lunes, 6 de abril de 2015

CRÓNICA DE UN ESTADO DELINCUENTE

La amiga  y exalumna M. M. P., que vino ayer a visitarme para consultar acerca de su tesis de grado dejó olvidados unos papeles, puede pasar por esta casa a recogerlos. Dicha Señorita nos perdonará la indiscreción que cometemos al publicar algunas observaciones íntimas que en dichos documentos hemos encontrado. ¡Perdón Chère Madmoiselle!

Viendo a Caracas se ve la Venezuela empobrecida de ahora; la nación donde se pasa gran parte del tiempo haciendo colas para adquirir víveres esenciales. De la antigua grandeza y bonanza nos ha quedado solo el orgullo; tenemos la misma vanidad, el mismo patriotismo reflexivo de los antiguos ciudadanos, aunque pude leer en las notas que ahora no los hay como antiguamente: verdaderos caballeros, hombres de honor y dignidad, sin zarcillos en las orejas y alimentados con carne de res sin antibióticos ni hormonas femeninas, como mi abuelo Emeterio que peleó en la guerra de Horacio; me atiborraba de anécdotas que no olvido.
Cuenta la cronista que un grande de San Cristóbal que participaba en una jornada de coleo de toros cayósele un reloj suizo Rolex de inestimable valor, y le dejó perder por no bajarse del caballo a recogerlo o no ordenar que lo recogiesen, pues parecióle impropio de un hombre en su puesto detenerse en tales frivolidades. Aún hay algunos de estos, aunque la riqueza mal habida, el manguareo, los pantalones apretados, como muchos de la MUD, han suavizado, mejor dicho: afeminado, el recio carácter del venezolano cuyos antecesores fueron los libertadores de América. Por ello, “esto” sigue.
Y ahora, de la villa coronada podría decirse lo que de su cárcel dijo Cervantes: Caracas es población fea y molesta. ¿Por qué?
Principia usted porque las calles y avenidas están rotas, a pedazos, con hoyos donde el transeúnte y los automóviles peligran a cada paso  de caerse o de accidentarse. Se vive atormentado por el ruido de las sirenas que transportan heridos abaleados por la policía o la guardia nacional; se tropieza uno con la madre que viene de la policía donde visitó su hijo estudiante en el calabozo lúgubre, donde sufre torturas de todo tipo, bajas temperaturas, luces intensas todo el tiempo, poca alimentación, insultos, acusaciones sin fundamento, empujones, amenazas. Todo debido a que decidió unirse a las protestas estudiantiles que reclaman justicia, liberación de los presos políticos que son muchos y no solo los más representativos como pareciera creer Felipe González. O nos confiesa el compañero de clases que su tía agoniza en el hospital Domingo Luciani, en El Llanito, no hay como realizar diálisis.
Relata en sus papeles su indignación porque a un compañero le prepararon un expediente acusándolo de guarimbero y lo detuvieron unos policías vestidos de paisano, esto es, enmascarados, se lo llevaron y no saben dónde está. Comenta cómo su vecina le indicó que su sobrino es muy listo, pues “acumuló” cantidad considerable en el paraíso fiscal Islas Vírgenes desviando fondos desde Pdvsa. Con quien se encuentra es una queja permanente: se va luz, no hay agua, no hay vigilancia policial, los hospitales en bancarrota, la gente muere de mengua, los asaltos, robos, ahora las colas.
De modo, anotó, siguiendo las clases, que existe un contraste muy pronunciado entre las teorías constitucionalistas  del rol del estado en un país subdesarrollado como promotor del desarrollo y bienestar; al carrizo Cesare Cosciani, la escuela francesa, Hans Kelsen y su sistema de normas para regular la convivencia, la realización del hombre en libertad y progreso.

Concluyó que un estado auspiciador de torturas, maltratos físicos y sicológicos, empobrecedor, omite luchar por las reivindicaciones limítrofes, saquea el erario público, asesina estudiantes, forja expedientes a quienes piensan distinto, considera recalcitrantes, enemigos, a quienes resisten sus malvados designios, muertes por falta de atención médica, es notoriamente delincuente.

Por: Pedro Conde Regardiz.

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