Es un sentimiento que mezcla
dejadez y desesperanza, lo que se respira en el país de la dictadura chavista
de Maduro y Cabello.
Nuestros destinos, en las manos
de los herederos de un desastre el cual están convencidos que hay que
multiplicarlo y profundizarlo. Todas sus decisiones y sus indecisiones son
desastrosas y la gestión de la crisis, ésta que engendró Chávez, se hace
despreciando la más mínima concertación y huyendo del más elemental sentido
común.
Sin duda una brutalidad que
traduce la debilidad de quienes dirigen los destinos de los venezolanos.
Atrás quedaron las nociones de
ideología y militancia política, para entrarle de manera frontal a una ruptura
moral y cultural. Un drama, que lleva consigo el ADN de la izquierda
venezolana, cuya ambigüedad ante la represión y el fin de las libertades, van
de la mano con las insensatas razones que llevaron a socialistas y comunistas
venezolanos a hacer todo para que Chávez alcanzara el poder.
Luego la dictadura echó raíces y
ya la interrogante de la legitimidad jurídica y política, de la Junta, no se
plantea. Es una evidencia que no hay gobierno y no sólo por incapacidad
manifiesta. Nada se hace en el sentido del interés común.
Ante ese escenario de
destrucción, vuelven al país, líderes extranjeros, en el ocaso de sus carreras
políticas a plantear la necesidad de un fantasmal diálogo y de unas enésimas
elecciones.
Mientras el país entero, vive
sumido en la estrategia del escenario artificial, que raya en lo caricatural si
no fuera por lo dramático de la situación que padecen actualmente los
demócratas venezolanos.
La llamada guerra económica es el
más falso de todos los actos de la administración Maduro. Controlar la
inflación, detener la devaluación de la moneda, abolir todos los controles,
relanzar la productividad, promover la industria privada y la libre
competencia, sigue siendo un problema esencial.
Bajo la fachada de una falsa
voluntad de enfrentar los males que afectan al país, la dictadura esencialmente
actúa por reflejo ideológico. Alimentándose por el sectarismo odioso de la
izquierda y animada por ese poder cobarde que solo se preocupa por sus cálculos
destructivos.
Así se resume la historia que
ilustra al actual régimen. Un agente extranjero, nos gobierna, mediante la
mentira, la huída hacia adelante y una mórbida arrogancia. Altivez ésta que ha
convertido al país en un enorme charco de sangre y ha hecho que la martirizada
generación política de relevo, opte por la huelga de hambre, como herramienta
de protesta si no definitiva, al menos de las más radicales que un ser humano
pueda adoptar.
Por Luis DE LION
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