El país se cae a pedazos y las
colas se convierten en tortura inútil,mk9HMijk_400x400 pues nada hay ya que
comprar. Los bolsillos de la gente del común están perforados por una inflación
que va rauda y veloz hacia hiperinflación. Escasea el agua, el fluido
eléctrico, el gas, la comida, los medicamentos, los repuestos, los cauchos, las
baterías, los insumos industriales. El “no hay” es la respuesta que recibe el
consumidor doquiera que va. El sistema de salud está gravemente enfermo. Las
epidemias nos comen vivos. Las morgues se atiborran de víctimas de la
inseguridad. Los policías caen como moscas. Los cementerios no se dan abasto.
Algunos sectores, convenientemente controlados por el gobierno, reciben
aumentos salariales que usted y yo ni soñaríamos en obtener. Los enchufados
siguen chupando como sanguijuelas. El narcotráfico aumenta operaciones y se
infiltra a todo nivel.
Esas desgracias y otras pasan.
Mientras, el oficialismo, con ayuda de otros poderes públicos, se dedica a
sabotear a la nueva AN, elegida por un pueblo que votó y gritó por un cambio.
Por deformación profesional, me
calo todas las alocuciones gubernamentales y todos esos horripilantes programas
que transmiten los canales sometidos al yugo oficialista en los que sus anclas
no obsequian su procacidad y desprecio. Si uno se fija en el guión de esas
teleculebras, entiende cuán poco ha comprendido el aparato rojo rojito lo que
pasó el 6D y, menos, las penurias que padece el pueblo multicolor. La bajada de
los retratos mal puestos en el Palacio Legislativo generó en los liderazgos
carmesíes un (fingido) ataque de caspa, aunque a la gente del común le pareció
un asunto intrascendente. Una más de tantas babosadas con patas. Podemos
discutir horas, escribir gruesos tomos sobre la violación a las normas del
manejo del patrimonio nacional que supuso tapizar el Palacio Legislativo con
más de 120 imágenes para hacer de ese espacio una suerte de templo a un culto,
con características de secta. Nada de eso es importante en un país que ya no
está al borde de un barranco, sino que cae estrepitosamente por él.
Los liderazgos oficialistas se
han propuesto obstaculizar la labor legislativa. El miedo es libre. No puede
importarles menos el país. Total, ya lo exprimieron. ¿Duermen cual bebés? No lo
creo. Los índices crecientes de pobreza los acechan. Venezuela está rota. Y
quebrada. Y ellos la lanzaron por el precipicio, hacia los infiernos.
Conozco bien a muchos de los
legisladores de la bancada de la mayoría. Les abunda la inteligencia, la
formación y la astucia. No son cogidos a lazo y de gafos no tienen un pelo.
Sabrán lidiar con trucos de bucaneros como el uso de sentencias procaces cuyo
único fin es paralizar al Legislativo Nacional, para que el oficialismo siga
desbaratando y eludiendo su responsabilidad en este caótico estado de cosas. La
distracción es santo y seña. El gobierno se defiende pero no mueve un dedo para
solucionar los dramas que acucian a la población. El oficialismo sólo usa su
hojilla mellada, que ni pasa ni repasa.
Huelga resaltar que aquí no habrá
guerra civil. Para tal barbaridad, el oficialismo precisaría de algo que
carece: sólido piso político popular. Tendrá armas pero no se puede hacer una
guerra sin argumentos y con un pueblo aburrido de tanta consigna barata que ni
moja ni empapa.
La cosa política arde. Ello no
sería problema para el oficialismo si Venezuela no navegara en la más precaria
situación económica. El populismo requiere dos cosas para triunfar: un líder
cautivante y un montón de plata. No tienen ni lo uno ni lo otro. De allí esta
torpe t desesperada estrategia de leguleyos baratos. Esa estrategia proseguirá.
Es paralelo de perdedores. Hay que enfrentarla y también esquivar las bombas
quiebra patas. Seguir la agenda. Es por allí el camino.
Por: Soledad Morillo Belloso
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