”…El tema es no-convertir el
destierro en desarraigo; en huida, en olvido, en desprecio-país. ..”
En una entrevista concedida por
“El Pollo” Brito, el cantante de “quiero para ti una casa bella”, dijo algo que
al rompe me retrajo. Cuando uno va “a caballo” por tierras eslovacas o
germanas, escuchar o leer a Venezuela -al decir de la gaita- nos hace un nudo
en la garganta y el corazón se nos salta. ¿Qué dijo El Pollo Brito que encendió
mi musa (y mi nostalgia)? Os cuento.
Brito dejó su programa de TV,
porque “estoy cansado de hablar de artistas extranjeros y ya está bueno de
dejar aparte a Venezuela”. Al fin un venezolano sacrifica privilegios por
dignidad. Y no los de él. Los de todos. De pronto -místicamente- leyendo el
tweet, “moliendo café” se escucha al fondo en plena plaza roja de Moscú donde
estaba. Sentí en el pecho el trancaíto de arpa, cuatro y maraca de los maestros
Blanco y Figueredo, que de niño aprendí tocando guitarra en la academia
Fischer. Y asenté. Cuánto hemos desabrigado a Venezuela. Cuánto anteponemos
nuestros intereses, nuestras ganancias, nuestros gajes. Cuánto dejamos de lado
un mínimo de piedad por nosotros mismos. Cuánto irse, sin más. No me excluyo.
Yo también me e ido, aunque a medias, pero me he ido. No basta querer o
recordar al país degustando una arepa en Noruega o un pabellón criollo en
Montreal. Hay que sentirla más. Cuánto encubrimos por nuestra pasividad e
indiferencia. Cuánto nos estamos pareciendo a Cuba, cuando decíamos que no
repetiríamos esa historia. Porque los cubanos se marcharon con la llegada de
Castro, por tener a la vista toda una ringlera de barbarie, paredón y despojos,
donde estaba de por medio, la vida y la libertad. Y antes de morir de mengua,
asesinados o tras las rejas a perpetuidad, migraron. Pero nosotros, al llegar
Chávez, ¿estábamos en la misma encrucijada? ¿Cuántos apoyaron su ascenso al
poder? ¿Cuántos participaron de sus decisiones y bacanales? ¿Cuántos aun se la
gozan, raspando el peltre? ¿Cuántos se van sin haber cometido el “pecado” de
lanzar la primera piedra por su país? ¿Cuánto hemos cooperado de manos caídas?
Lo mantengo. Venezuela no es
Cuba. Ni en lo social ni en lo político. Menos en lo demás (economía,
geografía, historia, protagonistas). En nuestra fibra libertaria va el brío y
el empuje de hombres como Miranda, Vargas, Páez, Piar o Mariño. Carácter que
llevamos en la sangre y nos hace especialmente contestatarios, obstinadamente
indómitos como Guaicaipuro y paranoicamente rebeldes como Boves. Pero también
llevamos la nobleza e hidalguía de Bolívar o Betancourt o la pluma de Bello,
Gallegos o Uslar. Y esas virtudes no guardan parangón con el saqueo republicano
que hemos sufrido y -atención- aceptado y permitido. Ya Herrera Luque había
alertado que de esa paranoide combinación de irreverencia y mantuanidad, no nos
quitaríamos de encima la anarquía, la ingratitud y la violencia, alertada en la
huella perenne de los “viajeros de Indias”. Y aquí viene a cuento el comentario
de Brito. Es el hartazgo de tener a Venezuela de última en la lista. Duele
decirlo. Más escribirlo. Pero es la verdad. El cantautor encendió la polémica
cuando renunció a Venevisión. No por un desencuentro banal con Cisneros y sus
noticieros, sino por la línea fatua del programa de Carregal, que más le
importa que “Justin Bieber se pinte el pelo o a Kim Kardashian se opere”, que
mencionar siquiera por torpeza, al talento nacional. Brito se cansó de tener a
los venezolanos expatriados y yo agregaría, ignorados enajenadamente, mientras
pasa mucho o no pasa nada en Venezuela. Claro está. “The show must go on”. Pero
ya está bueno de ir por la vida negando nuestra identidad, endosando deberes y
haciendo maletas, porque primero soy yo…
Por favor, no se me ofendan. Irse
es un derecho y una opción plausible. Machar en defensa de la vida de sus hijos
y la propia, haciendo futuro, es valido. De hecho este columnista lo hizo por
ellos: por mis hijos. Pero el tema es no-convertir el destierro en desarraigo;
en huida, en olvido, en desprecio-país. Es mantener vivo el amor por el país,
denunciando lo que toque denunciar. No desdiciendo de nosotros. No
avergonzándonos de nuestra prosapia, porque la gran mayoría no somos cómo
quienes nos gobiernan. No podemos seguir apáticos mientras Leopoldo y a otros
se les va la vida en la cárcel. Seamos serios y comprometidos. Hay una tercera
vía a la vista. Caminemos por ella. No deleguemos más. Porque sí se puede.
Porque hay reservas. Porque ya basta depredación, treta y complicidad. El resto
-nosotros- reharemos la historia. Hablar mal de nosotros o no hablar lo que
toca, es claudicar. Como calla y claudica la MUD, como callan y claudican los
noticieros del país, al no decir lo que sí dicen, El Herald, Wall Street
Journal o NY Times.
Detrás de esa casa bella “de
rosas y claveles al entrar” está Venezuela. Un país que nos implora quiéreme y
haz por mí lo que harías por ti y por tus hijos. Porque fin de cuentas, todo
comenzó ahí y debe terminar ahí. Nos vemos pronto. Está bueno ya. Me regreso a
Venezuela…
Por Orlando Viera Blanco.
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