Venezuela sufre de exceso de
velocidad. No hay tiempo para tomar aire, reclinarse, cerrar los ojos, pensar
en planes personales. Esa no es una opción. No hay chance para el sopor. La
realidad tiene otras aspiraciones. La realidad, el huracán, la caída. Marque
con una equis el sinónimo de su preferencia.
Las noticias parecen disparadas
desde una AK47. Sin piedad. Sin control. A cada tanto ocurre una primicia que
desbanca a la otra.
Es un duelo entre dos bandos. El
país versus el régimen. Una contienda que promete insomnio para todos. Una
garantía de emoción. Una narración trepidante. Todo en este 2016. No se lo
pierda. Suspenso, acción, nervios en vilo. Un coctel que contiene altas dosis
de violencia, drogas, lavado de dinero, corrupción. Todo a un ritmo incansable.
Es la historia de una extravagante revolución socialista que se juega sus
últimos días. Una súper serie que no tiene parangón. Diecisiete años de un
argumento que acelera frenéticamente sus episodios.
El régimen, herido de muerte por
la contundente y adversa manifestación del país, se revuelve furioso en su
charco de venganza. Se levanta del suelo a tientas. Arroja escupitajos de rabia
a su alrededor. Lanza golpes de verbo y de estado. Hace trizas la decisión de
las mayorías de elegir 112 diputados opositores. No acepta estar fuera del
palco de ganadores. Arrebata los derechos recién conquistados. Sabotea.
Impugna. Grita desacato. Dice cabrón. Dice nunca. No volverán. No le importa
que todo se convierta en escombro. Su orgullo es inconsciente y monumental.
El país dijo cambio pero los
cabecillas de la revolución clausuran sus oídos y afilan su veneno. No admiten
el mandato popular. Cambiar implica el fin de su imperio. Desmontar las
consignas. Regresar al resentimiento. Perder el chorro de dinero. No quieren.
Se han diseñado en estos años para el saqueo y la impudicia. Han chapoteado
largamente sobre el petróleo y no quieren salirse de la gigantesca piscina. Se
han hecho hedonistas. Adictos a la lujuria del poder. Decir revolución también
es una forma de ganarse la lotería. Apuestan por la fiesta infinita. Cambiar es
perder, renunciar a los privilegios, retomar la normalidad. Pagar por sus
crímenes, quizás. Y en su afán por sobrevivir ignoran el designio del pueblo.
Desconocen más de 7 millones de votos. Decretan la guerra a muerte.
Y así andamos. A toda velocidad.
Bajo una lluvia de granadas que caen sobre la economía del país. No importa la
escasez. Declaran que la inflación no existe. Aconsejan sembrar cebollín en los
balcones. Viva Chávez, las colas siguen. Patria o Muerte, la morgue se colapsa.
Comuna o nada, hambruna y mucha. Viviremos y venceremos, enfermaremos y
moriremos. Todo ha sido una gran estafa, una burla de la historia. La
escenografía (¿la patria?) vuelta un estropicio. La constitución caída en algún
albañal. Es el capítulo del vértigo. El enfrentamiento decisivo entre el país y
el régimen. Y mientras tanto, la vida convertida en emboscada y crisis. En
agobio y basta.
La dictadura rechina sus dientes.
Está herida. Y más peligrosa que nunca. No se pierda la resolución. A fin de
cuentas, es imposible. Usted también forma parte del desenlace.
* Como en ocasiones anteriores,
esta semana cedemos nuestro espacio editorial a una columna de especial
interés.
Por Leonardo Padrón
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