Y sigue el descontento en
aumento. Pero, el del pueblo chavista que, insisto, no está satisfecho con la
gestión –y el desastre- de Nicolás. No les gusta Maduro y ya no se lo callan.
Ni lo defienden, ni lo apoyan como antes. Incluso, no se eximen de poner en
duda la última voluntad del difunto. Tampoco entienden por qué les pidió votar
por alguien que, ni remotamente, se parece a su “comandante eterno”. Es tanto
el desencanto del soberano “rojo-rojito” que los aferrados al poder, ya no
saben qué inventar para prolongar la estadía en sus cargos, esas posiciones de
las que han sacado tantas prebendas y les han permitido una vida de lujos y
despilfarro.
La tarea no está fácil porque no lograrán convencer al pueblo
“rojo-rojito”-ese que pasa horas en colas para comprar un pollo o un kilo de
harina de maíz- que la cúpula del desgobierno vive del sueldito quince y último
que les paga el Estado. Es que ni usando como estrategia de campaña afiches con
las fotos de Cilia o Nicolás, frente a Mercal o el Abasto Bicentenario,
haciendo su cola kilométrica para comprar un kilo de café o un paquete de
pañales -según el último número de la cédula- lograrán bajar los niveles de
“calentera” que siente ese pueblo que creyó en Chávez y, por retruque, en
Maduro. Porque, el pueblo mesmo, jamás se encontrará a los secuaces del
gobierno en la morgue reclamando al familiar que les mató el hampa, ni tampoco
peregrinando de un hospital a otro para ser curados de sus dolencias, ni
padeciendo la escasez, ni asfixiados por la inflación. Porque la gente que está
enquistada en el desgobierno, no tiene ni ganas, ni intenciones de abandonar
sus curules ni sus posiciones de poder para darle paso a la generación de
relevo. Los enquistados quieren seguir gobernando, no para beneficio del
pueblo, sino propio.
El soberano rojo-rojito, ese que
¿amó? a Chávez, no está contento. Y sus quejas son cada vez más parecidas a las
de aquellos que están en el bando de la oposición. La contrariedad les aumenta
en la misma proporción en la que pierden libertades y calidad de vida. El
círculo de deterioro aumenta metiendo en ese diámetro a quienes creyeron en
esta revolución. Las divisiones y las fracturas en el chavismo son públicas y
notorias, aunque se empeñen en disfrazarlas. Este parapeto no tiene esqueleto y
amenaza con desplomarse. Y ellos, los que hoy ostentan el poder, saben de la
amenaza y del riesgo que supone perder popularidad o unas próximas elecciones.
Lo que está en juego es mucho más que la “buena vida” lograda de una manera
cómoda –por no decir corrupta. Entonces, un escenario donde el pueblo
rojo-rojito, ese que amó a Chávez, no los apoye, es algo que los tiene
asustados. Al lujo, al confort y la abundancia se acostumbra hasta el ñángara
más radical. Incluso esos dirigentes –hoy bastiones de esta revolución- que
antes vivían en Artigas o andaban en autobús, y que hoy la riqueza les brota por
los poros, y no se preocupan en ocultar. Que se les cierre el maná y que tengan
que viajar menos al extranjero, o ya no tengan tanto acceso a los dólares
preferenciales, o que tengan que reducir la cantidad de guardaespaldas, o
desprenderse de uno de sus carros de lujo, o llevar a la mitad el closet con
ropa de marca, los debe tener preocupados. Porque el pueblo chavista está que
arde, de a tirito, de a toque. Y cada vez cuesta más arriarlo a los actos, a
las concentraciones e incluso a las mesas de votaciones.
Los chavistas, esos que siguieron
al difunto presidente, ya no están tan dóciles. Tampoco quieren seguir viendo
las mismas caras rotando de un ministerio a otro. O empotrados en una curul. Ya
los conocen porque han tenido 16 años para demostrar sus fracasos. El
desgobierno y su cúpula están conscientes de la pérdida de popularidad y
seguidores. Por eso, las divisiones. Por eso, los enfrentamientos. Por eso, el
desespero. Por eso, los reclamos. Por eso, el nerviosismo…por eso: rodarán
cabezas y se fracturarán lealtades. Saben que tendrán que sacar la maquinaria
pesada para remontar los números y salir victoriosos en las parlamentarias -si
acaso llegan a realizarse, aun cuando sigan insistiendo mis dateros que serán
en diciembre. Por eso, en pocos días volveremos a oir el jingle pegajoso y
emotivo. Desempolvarán los discursos de Chávez. Se aferrarán a él como última
salida. Por eso, de nuevo, tapizarán a Venezuela de corazones: para recordarle
a los chavistas que están a punto de desertar, que Chávez es el “Corazón del
pueblo”.
Pero, ni con eso lograrán aplacar
las cada vez más frecuentes manifestaciones de rechazo de sectores que en algún
momento fueron partidarios del oficialismo. Aumenta el número de chavistas que
está migrando a los grupos surgidos del divorcio o las rupturas
–irreconciliables-con el PSUV. El pueblo rojo rojito ya no comulga con la misma
devoción con las acciones de sus dirigentes y está perdiendo la fe en la misma
medida en la que pierden poder adquisitivo.
El desgaste de los actores
políticos del chavismo es evidente, y así lo sienten quienes ven a Maduro y su
combo, como los únicos responsables del viraje –o la caída en picada- que sufre
la revolución. Sin duda, hay todavía quienes verán en Chávez al pater familia
que los sacó del abandono y los hizo visibles. Para otros, para quienes nos
opondremos siempre a este modelo comunista y antidemocrático, el difunto
comandante no será más que un histrión megalómano que supo movilizar a las
masas a su antojo, para consolidar en nuestro país un modelo fracasado, que nos
hunde en la miseria. Esa, por siempre, será la gloria y la condena del
chavismo. Y los que un día fueron rojos-rojitos verán a Nicolás como la
terrible consecuencia de una gestión que está a punto de hacer implosión.
Por José Domingo Blanco
@mingo_1
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