viernes, 17 de octubre de 2014

UNA MAÑANA DE PEREGRINAJE POR LAS FARMACIAS DE CATIA

Lunes de comienzo de clases. En Catia el recorrido comienza antes de las siete de la mañana, cuando el Metro todavía está lleno de gente que se dirige al trabajo, a clases o a la caza de medicinas en distintas farmacias. El retraso en el subterráneo parece parte del día a día de los ciudadanos. Ya no desespera a quienes esperan alguna excusa del operador o, sencillamente, que el tren vuelva a moverse. Otra rutina.

 En un bolsillo va la plata junto a una cajita de una pastilla, el récipe nuevo del doctor que hace poco le cambió la medicina por una que, además, es más cara. En el otro bolsillo lleva el teléfono celular, bien guardado para que no se lo vean. La caminata se hace como quien recorre un nuevo destino. Sólo falta un mapa, pero sí llevan direcciones, indicaciones de dónde fueron vistas las medicinas por última vez, pistas.

El médico me ha cambiado la medicina por tercera vez. Pero no recorro muchos lugares, porque ya sé dónde hay y vengo directo. Y no me importa lo que me preguntes: mi amor por Maduro no cambia». Lo dice una señora de 72 años que busca pastillas para la tensión. Su gorra tiene la bandera de Palestina. Sus llaves guindan de su cuello con el rostro del ex presidente Chávez repetido en forma de llavero. Al acercarse al mostrador, la farmaceuta le dice «De eso no hay. Déjeme ver dónde más la puede conseguir». Luego de escuchar el nombre de otras farmacias donde hay disponibilidad de medicamentos, dice en voz alta  «Saldrá remedio ‘e monte, pa’ seguir apoyando a Maduro». Otra señora contesta, en voz más baja, «Después de esta crisis, él perdió mi apoyo». También acaba de recibir un no como respuesta.

En Locatel de Propatria la cola comienza a las 7:30 am. La farmacia abre a las 8:30. No se espera mucho, porque la mayoría de las respuestas son «Eso ya no se consigue». Las pastillas anticonceptivas más solicitadas, por ejemplo, no se consiguen en las farmacias. Quienes están de un lado del mostrador dicen tres o cuatro nombres diferentes. El comprador no entiende de qué le están hablando. El vigilante de la puerta ya se sabe los nombres de lo que buscan y de lo que no se encuentra, de tanto repetirse.

Un poco más lejos, en Farmahorro, la cola está baja porque ya se corrió el rumor: «Aún no han llegado medicamentos». Ni pastillas anticonceptivas ni anticonvulsionantes. Tampoco anticoagulantes. La esperanza se agota a medida que pasan las horas.

 La caminata llega a otra estación de Metro. En la cola, el papelón con limón refresca y ayuda a recargar energías para seguir el recorrido después de la negativa. Son las 9:30 de la mañana y ella aún no ha dado la primera respuesta afirmativa. Con las manos en la frente, la voz agotada de la mujer dice «A veces hasta lloran cuando les digo que no hay, ¿pero qué hago yo? Es que de verdad no hay».

En la cola del Farmatodo de Plaza Sucre se comentan cuáles pastillas están buscando. Se crea una red de solidaridad entre los turistas farmacéuticos. El intercambio de números de teléfono se ha hecho común entre quienes pueden ayudar a otro. La solidaridad aparece sin importar la política: la crisis de la salud toca la fibra de la gente y pone a la vida por encima.

La Farmacia España, en el bulevar de Catia, es famosa por los años que lleva abierta. Hoy tiene rejas, es oscura y solitaria. Seis personas esperan para preguntar por algún medicamento. Son seis historias diferentes. Tres de ellas cargan bolsas de mercado, otro peregrinar de la escasez. Los seis reciben la misma respuesta a seis medicamentos diferentes: No hay.

A las diez de la mañana ya se suman kilómetros. El récipe ya es un papel algo más desgastado y con más respuestas negativas encima. Es hora de hacer un nuevo recorrido. Los días de paseo con la familia, en la ciudad o fuera de ella, poco a poco se han transformado en la intensa búsqueda de algo que falta y que poco se encuentra.


Mañana será un nuevo día para hablar con el farmaceuta.

Por Lau Solórzano

Fuente: prodavinci.com


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