Somos una nación plagada de
falsos dilemas. De leyendas. De mitos. Nos creemos ricos. No lo somos. Nos
creemos desarrollados. No lo somos. Nos creemos víctimas inocentes. Somos
víctimas de nuestra propia torpeza. De nuestra mitomanía. No nos gusta ver la
realidad. Si uno dice algo doloroso, automáticamente saltan cientos a acusarnos
de derrotistas, de depresivos, de pesimistas.
Pocas palabras han sido tan
prostituidas en Venezuela como el vocablo “esperanza”. Nos permite
escabullirnos de nuestra cuota parte de responsabilidad. Nos la pasamos
esperando. Esperando que llueva o deje de llover. Que suba el precio
internacional del petróleo. Que la mata dé buenos aguacates, mientras nos
sentamos a ver si el gallo puso.
Claro que tenemos un país
físicamente fantástico. Pero que no explota ni sus potencialidades ni sus
talentos. Cada quien se ocupa de lo suyo. Y lo que haga el gobierno, éste o
cualquiera, nos suena a más de lo mismo. Pero no hacemos nada para que deje de
hacer lo mismo. Nos hemos persuadido que alguien tiene que hacer el cambio. Y
vemos todas las dinámicas sociales como gallina que mira sal. No somos
derrotistas pero sí exhibimos una altísimo grado de resignación. Nos dejamos
pisotear. Así nomás. Hacemos mansamente colas para cualquier cosa. Nos
acostumbramos al “no hay”. Claro, nos quejamos. Pero de tres o cuatro gritos y
mil tuits no pasamos.
A lo peor a lo que nos hemos
habituado es a la indecencia. En la ética y la estética. En el ser y el hacer.
En nuestras propias narices nos roban y ya ni nos asombramos. Nos resbala por
la pendiente de la indiferencia. El gobierno nos miente con descaro, lo
detectamos, lo sabemos, y, sin embargo, no hay sanción moral ni qué decir de la
ausencia de sanción judicial. Por supuesto que hay pitas y pintas que expresan
claramente el rechazo. Luego ese disgusto nos lo guardamos en el bolsillo roto
por la inflación. El país está sembrado de fábricas cerradas, de comercios
vacíos de mercancías y el “hecho en Venezuela” es hoy una frase de nuestra
biblia histórica. El trabajo mejor remunerado en nuestro país es hoy el
bachaqueo, con un rendimiento con muchos ceros superior al salario mínimo legal.
En disciplina económica, el bachaqueo no es sino arbitraje, pero el problema
está en que como tal el bachaqueo no agrega valor al producto. Es el mismo
arroz, la misma leche, o harina, o papel toilette, pero haciendo una menor cola
y pagando diez veces su precio regulado.
Ahora el tema es Guyana. Es la
nueva moda. Alguien seguramente compone una gaita que será número 1 en el hit
parade. Con el acuerdo con Irán más petróleo entrará al mercado, con lo cual
nuestro petróleo valdrá menos. Ese tema cuenta con el silencio del gobierno.
Pero, eso sí, vino Piedad Córdoba con turbante de lustre a darnos lecciones de
respeto a los derechos humanos.
Adelante con los falsos dilemas.
Adelante con el gatopardo. Sale el tren del progreso y seguimos sin montarnos.
Por: Soledad Morillo Belloso
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