miércoles, 5 de agosto de 2015

VENEZUELA HUMILLADA

Hace rato que estoy con la letanía de que Venezuela vive el peor momento social, político y económico desde el descubrimiento hasta nuestros tiempos. Me sorprendió leer unas declaraciones en la misma línea de uno de los ex militares que participó en el fallido intento de golpe de estado de 1992. La sorpresa viene de pensar que el silencio de esos que se consideran originarios del proceso político que sufrimos los venezolanos parecía avalar el desastre que padecemos.
Lo cierto es que el país no es solo un territorio con unos límites geográficos y una cierta cantidad de riquezas.
El país es sobre todo una sociedad que habita en ese territorio y que lo considera el ámbito natural para el desarrollo de su persona y el de su familia. Ese acuerdo según el cual vivimos juntos en este territorio para contribuir al desarrollo de una república que sea capaz de valerse por sí misma y pueda llamarse soberana en su toma de decisiones, en sus posibilidades de subsistencia, en marcar el norte hacia el desarrollo que garantice, en una especie de círculo virtuoso, mantenerse a la par o por encima de sus vecinos para poder, precisamente, defender esa soberanía.

Una mirada a esa Venezuela que ha producido para la clase política que la dirige en los últimos dieciséis años más del doble que los ingresos que tuvo la república entre 1811 y 1998, genera una dolorosa sensación.

Por doquier se observan los signos de una sociedad sometida a vejaciones de todo tipo. Los derechos de los venezolanos quedaron para ser enunciados en la constitución. No hay una sola institución del estado que se preocupe por darle validez a ese libro fundamental y responderle a los venezolanos por las promesas de superación que se les hicieron hace ya 17 años.

Produce indignación un video que se volvió viral en el que una anciana de más de ochenta años llora por la gravedad de la situación que le ha tocado vivir, especialmente cuando parecía que ya había vivido todo lo malo que le tocaba vivir. La respuesta del gobierno, culpando a una guerra económica es un insulto. Debe ser esa la subestimación que Maduro confiesa se hizo del pueblo. Creerlos tan pendejos como para irse a comer semejante mentira.

Es humillante ir a una panadería y encontrar un papel que indica que no hay el producto. Que los incapaces que conducen la economía no tomaran en cuenta el debido manejo de los inventarios para garantizar la limosna en divisas que otorgan para el trigo. ¿Cómo puede un gobierno que lo controla todo, culpar a los demás de sus graves desaciertos?

Es humillante ir a un centro asistencial y que no se le preste a la persona los servicios de salud que le garantiza la constitución. Por el contrario, hay largas colas de espera para operaciones no electivas (obligatorias), no se encuentran las medicinas, el personal debe atender a los pacientes con los pocos implementos con los que cuentan. Nuevamente, la incapacidad de los no economistas que manejan la economía se pone en evidencia. De ahí que veamos como reaparecen enfermedades incurables y la gente debe contentarse con el remedio que se consiga.

Es una humillación que los bachilleres que recién terminan sus estudios sean desplazados por unos burócratas que renuncian a los criterios académicos y buscan imponer por la vía de la fuerza unos mecanismos claramente partidistas para favorecer a su clientela. El derecho al estudio garantizado por la constitución y la autonomía universitaria son planchados olímpicamente por unos politicastros que no tienen en su mente otro asunto que la revancha.

Es una humillación mayor tener que ir a buscar a un familiar a la morgue. El derecho a la vida es el menos garantizado por esta clase política minusválida y atrasada. El número de asesinatos debe estar cercano y hasta puede ser superior a la sumatoria de todas las muertes en guerras en todo el planeta durante los últimos dieciséis años. Ante el impacto que este tema está teniendo en las encuestas se inventan un remedio de última hora que de ninguna manera va a resolver un problema de mucho mayor envergadura que lo que alcanzan a ver los burócratas a cargo de la seguridad.

Los servicios públicos nunca habían estado tan mal. Es una humillación quedarse sin agua y sin luz al mismo tiempo. Que el servicio de internet sea el peor del hemisferio, que la recolección de basura se vea afectada porque el control de cambio no permite mantener el adecuado nivel de inventario de repuestos para los camiones recolectores.

Humillación sufren los viejitos que viajan a sus países de origen y tienen que rogar se les otorgue una tarjeta de crédito en un banco del gobierno para poder usar su dinero en el exterior. Humillación es ese control de cambio que ha convertido al venezolano en ciudadano del cuarto mundo. Una persona que no puede contar con sus recursos en cualquier lugar del planeta cuando así lo requiera.

Esta clase política que llega al poder bajo la promesa de reivindicar a los venezolanos no ha hecho otra cosa que someterlos a humillaciones permanentes. Una cola para todo lo que se necesite. Una humillación para tratar de medio mantener una calidad de vida que los mantenga un poco por encima de los países más pobres del continente.

La dignidad del venezolano ha sido pisoteada por una clase política que viste trajes importados de primera calidad, que disfruta de vehículos lujosos para los cuales se les asigna chofer y guardaespaldas, que no tienen que hacer ningún tipo de cola ni pasar por las humillaciones que sufren los venezolanos de a pie.

He ahí el terror que le tienen a las elecciones. Esa es la llorona de Jaua. Alguien le hizo saber que el pueblo no les cree lo de la guerra económica, que se resiente de las colas, que no aguanta la inseguridad, que no desea seguir viendo el deterioro acentuado de su calidad de vida.

Y ese pueblo sabe, que así como en 1998 despachó a una clase política que había perdido la capacidad de sintonizar con sus expectativas, tiene ahora la oportunidad de usar el voto como ese castigo al que más temen los que ejercen el poder haciendo caso omiso del clamor de los ciudadanos.

¡Alea jacta est!


Por José Vicente Carrasquero A.

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