Es curioso, el presidente de la
Asamblea Nacional, desde el foro democrático creado para debatir y aportar
propuestas diversas a la solución de los problemas del país, fue quien primero
saltó diciendo que la Conferencia Episcopal no tiene derecho a opinar sobre la
situación nacional hasta que no se inscriba como partido político. Fue el mismo
quien llevó a prohibir que los partidos no controlados y sumisos presidan una
comisión parlamentaria, y que se inhabilite a los diputados que no le agradan y
a todo partido que no esté de acuerdo con las políticas gubernamentales lo
acusan de subversivo y de estar a las órdenes del imperio, solo por el hecho de
no creer que el gobierno que tenemos lo está haciendo muy bien dentro de un
modelo envidia del mundo. Los obispos no
tienen derecho a decir, como lo han hecho:
-Que “la violencia social es cada
vez peor” y que la “crisis de inseguridad es intolerable”.
-Que tenemos “una deuda externa
gigantesca”, “inflación desbordada”, “desabastecimiento de productos básicos”,
“empobrecimiento de amplios sectores de la población”, “corrupción
administrativa” e “ineficacia de las medidas y planes que está aplicando el
Gobierno Nacional para enfrentarla”.
-Que “la causa de esta crisis
general es la decisión del Gobierno Nacional de imponer un sistema totalitario
y centralista” que “atenta contra la
libertad y los derechos de las personas y asociaciones”.
Los obispos mientras no se
inscriban como partido no pueden decir que “el diálogo es la vía indispensable
para lograr la concertación y resolver los graves problemas de nuestro país”,
ni que ” los “líderes de los diversos sectores políticos, empresariales,
laborales y culturales deben participar en la solución de dichos graves
problemas”. Les está prohibido decir que “los líderes de la oposición están en
la obligación de presentar un proyecto común de país y trabajar por el bien de
Venezuela, superando las tentaciones del personalismo”, que “el estamento militar
debe actuar con la imparcialidad postulada en la Constitución” y “que cada uno
de nosotros, como ciudadanos, tiene responsabilidades políticas que no puede
delegar”. Que “el sistema económico que está imponiendo el Gobierno Nacional
es, a todas luces, ineficaz” y que “Venezuela necesita un nuevo espíritu
emprendedor con audacia y creatividad y que es urgente estimular la
laboriosidad y la producción dando seguridad jurídica y fomentando empresas
eficientes, tanto públicas como privadas”. No están autorizados los obispos
para decir que “esta crisis nacional no será resuelta en su totalidad sin una
renovación moral y espiritual que lleve a líneas concretas de acción”, ni a
pedirnos que “rechacemos la injusticia, la corrupción y la violencia como males
morales que hunden al país, y que
vivamos de acuerdo al proyecto del Reino de Dios predicado por nuestro Señor
Jesucristo”.
Los obispos que se callen esas y
otras opiniones y orientaciones sobre el país, pues no se inscribieron como
partido político. Y que los partidos políticos también guarden silencio, pues
si no están de acuerdo es porque son agentes golpistas del imperio.
Ya sabíamos que a las
dictaduras de derecha y de izquierda,
desde Franco y Pinochet hasta Stalin, les gusta que la Iglesia los bendiga y
alabe o se someta y calle. O si no los callarán ellos asesinándolos, como
ocurrió con Monseñor Romero por pedir a los militares, en nombre de Dios, que
dejen de matar campesinos.
Defender la vida y la dignidad de
los venezolanos y sus derechos humanos es una obligación de todo seguidor de
Jesús de Nazaret. No es una opción, sino una obligación llamar a la conciencia
de los venezolanos a “defender activa y firmemente nuestros derechos y los
derechos de los demás y exigir el respeto a las condiciones necesarias para una
convivencia nacional justa, pacífica y provechosa para todos”. Parece que todo
eso es fácil de entender. ¿Será que el presidente de la Asamblea Nacional
confunde la República con un cuartel?
No es necesario preguntarse por
qué la inmensa mayoría de los venezolanos aplaude y agradece la valentía y
claridad de los obispos, justamente porque no están inscritos en un partido
político para defender al gobierno, ni para atacarlo. La palabra de Dios no es
para formar serviles ante los poderes, sino para despertar conciencias en
defensa de la vida y una convivencia política y social de justicia, de paz y de
amor.
Por: Luis Ugalde.
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