lunes, 1 de febrero de 2016

EL PAÍS VERSUS UN RÉGIMEN HERIDO

Venezuela sufre de exceso de velocidad. No hay tiempo para tomar aire, reclinarse, cerrar los ojos, pensar en planes personales. Esa no es una opción. No hay chance para el sopor. La realidad tiene otras aspiraciones. La realidad, el huracán, la caída. Marque con una equis el sinónimo de su preferencia.

Las noticias parecen disparadas desde una AK47. Sin piedad. Sin control. A cada tanto ocurre una primicia que desbanca a la otra.


Es un duelo entre dos bandos. El país versus el régimen. Una contienda que promete insomnio para todos. Una garantía de emoción. Una narración trepidante. Todo en este 2016. No se lo pierda. Suspenso, acción, nervios en vilo. Un coctel que contiene altas dosis de violencia, drogas, lavado de dinero, corrupción. Todo a un ritmo incansable. Es la historia de una extravagante revolución socialista que se juega sus últimos días. Una súper serie que no tiene parangón. Diecisiete años de un argumento que acelera frenéticamente sus episodios.

El régimen, herido de muerte por la contundente y adversa manifestación del país, se revuelve furioso en su charco de venganza. Se levanta del suelo a tientas. Arroja escupitajos de rabia a su alrededor. Lanza golpes de verbo y de estado. Hace trizas la decisión de las mayorías de elegir 112 diputados opositores. No acepta estar fuera del palco de ganadores. Arrebata los derechos recién conquistados. Sabotea. Impugna. Grita desacato. Dice cabrón. Dice nunca. No volverán. No le importa que todo se convierta en escombro. Su orgullo es inconsciente y monumental.

El país dijo cambio pero los cabecillas de la revolución clausuran sus oídos y afilan su veneno. No admiten el mandato popular. Cambiar implica el fin de su imperio. Desmontar las consignas. Regresar al resentimiento. Perder el chorro de dinero. No quieren. Se han diseñado en estos años para el saqueo y la impudicia. Han chapoteado largamente sobre el petróleo y no quieren salirse de la gigantesca piscina. Se han hecho hedonistas. Adictos a la lujuria del poder. Decir revolución también es una forma de ganarse la lotería. Apuestan por la fiesta infinita. Cambiar es perder, renunciar a los privilegios, retomar la normalidad. Pagar por sus crímenes, quizás. Y en su afán por sobrevivir ignoran el designio del pueblo. Desconocen más de 7 millones de votos. Decretan la guerra a muerte.

Y así andamos. A toda velocidad. Bajo una lluvia de granadas que caen sobre la economía del país. No importa la escasez. Declaran que la inflación no existe. Aconsejan sembrar cebollín en los balcones. Viva Chávez, las colas siguen. Patria o Muerte, la morgue se colapsa. Comuna o nada, hambruna y mucha. Viviremos y venceremos, enfermaremos y moriremos. Todo ha sido una gran estafa, una burla de la historia. La escenografía (¿la patria?) vuelta un estropicio. La constitución caída en algún albañal. Es el capítulo del vértigo. El enfrentamiento decisivo entre el país y el régimen. Y mientras tanto, la vida convertida en emboscada y crisis. En agobio y basta.

La dictadura rechina sus dientes. Está herida. Y más peligrosa que nunca. No se pierda la resolución. A fin de cuentas, es imposible. Usted también forma parte del desenlace.

* Como en ocasiones anteriores, esta semana cedemos nuestro espacio editorial a una columna de especial interés.


Por Leonardo Padrón

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@Mivzlaheroica