Por “libertad” se entiende la
facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no
obrar, por lo que es responsable de sus actos. Es por ello que Aristóteles
señala que “el hombre es el principio y el padre de sus actos tanto como de sus
hijos”. En su sentido etimológico, está asociada a la condición de toda persona
que no se encuentra sometida al dominio de otra, siendo por tanto dueña de sí
misma y de sus acciones. Al ser algo esencial a la vida misma, ella está
arraigada en lo más profundo de las personas.
Por tanto, cuando se coartan las
libertades se afecta el desarrollo de la persona y se quebrantan sus derechos.
Al ser además tan consubstancial al ser humano y su accionar, la libertad se
disemina en una suma de libertades específicas: políticas, económicas, de
pensamiento, de religión y de opinión, entre otras.
La noción de la libertad como
autocasualidad o autodeterminación es también el fundamento de su concepto como
necesidad. Llevada sin embargo a su extremo, la libertad puede ser entendida
como inexistencia de reglas, rechazo de toda obligación y anarquía. Así lo
planteó Platón en su intento de demostrar que la tiranía y la esclavitud se
originan de la excesiva libertad concedida por el régimen democrático. Según
él, el rechazo permanente de todo límite y restricción “hace tan delicada el
alma de los ciudadanos que en cuanto alguien trata de imponer la mínima
sujeción, se enojan y no la resisten y terminan no preocupándose de las leyes
escritas o no, para no tener en modo alguno ningún amo” (República, VIII, 563
d). Desarrollos posteriores matizan ese criterio señalando que el hombre sólo
puede ser llamado libre si es guiado por la razón. (De manera específica Karl
Popper responde a los señalamientos de Platón en su libro La sociedad abierta y
sus enemigos, publicado en 1945). En Dos tratados sobre el gobierno, John Locke
(1632-1704) lo expresó así: “La ley natural del hombre consiste en ser libre de
todo poder superior sobre la tierra y en no someterse a la voluntad o la
autoridad legislativa de nadie y sólo tener la ley de naturaleza por norma. La
ley del hombre en sociedad consiste en no hallarse bajo más poder legislativo
que el establecido en el Estado por consentimiento, ni bajo el dominio de
ninguna voluntad o restricción de ninguna ley, salvo las promulgadas por aquel
según la confianza en él depositada”. Sobre esto último, sin embargo, apuntó:
“Siempre que las leyes cesan o son violadas con perjuicios de otros, la tiranía
empieza y ya existe. Cualquiera que hallándose revestido de autoridad excede el
poder que le ha sido confiado por las leyes, y emplea la fuerza que está a su
disposición para hacer con los súbditos cosas vedadas por éstas, es
indefectiblemente un verdadero tirano; y como entonces obra sin autoridad”.
Por su estrecha vinculación con la
libertad, Montesquieu (1689-1755) escribe El espíritu de las leyes. En dicho
trabajo analiza las leyes en función de sí mismas y su aplicación a los
ciudadanos, poniendo de manifiesto que el sistema anglosajón de separación de
los poderes del rey (ejecutivo), legislativo y judicial, asegura a dicho pueblo
la libertad. Al referirse a ésta señala: “La libertad política no consiste en
hacer lo que se quiere (…) La libertad es el derecho de hacer todo lo que las
leyes permiten”. Con una aproximación diferente, William Blackstone
(1723-1780), juez y jurista inglés, escribe Commentaries on the Laws of England
donde destaca que el supremo árbitro en la vida, la libertad y la propiedad en
Inglaterra no es el Parlamento o el pueblo sino el derecho. En esa existencia
distinta y separada de lo judicial –dice Blackstone– reside una importante
garantía de la libertad pública; la cual no puede subsistir por mucho tiempo en
ningún Estado a menos que la administración de justicia común esté separada en
algún grado tanto del poder legislativo como del ejecutivo. Así claramente
expone el principio de los frenos mutuos entre los diferentes poderes.
En Del gobierno representativo,
publicado en 1861, John Stuart Mill (1806-1873) aboga por la democracia. Allí
alude al señalamiento que en su tiempo se hace de que si se encontrase un buen
déspota la monarquía sería la mejor forma de gobierno; con argumentos
contundentes manifiesta que un buen despotismo es un ideal completamente falso
y en la práctica la más insensata y peligrosa de las quimeras. Su razonamiento
se apoya en el principio de que “los derechos e intereses de cualquier persona
sólo están seguros contra su violación cuando está dispuesta a defenderlos y es
capaz de hacerlo”. Ahora bien, aunque él reconoce que la justicia exige
democracia, considera que una democracia sin freno puede ser tan tiránica como
una monarquía absoluta. (En Política, Aristóteles fue enfático al condenar la
clase de gobierno en que el pueblo impera y no la ley, así como aquel en que
todo viene determinado por el voto de la mayoría y no por la ley. Según él, un
gobierno que centra su poder en los votos del pueblo no puede llamarse
democracia, pues sus decretos o estatutos no pueden ser generales por no tener
señorío). En Sobre la libertad (1859), Mill analiza el tema de la libertad
civil, es decir, la naturaleza y límites del poder que puede ser ejercido
legítimamente por la sociedad sobre el individuo. A ese respecto señala que no
basta con una simple protección contra la tiranía del magistrado; se requiere,
además, protección contra la tiranía de las opiniones y pasiones dominantes;
contra la tendencia de la sociedad a imponer como regla de conducta sus ideas y
costumbres a los que difieren de ella o tienen individualidades diferentes,
pretendiendo así modelar los caracteres con el troquel del suyo propio. Jamás
–dice Mill– podremos estar seguros de que la opinión que intentamos ahogar sea
falsa, y estándolo, el ahogarla no dejaría de ser un mal; la opiniones y las
costumbres falsas ceden gradualmente ante los hechos y los razonamientos; por
eso, para que los conductores de la humanidad sean competentes en todo aquello
que deben saber, debemos poder escribir y publicarlo todo con entera libertad.
Esa idea debió incidir en Paul Valery (1871-1945), gran poeta francés, al
momento de escribir sobre el tema en el plano espiritual y afirmar que: “La
libertad es un estado del alma”.
En esta época de decadencia
democrática que vive el país es apremiante para la sociedad venezolana
rememorar y aprender algunas cosas del pensamiento político del pasado.
EDDY REYES TORRES
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