir que todas ellas han sido
fraudulentas.
Los maletines cargados de dólares
para el financiamiento de la campaña de Cristina Kirchner, dólares provenientes
del gobierno iraní del que el gobierno venezolano habría sido mero intermediario,
son otra prueba de la flagrante inmoralidad de la izquierda post chavista. No
se requiere mayor perspicacia para tener la certeza de que esos maletines
estuvieron presentes en las campañas que llevaran al poder a Lula da Silva,
Néstor Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, José Mujica, Daniel Ortega. ¿Por
qué habría de suponerse que quienes no le hicieron asco a recibir un regalo de
ocho millones de dólares para una universidad en quiebra se habrían de negar a
los maletines venezolanos para respaldar la candidatura de alguna de sus cartas
triunfadoras?
Los escándalos inocultables de
Petrobras, de los negociados de la familia Bachelet, del asesinato del fiscal
Alberto Nisman y del encarcelamiento de los principales opositores venezolanos,
justificados y aplaudidos por toda la izquierda gobernante en América Latina,
son prueba igualmente inocultable de la gangrena que corroe la moralidad de las
izquierdas latinoamericanas. Es una grave enfermedad que ha sepultado una
hermosa tradición de la que nos sintiéremos orgullosos: la decencia
irreductible de una izquierda libre de toda inmoralidad. Ese es un recuerdo
sepultado, como sus partidos. Para nuestra inmensa desgracia, la que sobrevive
es una izquierda que bien merece un triste adjetivo: la izquierda puta.
Antonio Sánchez García @sangarccs
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