No, no me acostumbro. No, no me
resigno. No quiero, ni puedo. Jamás aceptaré como “normal” que en Venezuela se
asesine por cualquier razón, hasta por sinrazones.
“Nos están matando y nadie hace
nada”, gritaban los empleados del Hospital JM de los Ríos el miércoles pasado,
luego de que el oncólogo Jesús Gerardo Reyes Kattar apareciera asesinado de dos
puñaladas en su apartamento. Al parecer, el doctor Reyes fue secuestrado el
martes cuando salía de la guardia en el Hospital de El Llanito y lo obligaron a
ir a su casa. El cadáver estaba maniatado. “Reprochamos todas las acciones
violentas que están pasando actualmente. Cuando matan a un médico es dolor es
mayor, porque él pudo haberle salvado la vida a los familiares de esos
asesinos”, declaró Ruth Álvarez, delegada sindical de Hospitales y Clínicas del
país. Pero el gobierno continúa impertérrito ante la avalancha de asesinatos.
¿Se creerán invulnerables, acaso?
Si se creen invulnerables son
unos idiotas. Bastantes muestras de
horror hemos tenido. Deberían pensarlo con cabeza fría y dejar los fanatismos
de lado. Ya han asesinado a unos cuantos miembros de los organismos de
seguridad del Estado como para seguir con las ideologías y no considerar cuánto
riesgo corren las vidas de todos. Y es que no sirve ni el estar armado, ni
tener escoltas, ni andar en carros blindados.
La libertad con la que actúa el
hampa –mientras que los ciudadanos vivimos encarcelados, literalmente- hace
pensar o que al gobierno le importa en lo más mínimo que se masacre a la
población, o que de alguna manera forman parte de los asesinatos. En cualquier
caso es dantesco. Que a un gobierno no le importe que maten al pueblo es un
horror. Como también lo es que la inseguridad sea política de Estado. ¿De dónde
han salido tantas armas? ¿Cómo es posible que haya un sector de la población
armado hasta los dientes, mientras que las policías poseen unas modestas
pistolas?… Recuerdo un secuestro con persecución que terminó a tiros en una
calle ciega de Los Palos Grandes hace un par de años. Los delincuentes tenían
ametralladoras y granadas ¡armas de guerra! Y los Polichacaos disparaban con
sus Glucks… ¡qué disparidad! ¿De dónde sacan armas de guerra? Yo tenía
entendido que las armas de guerra solo se conseguían en CAVIM. ¿Quién se las
da, entonces.
Unos días antes del asesinato del
oncólogo, dos jóvenes músicos pertenecientes a El Sistema de Orquestas fueron
asesinados. El sábado 9 de mayo, el adolescente Jimbert Jarlo Gabriel
Hernández, violinista de la Sinfónica Juvenil del Núcleo de Montalbán y miembro
del coro, fue asesinado cuando acompañaba a su padrastro a abrir un local de
venta de frutas y hortalizas, cuando “gatillos alegres” que estaban en el lugar
dispararon en distintas direcciones.
Menos de veinticuatro horas
después, otro músico, Carlos Daniel Hernández, de 13 años de edad, fue
asesinado en Cantaura, Estado Anzoátegui. Pertenecía a la Orquesta Sinfónica
Infantil del municipio Freites, y estaba próximo a ingresar a la Orquesta
Juvenil por su excelente desempeño como tubista. Falleció escudando a su madre,
quien también resultó herida, pero ya está fuera de peligro.
Y así como ellos, cientos de
cadáveres ingresan a las morgues del país. Uno y otro y otro y otro. Y las
autoridades, como si nada. Al único que trató de hacer algo en los últimos
años, (aunque no es santo de mi devoción) el exministro Rodríguez Torres, lo
destituyeron. Irónico, por decir lo menos. El “consuelo de tontos” es la
llegada del CICPC y la designación de fiscales para investigar. Muy
rimbombantes. Muy “diligentes”. ¿Para qué? Ninguna de las dos acciones sirve.
Ninguna de las dos acciones resucita a los muertos.
La prevención, simplemente, no
existe. La educación tampoco. Ninguna de las dos soluciones potenciales para el
problema de la criminalidad desatada son viables. Pobre Venezuela.
Un país donde asesinan con total
impunidad a la gente valiosa es un país sin presente y sin futuro: ambos están
siendo asesinados.
Por Carolina Jaimes Branger.
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