El Gobierno ha perdido tres
requisitos fundamentales para enfrentar su más dura pelea: (1°) El liderazgo de
Chávez, por mucho que quieran revivirlo, (2°) la confianza del país, incluso la
de sus propios seguidores y ni hablar de la de los mercados financieros
internacionales, y (3°) la fortuna petrolera, ojo, no solo los precios de 2013,
sino los excedentes que se debieron haber acumulado en años anteriores tras los
reiterados artificios presupuestarios.
Sin un mando unificado, porque
estemos claros, aquí manda uno y manda el otro, sin respeto y sin plata, trata
de aparentar superioridad con bufonadas, pero luce como un boxeador asustado
ante un rival invencible: la economía. Con ojos de chivo comiendo tamarindo,
como dirían en Coro, bufonea, pero el retador se le viene encima. Las inmensas
colas que crea un desabastecimiento que promedia casi 75% en rubros como la
leche o el pollo, son más visibles, largas y prolongadas en las zonas populares
que representaban el bastión de la revolución, y son tantas veces peores en los
locales del Estado que habrían de ser banderas de la dignidad pero no lo son. Y
en lugar de resolverlas, pretende esconderlas en sótanos y puertas adentro,
amedrenta a los angustiados compradores y prohíbe fotos y protestas. El
Gobierno trastabilla en un ciclo vicioso, error tras error.
La economía, y particularmente el
desabastecimiento, ha cobrado máxima relevancia como el principal problema de
los venezolanos, según la última encuesta de Datanalisis que indica que esta
preocupación superó a la inseguridad entre las angustias que aquejan a la
sociedad. ¡Na’ guará! Y esa escala de prioridades tiene al Gobierno sudando, no
por la emoción, ni por la adrenalina, sino por el pánico que le produce una
gestión económica que apenas cuenta con una evaluación positiva del 18,5%, de
cara a unas elecciones parlamentarias que se lo esperan como caimán en boca e’
caño. Se siente vencido por un rival que luce imbatible, al cual magnifica y
glorifica con la etiqueta de “Guerra Económica”, cual promoción televisiva para
un magno encuentro boxístico.
Como un boxeador que alardea para
esconder el miedo, el Gobierno arremete y hace el esfuerzo de lucir en control
de la criminalidad que pasa a ser segunda en la lista de prioridades de la
población, pero pareciera más bien infectado por ella, “infiltrado hasta los
teque-teques” como dijo una vez Chávez que tendría a la Oposición. Las
confrontaciones con colectivos, en lugar de imponer su dominio, más bien
parecen haber llevado al descalabro de las directivas policiales y hasta pueden
haber significado la muerte de Serra. Uno se pregunta: ¿Quién pone a Bernal a
intervenir a las policías, el Estado o los colectivos?
Ante su más duro rival, las respuestas
que ha dado este Gobierno son, más que torpes, contra-producentes. Esconder las
colas en sótanos es infantil. Decomisar inventarios que por las cifras que se
cacarean, seguramente exageradas, son normales al giro de cada negocio
afectado, solo hace que los empresarios no compren ni acumulen mercancía. Y la
ausencia de medidas concretas y completas en materia cambiaria solo demuestran
que para esta pelea, éste no está, ni estuvo nunca preparado. Así que como esos
alardes en el ring que hacen los boxeadores, los cuales se les quitan cuando
reciben el primer leñazo en la quijada y el pánico asume el control de sus
cuerpos que rehúyen el combate ya por instinto, veremos al Ejecutivo pedaleando
para atrás, buscando las cuerdas, mientras desde la esquina sus seconds tratan
de animarlo, y desde las gradas el público lo abuchea.
Prácticamente noqueado en pie,
llevando palo y lanzando manotazos a ver si pega un golpe de suerte, el púgil
abatido busca que lo salve la campana antes que el árbitro pare la pelea. El
más grave problema es que si llegara a ganar, “por las buenas o por las malas”,
como dijo, perderemos todos.
Por Francisco J. Quevedo/@qppasociados
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