Otro Nuevo Año, 15 después del
comienzo de siglo, una edad adolescente, y como tal, llena de promesas. Al
llegar el 1.01. nos abrazaremos y nos desearemos un feliz Año Nuevo. Es un
ritual, no cabe duda. Y los rituales se hicieron para ser seguidos, aunque
sepamos que no son más que eso, rituales.
Nada contra los rituales:
cumplen, cuando son colectivos, la función de recordarnos que pertenecemos a
una unidad que sobrepasa nuestra simple persona. Por cierto, hay también
rituales individuales y los psiquiatras los denominan neurosis. Luego,
podríamos decir que la neurosis consiste en desconectarnos de los rituales
colectivos y sustituirlos por otros personales. Pero en los dos casos, ritual
es ritual.
El ritual del Año Nuevo cumple
-para eso son los rituales- una función protectora. Cada año es recibido como
un nuevo comienzo. Imaginamos a través de abrazos y parabienes que comienza
otro tiempo. Además, nos llenamos de promesas: uno va a dejar de fumar, otro va
a suprimir una copa diaria, y la mayoría quiere bajar por lo menos 5 kilos. No
importa que en el fondo sepamos que ese es un día cualquiera, que la luz no ha
cambiado su velocidad, que los movimientos de traslación y rotación no se han
vuelto ni más lentos ni más rápidos, que el supuesto nuevo año es solo un
resultado numérico de ese fabuloso invento llamado calendario.
No importa que la segunda ley de
la termodinámica nos aclare que cada año nuevo no es uno más, sino otro que se
nos va. Los años nuevos son en cierto modo cumpleaños colectivos, días en los
cuales la humanidad celebra un año más de antigüedad. La diferencia es que en
los cumpleaños personales celebramos un año menos de vida imaginando que es uno
más. Vivimos de rituales y está bien que así sea. Si existen es porque los
necesitamos. Lo importante es mantener la falsa idea de que vamos de menos a
más.
Un año nuevo no es más que una
simple marca del calendario, pero no es un nuevo tiempo. Celebramos un número
virtual. Cada Año Nuevo, al abrazar al otro, abrazamos también a la ilusión de
que el tiempo avanza sin nosotros. Nunca pensamos en que ese tiempo somos
nosotros en el tiempo. No queremos aceptar que cuando medimos el tiempo solo
medimos nuestro tiempo, el de nuestra “residencia en la tierra” (Neruda) y no a
un tiempo objetivo. El tiempo es el ser, el ser es el tiempo.
¿Feliz Año Nuevo? Eso no dice
nada. Ningún año puede ser feliz. Pues la felicidad no se mide en años. Tal vez
en fulgores que aparecen y luego se van. No los planificamos, no tienen causa.
La felicidad es espontánea o no es. La felicidad es olvidarse del tiempo, o no
sentir como pasa el tiempo.
Nadie dice voy a ser feliz por
media hora o por un año. La felicidad es un milagro, no tiene fecha. Ni
siquiera es un sentimiento. Cuando más, un pre-sentimiento. Es por eso que es
muy distinto creer que somos felices a ser felices. La felicidad no se
programa. La felicidad es un encuentro consigo a partir del otro en el mundo.
La felicidad es, si se quiere, el amor, aunque el amor –lo sabemos todos- no
siempre es felicidad.
Pero seamos justos: No ser feliz
no significa ser infeliz. Cuando estamos ocupados no somos ni lo uno ni lo
otro, y nos guste o no, la mayor parte del tiempo vivimos ocupados y, a fin de
regular ocupaciones, contamos los días y los años. Es como nadar. Dejas de
nadar y te ahogas. Dejas de vivir en el tiempo y te hundes en el tiempo. Eso
explica por qué cuando no estamos ocupados intentamos al menos llevar una vida
entre-tenida.
Entre-tener: Verbo que hay que
tomar muy en serio pues significa “tenerse entre” ¿entre qué? Entre dos
tiempos: el tiempo del nacimiento y el tiempo de la muerte. Muchos han muerto
creyendo que al haber llevado una vida entre-tenida han tenido una vida feliz.
Pero no es así. Solo han logrado nadar en el tiempo sin ahogarse.
También, cuando no estamos
ocupados (trabajo, deberes) hacemos “pasatiempos” creyendo que así “pasa” el
tiempo y no nosotros en el tiempo. Sin pasatiempos nos sentimos aburridos. El
aburrimiento es un vacío de tiempo, es vivir en un tiempo no ocupado, es no saber que hacer con el tiempo y así cada
minuto nos parece una eternidad.
Aburrimiento es una palabra que
suena horrible en español. Pero en alemán aburrimiento se dice “Langeweile” que
quiere decir “momento–largo”. Y efectivamente, si medimos el tiempo no solo en
su longitud sino en su intensidad, hay momentos que nos parecen largos y otros
cortos.
A Martín Heidegger debemos el
descubrimiento del sentido existencial del aburrimiento (momento largo). Con
ello Heidegger se situó en la tradición de pensadores que han despojado a
conceptos socialmente peyorativos de su supuesta negatividad. Tradición
iniciada por Erasmo y su “Elogio de la Locura” y continuada por Paul Lafargue
–quien además de ser yerno de Karl Marx era un pensador original- en su muy conocido “Elogio de la Pereza”.
En el texto de Heidegger, “Conceptos básicos de la
Metafísica” (Grundbegriffe der Metaphysik) hay pasajes que darían para compilar
un ensayo titulado “Elogio del Aburrimiento”. Se trata de momentos en los
cuales no estamos “tiempizados”
(gezeitigt) o lo que es parecido, cuando somos enfrentados con un vacío
de tiempo. Ese vacío es para muchos un abismo y como tal lleva a “la naúsea”
según Sartre, o al miedo según Heidegger, miedo que convertido en terror
(pienso en “El Grito” de Munch) puede conducir fácilmente a la locura. Pero
también, y he ahí la importancia del “momento largo”, puede ser ese el instante
en el cual comenzamos a indagar acerca del verdadero sentido de la existencia.
¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es
el valor de la vida que llevamos? ¿Cuál es el significado verdadero de nuestros
actos?” El “momento largo” podría ser también el momento de una “conversión”
que lleva al verdadero pensamiento. La filosofía, según Heidegger, es hija del
miedo y del abismo.
¿Cómo desear entonces el 1. 01 un
Feliz Año Nuevo sabiendo que es una imposibilidad? ¿Deberé decir acaso: “Deseo
que tengas un año muy aburrido”? Todos creerían que estoy algo rayado, y con
razón. ¿Y si dijera: “Deseo que tengas muchos momentos largos este año?”
Sonaría algo mejor, pero tendría que entrar en largas explicaciones antes de
dar cada abrazo.
Al fin –no tengo otra
alternativa- deberé sucumbir una vez más a las convenciones de la vida social.
He decidido desear a todos un Feliz Año Nuevo, y que cada uno entienda por ello
lo que quiera.
Entonces: ¡Feliz Año Nuevo!
Por: Fernando Mires
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