Un fantasma recorre desde ya la
Cumbre de las Américas: el fantasma del Chong Chon Gang.
Ese buque del mal, en el istmo
infartado de una Latinoamérica impotente ante el castrismo como medida de todas
las cosas, esa carga mortífera bajo un cuarto de millón de sacos de azúcar, ese
contrabando de municiones, armas y aviones que se burló del mundo y puso en
riesgo la vida de medio Panamá hace dos años, esa momia flotante como epitafio
a un Fidel que atizó todas las guerras civiles de la región, esa boya de la
barbarie como faro del populismo despótico que nos corroe en tanto ciudadanos,
surca ya, como en una pesadilla, de una costa a otra el Canal, mientras los
presidentes no tan democráticos como demacrados se darán las manos entre
caballeros y lanzarán sus besitos al aire a las damas en el poder.
La arrogancia que mostró Raúl
Castro al ser detectado su contrabando de armas con Corea del Norte en julio de
2013, es premiada por fin ahora en el propio Panamá. En aquel entonces el
general, que nunca ha sido elegido por los cubanos, dijo: “Bah, son armas
obsoletas”, y la vejación al pueblo panameño a nadie en el continente le
importó. Ni les importó la vergüenza que sentimos los cubanos de honor ante la
violación cometida contra nuestros hermanos.
No por gusto desde el sovietazgo
del socialismo caribe, Panamá siempre fue usado por La Habana como cuartel
corporativo para el lavado de dinero de la droga por parte del Ministerio del
Interior. Que lo digan los cuatro fusilados por la Revolución cubana en el
verano de 1989, más los cientos de sobremurientes defenestrados después en
Cuba, semanas antes y durante la invasión norteamericana a Panamá.
El presidente Obama y la prensa
que lo ovaciona vienen no a reprender a una región que ultima estudiantes y
secuestra la libertad de prensa. Todos se babean por captar el selfie soez
entre el mulatico de traje civil y el blanconazo de uniforme brutal, hoy
enfrascado en una transición dinástica a un castrismo de segunda generación,
con el cohecho de una comparsa que empieza con el cardenal católico cubano y
termina en la tiranofilia de los tycoons del ex-exilio cubanoamericano.
Solo así se entiende que Rosa
María Payá, hija del mártir cubano Oswaldo Payá –amenazado de muerte y luego
ejecutado extrajudicialmente por órdenes de Raúl Castro el 22 de julio de
2012–, fuese humillada por agentes anónimos de la Seguridad Nacional de Panamá,
en la mismísima portezuela del avión, para que así esta joven líder del
Movimiento Cristiano Liberación no pudiera ni acceder a la aduana,
evidentemente al margen de esta atroz arbitrariedad. Como al margen alega haber
estado la Cancillería de Panamá. Pero, entonces, ¿quién filtró el nombre de
Rosa María Payá antes de que llegara su vuelo, y quién ordenó su captura y
coacción al estilo de delincuente internacional?
Los matones norieguiformes
actuaron, al parecer, por órdenes de la Seguridad del Estado cubana. O, de no
ser el caso, por el capricho personal de amenazar ilegalmente a una cubana
libre, de toquetear con ostentación su ropa íntima, de fotocopiar sus
documentos privados acaso para remitirlos en fax a La Habana, e incluso para intentar
acobardarla con el chantajito de deportarla a la isla donde el castrismo mató a
su mejor amigo –Harold Cepero– y a su papá.
Por favor. ¿Miedo después de la
muerte? ¡Tendrían que matar a Rosa María Payá también! Y tendrían que matar a
más de una generación de jóvenes dentro de la Cuba decrépita, y también en la
nación diaspórica que ya se incuba orgullosa y recubanísima en el exterior.
Incluido yo.
El apartheid que los milicos
cubanos le impusieron a nuestro pueblo, con decenas de miles de cadáveres, y
cientos de miles en estampida década tras década, nunca tuvo ningún prestigio
en el continente. Esa es la culpa de la izquierda internacional. De ahí que los
cubanos desconfiemos tanto del latinazco tercermundista aquí y acullá.
Por desgracia, la causa de la
libertad tampoco tendrá mayor prestigio en la cumbre oficial de élites, donde
el castrismo tira y encoje los hilos históricos de la violencia que todos los
gobiernitos de la región acatan. Ellos sí se cagan diplomáticamente ante el
camaján cubano: ellos saben que Castro sí les puede sabotear su fiesta falaz
con un volcán bolivariano de consignas y disturbios a ras de calle. Incluido el
boicot de foros.
Por eso los securatas secretos de
Panamá la emprenden contra los líderes de la sociedad civil cubana. Por eso el
comunicado de corre-corre, donde burocráticamente le piden perdón a Rosa María
Payá, no es verosímil sino patético.
Por favor, panameños post-Chong
Chon Gang, pídanse perdón a ustedes mismos primero porque, desde un navío
fantasmal de peligrosidad impronunciable —청천강호—, la muerte de la democracia latinoamericana campea por sus
respetos de una punta a otra del Canal.
Por: Orlando Luis Pardo Lazo
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