Los venezolanos le entregamos
nuestro país a un hombre carismático que abrió la compuerta de nuestros peores
demonios. Chávez, el hijo más legítimo de la frustración nacional se convirtió
en el líder de un proyecto que ha traído ruina y destrucción a la nación. Nunca
fue más cierto que el remedio fue peor que la enfermedad
Una pregunta que surge una y otra
vez tanto en círculos académicos como en reuniones políticas es acerca de como
caracterizar el experimento chavista en Venezuela. La respuesta que prefiere el
chavismo, por la sonoridad y un cierto
abolengo dentro de la izquierda, es que se trata de una revolución.
Es innegable que hay algo de
cierto en esta aseveración en el sentido de que la revolución inventa sus
propias reglas y destruye la institucionalidad democrática en la cual nació.
Chávez fue elegido en democracia y eso le dio al chavismo la credencial frente
al mundo de ser un régimen democrático de origen, aunque no de ejercicio.
En su práctica, el chavismo ha
atropellado una y otra vez la constitución que en su momento fue saludada como
la mejor constitución del mundo. La razón es muy simple: en la medida en que el
chavismo devenía simplemente proyecto de poder, en esa misma medida la
constitución se convertía en una camisa de fuerza.
En rigor, nunca hubo ninguna
intención de respetarla, todo el discurso de santificar la constitución terminó
por ser una elaborada maniobra, un engaño a la gente que los eligió. Esta fue
la primera mutación, de movimiento nacido en democracia a proyecto
revolucionario que inventa su propia legalidad y desconoce la institucionalidad
del país.
La segunda metamorfosis está
relacionada con el comportamiento del chavismo frente a la economía. Como ha
quedado claramente establecido en el acucioso estudio que hiciera Ricardo
Hausmann, el cual le ganó la ira del
gobierno de Maduro, y en otros análisis, el gobierno revolucionario se ha
portado como un niño muy obediente frente a los grandes centros de poder
financieros del mundo.
Paga puntualmente, contrata deuda
a altos intereses, negocia petróleo a futuro en condiciones desventajosas para
Venezuela y muy ventajosas para sus acreedores, regala crudo, vende crudo con
descuento para comprar apoyo político, y hace donaciones en todo el planeta. En
fin se comporta como un gobierno manirroto y dispendioso.
Excepto con su propio pueblo que
vive cada vez peor, con colas y desabastecimiento y sujeto a una increíble
recesión económica en medio de una bonanza petrolera inusitada. Es decir que la
revolución pasó de cuestionar el capitalismo salvaje y el neo-liberalismo a
actuar con todos los vicios del capitalismo salvaje, sin controles públicos,
con ineficiencia, y ninguna de sus virtudes.
De un país rentista, con una
cultura de dádivas del Estado se paso a una país hiper-rentista con un sistema
institucionalizado de dádivas del Estado, un aparato económico arruinado y una
economía de puertos.
La tercera metamorfosis se
refiere al comportamiento frente a la corrupción. Cuando Chávez llegó al poder
lo hizo cabalgando en una ola de popularidad que se explicaba en buena medida
por el desencanto de la ciudadanía por el colapso del sistema de partidos
políticos, la corrupción y el crecimiento de la pobreza y la exclusión social.
Intentando combatir estos males
de una democracia ineficiente, los venezolanos le entregamos nuestro país a un
hombre carismático que abrió la compuerta de nuestros peores demonios. Chávez,
el hijo más legítimo de la frustración nacional se convirtió en el líder de un
proyecto que ha traído ruina y destrucción a la nación. Nunca fue más cierto
que el remedio fue peor que la enfermedad.
Todo lo que estaba mal en 1999,
al inicio de la era chavista, de la V República, o como se escoja llamarla,
está hoy peor. En particular, de una Venezuela con un grado limitado de
corrupción, no completamente incompatible con el funcionamiento de la sociedad,
hemos pasado a una condición de corrupción inmanejable y desbordada cuyas
evidencias internacionales están apenas comenzando a emerger, como por ejemplo
en las cuentas del Banco de Andorra.
La cuarta y más nefasta de todas
las metamorfosis del chavismo es su transformación de populismo autoritario en
un régimen abiertamente represivo, capaz de utilizar la tortura y la violación
de los derechos humanos como un medio de castigar a la disidencia política. Las
evidencias sobre esta materia son apabullantes y odiosas y constituyen una
afrenta tanto a los venezolanos como a la conciencia civilizada del mundo y el
obstáculo más grande a cualquier salida pacífica y constitucional a la
gravísima crisis del país.
La única razón por la cual las
condenas al gobierno de Venezuela por
sus prácticas de violación a los derechos humanos no son más extendidas
es porque todavía muchos gobiernos latinoamericanos y del resto del mundo no
encuentran como escapar al chantaje de que no deben criticar muy fuertemente a
un gobierno de pseudo-izquierda que tiene legitimidad democrática de origen,
aunque no de ejercicio.
Eso y el comportamiento de
Venezuela como una potencia petrolera imperialista que pretende atemorizar a
todo el planeta por el recurso que posee.
En un cierto sentido, y en
respuesta a la pregunta que planteé al comienzo de mi artículo, probablemente
la mejor manera de denominar al chavismo sea precisamente como un ejemplo de
populismo autoritario. El llamarlo una dictadura, como alguna gente ha
propuesto, genera el conflicto de que las dictaduras gorilas tradiciones en
Latinoamérica y África no tenían apoyo popular.
En eso el chavismo ha sido
creativo y astuto y se ha nutrido del descontento y el resentimiento de una
parte de nuestra población. El fracaso
del populismo autoritario en materia económica y social ha terminado por
conducir de manera inevitable a la represión como forma última de mantenerse en
el poder.
Un proceso de caída al vacío que
en definitiva constituye una inmensa traición al pueblo venezolano para
favorecer a la nueva oligarquía chavista.
Las múltiples metamorfosis del
chavismo hacen pensar en una entidad biológica, un virus, capaz de adaptarse
con inteligencia política evolutiva a las múltiples y cambiantes exigencias del
entorno. Lástima que esa inmensa capacidad de adaptación no la haya utilizado
para mejorar la vida de los venezolanos.
Por: Vladimiro Mujica
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