Lunes de comienzo de clases. En
Catia el recorrido comienza antes de las siete de la mañana, cuando el Metro
todavía está lleno de gente que se dirige al trabajo, a clases o a la caza de
medicinas en distintas farmacias. El retraso en el subterráneo parece parte del
día a día de los ciudadanos. Ya no desespera a quienes esperan alguna excusa
del operador o, sencillamente, que el tren vuelva a moverse. Otra rutina.
El médico me ha cambiado la
medicina por tercera vez. Pero no recorro muchos lugares, porque ya sé dónde
hay y vengo directo. Y no me importa lo que me preguntes: mi amor por Maduro no
cambia». Lo dice una señora de 72 años que busca pastillas para la tensión. Su
gorra tiene la bandera de Palestina. Sus llaves guindan de su cuello con el
rostro del ex presidente Chávez repetido en forma de llavero. Al acercarse al
mostrador, la farmaceuta le dice «De eso no hay. Déjeme ver dónde más la puede
conseguir». Luego de escuchar el nombre de otras farmacias donde hay
disponibilidad de medicamentos, dice en voz alta «Saldrá remedio ‘e monte, pa’ seguir apoyando
a Maduro». Otra señora contesta, en voz más baja, «Después de esta crisis, él
perdió mi apoyo». También acaba de recibir un no como respuesta.
En Locatel de Propatria la cola
comienza a las 7:30 am. La farmacia abre a las 8:30. No se espera mucho, porque
la mayoría de las respuestas son «Eso ya no se consigue». Las pastillas anticonceptivas
más solicitadas, por ejemplo, no se consiguen en las farmacias. Quienes están
de un lado del mostrador dicen tres o cuatro nombres diferentes. El comprador
no entiende de qué le están hablando. El vigilante de la puerta ya se sabe los
nombres de lo que buscan y de lo que no se encuentra, de tanto repetirse.
Un poco más lejos, en Farmahorro,
la cola está baja porque ya se corrió el rumor: «Aún no han llegado
medicamentos». Ni pastillas anticonceptivas ni anticonvulsionantes. Tampoco
anticoagulantes. La esperanza se agota a medida que pasan las horas.
En la cola del Farmatodo de Plaza
Sucre se comentan cuáles pastillas están buscando. Se crea una red de
solidaridad entre los turistas farmacéuticos. El intercambio de números de
teléfono se ha hecho común entre quienes pueden ayudar a otro. La solidaridad
aparece sin importar la política: la crisis de la salud toca la fibra de la
gente y pone a la vida por encima.
La Farmacia España, en el bulevar
de Catia, es famosa por los años que lleva abierta. Hoy tiene rejas, es oscura
y solitaria. Seis personas esperan para preguntar por algún medicamento. Son
seis historias diferentes. Tres de ellas cargan bolsas de mercado, otro
peregrinar de la escasez. Los seis reciben la misma respuesta a seis
medicamentos diferentes: No hay.
A las diez de la mañana ya se
suman kilómetros. El récipe ya es un papel algo más desgastado y con más
respuestas negativas encima. Es hora de hacer un nuevo recorrido. Los días de
paseo con la familia, en la ciudad o fuera de ella, poco a poco se han
transformado en la intensa búsqueda de algo que falta y que poco se encuentra.
Mañana será un nuevo día para
hablar con el farmaceuta.
Por Lau Solórzano
Fuente: prodavinci.com
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