Le robamos el título a una cita
del presidente y fundador de Vallas, Carlos Estrada Bertorelli. Aunque suene
crudo, es cierto, los venezolanos somos arquitectos de nuestro propio infierno,
muchos compartimos con el Gobierno cierta responsabilidad sobre la crisis, si
no por nada más, porque algunos que ahora se quejan, votaron por él.
Nuestra cultura pauta nuestra
conducta, dictamina cómo nos portamos, qué consumimos y cómo trabajamos,
incluso determina hasta cómo y por quiénes somos gobernados. Vivimos como somos,
y “no somos suizos”, como dijo Manuel Peñalver. Somos una mezcla histórica de
europeos, indígenas y esclavos africanos, unos más, otros menos.
Las raíces culturales del atraso
y del sub-desarrollo fueron establecidas en 1958 por Edward Banfield, en “Las
Bases Morales de una Sociedad Atrasada”. Más recientemente, en “La Riqueza y la
Pobreza de las Naciones”, David Landes concluye que el éxito o fracaso de una
economía obedece a la cultura del pueblo más que cualquier otra variable.
Empeño, trabajo, tenacidad, honestidad y tolerancia serían las cualidades que
marcan la diferencia. Y de estas, carecemos muchos.
La tecnología ni el dinero, por
si solos, nunca podrán levantar el estándar de vida de una sociedad, si no
viene acompañada de valores y hábitos que conduzcan al desarrollo diría
Vladimir Lenin. Esto ha sido comprobado por el fracaso de las reformas agrarias
de los años 60 en países hispano americanos que en nada lograron industrializar
el campo.
La conquista en Hispano América
produjo una mezcla de sumisión y rebeldía que –sumadas a las pretensiones de
quienes acompañaron a Colón en sus travesías–
se traducen hoy en lo que somos. Sociables, alegres y rocheleros. “Pata
e’ rolo”, diríamos; informales, impuntuales, improvisados o espontáneos, como
quiera decirlo, hasta anárquicos. Las normas nos incomodan; somos conformistas
(“10 es nota y lo demás es lujo” decíamos cuando muchachos), pícaros, quizás
muchos, poco éticos, dependientes, vivimos en casa hasta los 30 años y le
pedimos todo a papá, al patrono o al Estado, sumisos, aunque refunfuñemos, nos
resignamos, rebeldes pero “jalabolas” y muy envidiosos, perdonamos el fracaso
pero el éxito nunca. Así somos, aunque nos duela admitirlo.
Como trabajadores, despreciamos
el servilismo porque nos hace sentir esclavos. La calidad y la excelencia nos
eluden porque la vida no puede ser tan bella ni perfecta, menos si no lo es en
el rancho donde vivimos. Como gerentes, aceptamos lo anterior sin enfrentar los
perniciosos efectos y retos de una contra-cultura que marca nuestra propia
manera de ser. Y como ciudadanos, aceptamos la corrupción y los malos gobiernos
como norma de vida. Y para colmo de males, según estadísticas del INE, la
educación promedio del trabajador venezolano apenas alcanza el 6° grado. Esa es
la fuerza laboral con la cual cuenta el país para salir adelante.
Pero nadie está libre de pecado.
Como dirigentes o empresarios, nuestro pasado histórico, nuestra crianza y
educación, y nuestro propio contexto socio-cultural nos inclinan a sentir que
el destino está predeterminado, que no podemos cambiarlo, más cuando la
dinámica diaria nos absorbe y la crisis nos deprime. “Como vaya viniendo, vamos
viendo…” decimos, y navegamos hacia donde sople el viento. ¡¿Pero a dónde nos
lleva?!
Nos comimos “el excremento del
Diablo” como llamó al petróleo Pérez Alfonzo. Y ahora estamos metidos en este
embrollo. Si no formamos parte de la solución, somos parte del problema.
Decidamos.
Por Francisco J. Quevedo
me gusto mucho ler esta carta es case una sátira del compuesto de la sociedade venezolana claro con otras alternativas que las hay pero con la hora de pensar es ahi donde todo se friega pero bueno ahora con todo este embrollo que se vive en venezuela se espera que hayga en el futuro otra realidad de piensamento un saludo muy especial a quien escrebio este texto de veras muy bueno
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