lunes, 29 de diciembre de 2014

EL NUEVO ESTADO

En Venezuela ha quedado rota de facto la integridad institucional del Estado en su conjunto, lo que ha generado un Estado fallido. Un estado fallido es aquel incapaces de mantener el marco institucional necesario para que pueda funcionar la sociedad en todos sus órdenes y que ni siquiera cumplen las funciones elementales de respeto de los derechos Humanos. Es la definición más próxima que puedo encontrar una vez se ha cometido el gran fraude constitucional del madurismo y el cabellismo.
Luego de ser electo el “Poder Ciudadano”, donde el abogado del supuesto presidente pasa a ser contralor de la República; es designado como defensor del pueblo un ex gobernador del partido oficial cuya trayectoria en materia de Derechos Humanos nadie conoce y es reelecta como fiscal general la verduga malentonada de la oposición democrática, además de la anunciada elección de unos magistrados militantes ideológicos del régimen y la reelección del poder electoral, nada queda por decir de Venezuela o de lo que, al menos alguna vez, fue nuestro país.
Esta es, al menos, mi opinión, aunque sé de sobra que para muchos se trata de llover sobre mojado porque esta situación ya había sucedido desde el gobierno de Hugo Chávez. Yo veo las cosas-de una manera menos compleja, mucho más clara, hasta tal punto que, por ejemplo, el Estado de Hugo Chávez y el Estado Totalitario del madurismo-cabellismo presentan unas singularidades propias tan notables que a la hora de describirlos se puede decir que: 1) Hugo Chávez conservó muchas veces las apariencias de sus verdaderas intenciones; 2) Nicolás Maduro ha establecido sin vergüenza alguna el Estado Totalitario que proyectó su antecesor cuya existencia real es indiscutible. Lo primero no va en menoscabo de lo segundo, el daño del fallecido presidente es indiscutible e imperdonable.
Hugo Chávez desde 1999 fue limando progresivamente de la Constitución Nacional las aristas más peligrosas para su proyecto totalitario, añadiendo otros elementos de gobierno que en ningún caso pueden calificarse como democráticos, aunque externamente así lo aparentaran. Durante todo su gobierno, Chávez se encargó de convertir los Poderes del Estado en órganos ejecutores de sus decisiones, insisto, conservando las apariencias. Pero a su muerte, el ilegitimo sucesor ni las apariencias puede guardar por un hecho indiscutible: ha fracasado y el fin de su gobierno –antes de cualquier lapso constitucional- es inevitable.
El Poder Público Nacional que se ha instaurado a través de una flagrante violación a la norma constitucional imposibilita estructurar racionalmente un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia. Nicolás Maduro, a través de esos poderes, sigue creando sin descanso una estructura pública parasitaria cuyos cargos y prebendas sólo convierten a Venezuela en un Estado fallido.
Después de haber asolado implacablemente al país, Nicolás Maduro carece en absoluto de una fórmula para salir de la crisis y tampoco tiene intenciones de buscarla en un gran diálogo nacional. En estas condiciones se limita a formalizar el totalitarismo, que es lo único en lo que cree, improvisando una acción de gobierno que no nos conduce a nada por carecer de coherencia.
Absolutamente aislado en el exterior como consecuencia del aniquilamiento de sus mentores y aliados cubanos, tras el célebre pacto con EEUU, y  por la condena masiva por las detenciones de líderes opositores, tuiteros y estudiantes, Maduro no puede esperar la resignación mansa y el olvido paulatino por parte del pueblo, ni mucho menos, desde luego, asentimiento ni colaboración por parte de la oposición partidista, aunque en la práctica pareciera ser así. El distanciamiento popular se agrava por la circunstancia de que todo el país, chavista u opositor, se siente defraudado por la carencia total de una constitución o al menos de un ejercicio democrático que Maduro implacablemente seguirá impidiendo porque así es el totalitarismo. Aunque no se trata sólo de un distanciamiento de sectores sociales sino de una situación de miseria económica que afecta a todos los venezolanos.
En estas condiciones ya no hay paliativo que pueda aplicar el régimen para evitar su colapso. Al precio de enormes esfuerzos y sacrificios, los venezolanos siguen asumiendo cuál debe ser el destino del país en el plazo inmediato y que no debe silenciarse más: Nicolás Maduro debe ser derrocado, no como un acto golpista clásico sino más bien como el ejercicio de los derechos consagrados en los artículos 333 y 350 de la Constitución Nacional.
Ha llegado la hora de concretar la noble aspiración de ser libres. La Fuerza Armada Nacional no puede seguir al margen de este abismo como si no pasara nada y todos los factores partidistas de la oposición deben asumir con valentía y sin mezquindad la unidad que se necesita para sacar a Venezuela adelante. No se puede postergar más este deber y esta decisión tan trascendental para nuestro futuro.
Con el nuevo Estado implantado por el chavismo en la Asamblea Nacional y por la Sala Celestina del Tribunal Supremo de Justicia no hay salida y desafortunadamente pocos son conscientes de ello, distraídos por las cotidianidades aplazamos lo que es urgente.

Por:  Robert Gilles Redondo.

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