Cuando usted lea este artículo,
Nicolás Maduro habrá utilizado el nombre de Chávez miles de veces más para
tratar de recomponer su decadente e inexistente liderazgo. Así lo ha hecho y lo
seguirá haciendo porque carece de un
perfil propio que lo identifique con el país y su gente. Siempre se le ha visto
y percibido como un advenedizo que llegó hasta donde está por el póstumo
capricho del que se fue. Esa es su angustia y su tragedia y eso explica la
militarización del régimen y su infamante entrega a los mandos militares que
gobiernan con él.
Tal situación nos exige a todos
los ciudadanos reflexionar seriamente sobre los alcances y consecuencias del
significado que ella tiene para el
futuro de la nación y sobre la perspectiva inmediata de un gobierno que carece
de viabilidad y voluntad política de actuar para evitar la secuela de
circunstancias negativas que asolan a todos los ciudadanos sin distingos de
ninguna naturaleza. No olvidar que la impune corrupción que ha saqueado al
país, la escasez, desempleo, inflación e inseguridad afecta, por igual, a los
seguidores del gobierno y a los que disentimos de su forma de gobernar. La
indiferencia frente al estado de cosas que vivimos no excluye a nadie de las
consecuencias del resultado; el indiferente se verá involucrado aun cuando no
lo quiera, y por tal razón no debería nadie aceptar pasivamente que sean otros
los que resuelvan sobre las situaciones actuales y futuras en las que
indefectiblemente todos estamos envueltos.
Debemos internalizar que el país
discurre en un clima de extrema incertidumbre. Los recientes acontecimientos y
su imprevisible desenlace nos obligan a situarnos mentalmente mejor para
prepararnos a enfrentar las eventuales acciones que podrían derivarse de la
desesperación y angustia que actualmente atenazan a las facciones chavistas y a
su espurio liderazgo. Actitudes indiferentes de nuestra parte, podrían cerrar
las posibilidades al necesario proceso de recambio que requiere y reclama el
país. Ya basta de permitir que los menos capacitados y los más corruptos
conduzcan, intencionalmente equivocados, la nave del Estado e impidan el acceso
al poder de nuevas generaciones de venezolanos llamados a modernizar las
caducas visiones de los que han gobernado durante 16 años.
Ser indiferente no resuelve los
seculares problemas que nos afectan, por el contrario, garantiza que el país
siempre tendrá lo peor de “más de lo mismo” como lo demuestran fehacientemente
los continuos fracasos del gobierno actual durante el tiempo que ha gobernado
con la anuencia pasiva de nuestra parte. Hay cosas básicas que debemos realizar para nuestro beneficio como
ciudadanos y para deslastrarnos de un liderazgo ladrón, mediocre y decadente, y
para eso se impone la necesidad de tomar decisiones. Ese momento ha llegado.
Tengamos presente que de cada uno de nosotros dependerá la suerte de la
república y la de nuestro entorno familiar.
Es evidente que actualmente el
gobierno tiene las bazas a su favor, pero paulatinamente los inexplicables y
costosos errores de su gestión lo han llevado al ocaso de su tiempo histórico
que podría ser acelerado, siempre que la participación y la voluntad opositora
por un cambio aumenten sensiblemente; de otro modo, aun cuando los errores
sistemáticos del gobierno sigan presentes y deterioren aún más al país, no
debemos permitir que sea solo la inercia de su deterioro el catalizador de su
final. Lo que vivimos es un problema de todos, que todos debemos resolver.
Tenemos ante nosotros, en caso de que fracasen por insuficiencia de apoyo
político y/o por negligencia opositora todas las iniciativas tendentes a
encontrar una salida a la situación planteada, el inminente peligro de dirimir
nuestras diferencias con el régimen mediante una confrontación fratricida o, en
su defecto, que el continuo deterioro del país, por omisión de parte nuestra,
lo desgaste y lo convierta en una entelequia, un remedo de sociedad, un
frustrante recuerdo de lo que pudimos haber sido y, con ello, se imponga
definitivamente la visión gubernamental que nos quiere así.
La vigencia de las agendas
personales, la irresponsabilidad política, las mesiánicas visiones de ser los
portaestandarte de la cabal interpretación de la historia, y la comodidad de
los que no se quieren involucrar, son las actitudes que indefectiblemente nos
podrían conducir a situaciones que ninguno de nosotros, en su sano juicio,
podría querer que se dieran en nuestro país.
Hay que focalizar la crítica al
gobierno en desenmascarar y denunciar a los ladrones y corruptos del régimen.
La sociedad venezolana no puede continuar siendo simple espectadora del
sistemático saqueo con que los validos del régimen impunemente han colocado a
la nación al borde de la bancarrota.
La inmensa cantidad de dinero mal habido
que ahora está depositada en cientos de diversas cuentas bancarias en Estados
Unidos, Andorra, Suiza, Luxemburgo, entre otros países, a nombre de los
funcionarios corruptos y sus testarrefos es de tal magnitud que sobrepasa con
creces lo acumulado por las mafias que tradicionalmente han operado bajo
diversas formas del crimen organizado. Tales circunstancias no nos permiten ser
indiferentes, y más aún cuando fácilmente se constata que la inmensa cantidad
de recursos birlados por estos desalmados, de haber sido utilizada adecuada y
honestamente, habría permitido al país resolver las carencias conocidas en los
sectores de salud y educación.
Fortalezcamos nuestras
potencialidades y voluntades para auspiciar el cambio del régimen político que
nos desgobierna y para el avance y consolidación de una democracia no excluyente
y honesta como la forma de gobernar a nuestra sociedad. Incorporemos de forma
proactiva y organizada nuestras actitudes y capacidades a la formidable y
enaltecedora tarea de cerrarles el paso definitivamente a los que
transitoriamente detentan el poder y que han saqueado al país en forma
inmisericorde e impune.
Por: Pedro Luis Echeverría
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