Ni la bullaranga del gobierno con
la que aderezó su petición de improcedentes superpoderes para entorpecer las
elecciones de los representantes a una Asamblea Nacional que languidece por la
displicencia de un fracción (la oficialista), que delega sus funciones en quien
debe ser objeto de control, como lo estipula la ley, y no de graciosas
concesiones claramente orientadas a fortalecer el talante absolutista del
delegado civil de la troika gobernante.
Mucho menos los improvisados
ejercicios militares, que ya contabilizan un muerto y dos heridos en las
huestes patrioteras sin haber enfrentado a enemigo alguno, han podido ocultar
la indignación y el dolor causados por el trágico final de Rodolfo González,
“el Aviador”, quien, mediante la delación de un sapo rojito cooperante, fue
detenido durante una protesta en abril del pasado año.
Con una delación sin fundamento,
González fue enclaustrado en las instalaciones de esa cruza de Gestapo con
Seguridad Nacional llamada Sebin que, con asesoría del G2 cubano, aplica
oprobiosos métodos de intimidación y tortura a quienes, por rechazar la fórmula
chavista, caen en garras de esbirros entrenados para causar daños corporales y
psíquicos.
Agobiado por recurrentes amenazas
de traslado a un centro de reclusión de alto riesgo, donde la vida se tiene en
muy poca estima, decidió poner término a su agonía. Agrega, pues, la camarilla
mandona a su repertorio el “suicidio inducido”, una modalidad de ejecución que
consiste en materializar aquello de que “tanto va el cántaro al agua hasta que
por fin se rompe”.
De acuerdo con las versiones de
otros detenidos en el Helicoide, Rodolfo González habría decidido poner fin a
sus angustias, no sólo para evitar ser echado a desfallecer en una infernal
ergástula, sino también para impedir que jóvenes estudiantes privados de
libertad en esa edificación, que alguna vez fue símbolo de la ciudad posible y
ahora lo es de la criminalización de la oposición, fuesen encarcelados junto a
delincuentes de la peor especie y asesinos por encargo, susceptibles de actuar
como sicarios ad honorem para satisfacer los designios de funcionarios que
actúan conforme a directrices del Poder Ejecutivo.
El deceso de Rodolfo González ha
enlutado a la Venezuela democrática que se ha sumido en un duelo en su honor y
el de quienes, como él, han preferido morir de frente para no sobrevivir de
rodillas ante una tiranía cuya escalada represiva va en vertiginoso ascenso,
pese a lo cual no logra acallar las voces que han puesto en evidencia el
fracaso de un modelo que, ni siquiera con el hostigamiento a los opositores,
parece tener perspectivas de subsistencia.
Quienes acudieron al sepelio de
ese compatriota compelido a suicidarse por el retorcido proceder de un sistema
judicial basado en el reconcomio y no en la legalidad, saben que pueden
terminar como huéspedes de abominables prisiones que son el primer paso para su
aniquilación física; pero, la solidaridad y el afán de libertad vencen al
miedo.
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