“Carlos, por culpa del burro se
pega en la albarda” solía decirme mi madre, refiriéndose que a veces las culpas
de unos terminan pagándolas otros.
Yo he aprendido a querer
Venezuela; mejor dicho a amarla, y dicen que el verdadero amor no se conoce por
lo que exige, sino por lo que ofrece. No sé si será por el hecho de que uno no
elige donde nace, pero sí donde quisiera morirse, o porque en mi caso, vine siendo un niño y aquí
me hice adulto, o si porque todo lo que soy y tengo, se lo debo a nuestro país;
pero siento un profundo amor por mi
país: ¡Venezuela!
Hoy, más que “chavista”,
“madurista”, “oposición” o “gobierno”, me siento: ¡un venezolano!, que aspira y
lucha cada día, desde su trinchera (en mi caso de empresario) para contribuir a
un país mejor, donde todos quieran venir y nadie se quiera ir. Donde todos
sientan que este es el país del futuro y no el del pasado, y donde el objetivo
sea uno solo: ¡construir el mejor país para nuestros hijos!
Sin embargo la realidad es otra,
existe una polarización y un odio que nos está distanciando no sólo como
venezolanos, sino como seres humanos; y si alguien dice, escribe o hace algo
que huela que es a favor del gobierno, o
destaca algún hecho positivo del mismo, es más que suficiente para que los de la oposición lo tilden de vendido,
corrupto, pasando a la categoría de marginal; pero esos mismos aplauden
a rabiar, elevándolo a la categoría de héroe, apenas sienten que están diciendo algo en contra del
gobierno. Lo mismo aplica para la otra parte, sólo que se cambia lo de “marginal”
por “escuálido”, y “gobierno” por “oposición”.
El criterio, en ambos lados, es muy pobre y superficial, y se pasa de
inmediato al insulto y la descalificación, o al aplauso y al reconocimiento.
¿Así es queremos construir un país? ¿Así
es el país que queremos para nuestros hijos?
Podemos pasar mucho tiempo
discutiendo de la situación del país, y muchísimo más analizándola y
explicándola; pero lo que no podemos es estar en el presente añorando o
degradando el pasado, y destruyendo el futuro. ¡No podemos cambiar lo que
fuimos, ni lo que somos; pero sí podemos tratar de ser lo que quisiéramos ser!
Para cambiar afuera, primero hay
que cambiar por dentro. Para cambiar el país, primero tenemos que cambiar
nosotros: los que formamos parte de él. La vida es hacia adelante, y el pasado
es como el espejo retrovisor de un vehículo; sólo sirve para ver lo que ya
pasó. ¡Definitivamente ya no somos los mismos que éramos, pero debemos tratar
de ser mejor de lo que somos!
Vamos a escribir las palabras:
rencor, enfrentamiento, resentimiento y venganza en hielo, y esperar a que
salga el sol de nuevo para que se derritan y se conviertan en agua pasada; y
vamos a escribir: reconciliación, trabajo, intelecto, principios y valores en
piedra y esperar a que salga el sol para que sea el punto de apoyo necesario
para levantar el futuro.
No podemos cambiar el viento;
pero quizás podamos lograr cambiar la orientación de la velas, para que no
terminemos todos sin excepción, sin rumbo y sin barco.
“Carlos todo llega, todo pasa,
todo cambia” (de nuevo mi madre); pero lo que siempre estará allí es Venezuela,
y por encima de cualquier circunstancia, situación económica o tendencia
política; somos venezolanos, y eso es bueno que nunca lo olvidemos, ya que
Venezuela más allá de lo que le hacemos, significa amigos, una familia, una
infancia, una vida, y un país …… ¡extremadamente bello!
¿Por qué la odiamos tanto?
Por Carlos Dorado
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