Con el PIB estancado o en los
negativos bajos, sólo cabe prever una aceleración de la inflación…
Aunque hace poco hayan celebrado
los cien días, el gobierno de Nicolás Maduro lleva ya seis largos meses. En
buena parte ese trajinar ha estado marcado por los excesos de la última campaña
electoral del gigante político, que dejó allí no sólo su propia vida sino
también la de las finanzas de la República. A la fragmentación del presupuesto,
los excesos del gasto y la torpeza de la política cambiaria, características
del período anterior, ahora hay que sumarle la incapacidad del heredero para
controlar a los capos de los diferentes bolsillos del tesoro de la nación. Como
resultado, aún con el barril de petróleo venezolano más allá de cien dólares,
nos hemos ido deslizando hacia una vorágine de escasez, inflación y devaluación
del bolívar cuyo fin es imprevisible.
¿Qué heredó Nicolás Maduro?
Para garantizar el triunfo
electoral, Hugo Chávez decidió compensar sus cada vez más esporádicas
apariciones públicas con un gasto mayor. Así, incurrió en un déficit de 18% del
PIB, que se financió imprimiendo dinero y recurriendo a los bancos para recoger
los depósitos ociosos a través de emisiones de deuda interna. Para evitar la
inflación, dada la parálisis del aparato productivo, el gobierno facilitó la
entrada de niveles récord de importaciones. La economía creció 5% y la cantidad
de dinero creció 60%, a pesar de lo cual la inflación cerró en 20% (24% en
alimentos). Esto último, imprimir dinero sin que se registre una aceleración de
la inflación consecuente con esa expansión, es un resultado excepcional (aún
por explicar) con el que no se podía seguir contando.
¿Qué están pensando hacer?
La inseguridad de Maduro, la
elección inminente y la debilidad política resultante, han convencido al
gobierno de que recortar el gasto público no es una opción. Así, se han
planteado llevar el déficit a unos 15% del PIB y financiarlo de nuevo a través
de la impresión de dinero. En lo que va de año el PIB ha caído menos de lo que
muchos esperábamos, pero la inflación estalló, 40% a nivel del consumidor y 55%
en alimentos en los últimos doce meses. Peor aún, los seis meses de Maduro anualizados
resultarían en 53% y 83% respectivamente. La fuerte dependencia del consumo de
las importaciones, tanto públicas como privadas, la necesidad de mantener la
petro-diplomacia para garantizar apoyos en la región, la caída lenta pero
sostenida en la producción y exportación petrolera, y el servicio de la deuda
externa, tienen el flujo de divisas muy comprometido. El gobierno sigue
insistiendo en que tiene “recursos para atender la demanda de divisas” pero al
ritmo de dos subastas mensuales por doscientos millones de dólares el Sicad
apenas llegará a la mitad de lo que circulaba a través del Sitme.
Aquí es donde la fragmentación
del presupuesto hace más daño. Diferentes grupos de interés se han ido
apropiando de trozos de nuestro flujo de divisas, ya sea de forma directa o a
través de las mafias de Cadivi. Maduro ha procurado tomar algo de control,
re-centralizando el déficit fiscal en el gobierno y suspendiendo las
transferencias de Pdvsa al Fonden, pero esto es solo una parte del problema. La
corrupción en torno a las importaciones públicas de bienes y servicios (34.298
millones de dólares en 2012), los dólares filtrados de la factura petrolera que
se vierten en un mercado paralelo con ganancias inmediatas por el orden de los
cientos por ciento, escapan completamente a su control.
¿Qué puede pasar en lo que resta
de año?
Imprimir dinero al ritmo
requerido por los planes del gobierno equivaldría a un aumento de la liquidez
por el orden de 72%. Ya esta última semana la cantidad de monedas y billetes en
circulación resultó 66% más grande que hace un año. A este ritmo, con el PIB
estancado o en los negativos bajos, sólo cabe prever una aceleración de la
inflación. Y es que dentro de las restricciones ideológicas y de eficiencia con
que funciona el gobierno de Maduro no hay muchas opciones. Sus dilemas
esenciales seguirán siendo los mismos. O recorta el gasto para reducir el
déficit, y se viene abajo la producción y el empleo con una inflación menor; o
sigue imprimiendo billetes a mansalva y aproxima el PIB a cero, con una
inflación (y devaluación) todavía mayor. O mantiene los controles de precios,
en cuyo caso la inflación será menor pero la escasez se desbordará; o los
libera y se acelera la inflación, con menor escasez. Esas son las trampas en
las que nos han metido. Se trata siempre de escoger entre infierno I o infierno
II. Está claro que si bien en nuestra historia la relación entre el desempeño
económico y la estabilidad política ha sido caprichosa, lo que se nos viene
encima amenaza con llevar esa inconsistencia demasiado lejos.
Miguel Ángel Santos / El
Universal
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