De niño me impresionaban los
espejismos. Aparecían sobre la superficie de la carretera y al acercarse el
vehículo desaparecían. También los pañuelos y conejos que aparecían o
desaparecían del sombrero del mago.
El don de hacer ver lo que no es,
también lo poseen algunos líderes y predicadores. En ello, Hugo Chávez fue
excepcional.
En la ocasión en que el Press
Club de Valencia me invitara a uno de sus celebrados almuerzos, hablé de su
magnetismo. Cuando, gracias a los avances tecnológicos, todo viaja al instante,
noticias, fotografías, mensajes, Hugo Chávez, dije, lograba a través de la TV
llegarle en tiempo real a mucha gente.
En sus cadenas encontró mil
maneras de envolver a sus oyentes con las cadencias de su voz, y ponerlos a
soñar en sus misiones, gallineros verticales, cultivos hidropónicos, rutas de
las empanadas… y en la etapa final, en el amor y la vivienda.
Chávez se dirigía en esta etapa a
seres que lo escuchaban u observaban desde su indigencia, quizás reunidos en
algún humilde rancho, sometidos al insoportable calor del mediodía o por la
noche, estremecidos por las ráfagas de lluvia y la furia de los vientos.
Deslumbrados por la promesa e
imaginándose cobijados en la casita segura que les mostraba, los más pobres
viajaban mentalmente a su encuentro. Después de todo, el eje de su campaña era
el AMOR.
Allí, y en el dinero para cumplir
con algunos, radicó buena parte de su encanto.
El año pasado, dos periodistas e
igual número de trabajadores sociales fueron cruelmente decapitados en medio
del desierto. En el video enviado por las redes, se les veía arrodillados,
vistiendo túnicas color naranja que, en contraste con la agigantada figura en
negro del verdugo, ofrecían la imagen macabra de un satánico ritual.
Algunos analistas cayeron en la
trampa de ver la forma y no la intención, y erróneamente recordaron las
Cruzadas de la Edad Media y el uso de la guillotina durante la revolución francesa.
Jon Lee Anderson, corresponsal
del New Yorker, fue el primero, creo, en poner el ojo en la llaga. “Ya no queda
duda alguna de que el Internet, con su fuerza de contagio y multiplicación, se
ha convertido en una herramienta de altísimo valor para el terrorismo”.
De no existir internet, las
víctimas seguramente habrían conservado sus vidas. Pero la posibilidad de darle
a través de las redes, una dimensión infinita al asesinato, convertía al ritual
que los llevó a la muerte en un instrumento feroz de propaganda, y una poderosa
herramienta para desmoralizar al enemigo y reclutar mentes torcidas. El impacto
fue brutal… y esta semana amenazan con repetirlo… quitándoles la vida a dos
ciudadanos japoneses, igualmente inocentes.
¿Para qué derribar Torres Gemelas
si existe la fuerza exponencial del internet?
Los espejismos agigantan los
hechos o hacen ver lo que no existe. Pueden tomar la forma de un sombrero o la
de las casitas del Presidente; el evanescente resplandor de una laguna o la
ominosa silueta de un verdugo.
Maduro en su soledad, recurre a
la imagen de Hugo Chávez. Intenta imitar su voz, miente para tergiversar los
hechos, viaja, amenaza, promete, busca afanosamente un espejismo que agigante
la percepción de su fuerza y oculte su evidente fragilidad.
Pero nadie lo escucha, Chávez no
existe y el dinero se acabó.
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