Maduro habla de una guerra
económica; esa guerra la libra el gobierno contra su pueblo
Fue en febrero de 1989. Carlos
Andrés Pérez asumía su segunda presidencia. La caída del precio del petróleo y
la crisis de la deuda latinoamericana causaban un fuerte efecto recesivo. En
contraste con lo dicho en la campaña, la política económica del nuevo gobierno
se basó en un drástico ajuste fiscal: cortes en el gasto público, eliminación
de subsidios a la gasolina y aumento de impuestos y tarifas. La población se
enteró de la magnitud del ajuste en la mañana del 27. La secuencia de
protestas, saqueos y represión dio la vuelta al mundo como “El Caracazo”. Hasta
el día de hoy, se desconoce el número exacto de muertos. Hasta el día de hoy,
ello continúa marcando el alma política venezolana.
Fue un febrero también, pero en
1992, en las primeras horas del cuarto día. Venezuela seguía en recesión y
crisis, exacerbada por el deterioro del puntofijismo y la llaga abierta por el
Caracazo. Un grupo de oficiales medios, organizados bajo el nombre de
Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, se rebela. Les interesa el poder. Si
bien lograron controlar varias ciudades del interior, fracasaron en apresar al
presidente y en tomar los puntos claves de Caracas, que permanecieron en manos
de tropas leales. Los rebeldes fueron derrotados, aunque en realidad habían
vencido. La capitulación del jefe golpista, Hugo Chávez, lo dejo bien en claro
en su televisada rendición: “por ahora”, le dijo al país y al mundo.
Fue todo una certera premonición:
cárcel e indulto, seguido por elección y Quinta República, el eufemismo de una
no república que —sin separación de poderes, precisamente— solo podría concluir
en un régimen autoritario y personalista. Le siguió la perpetuación en el
poder, enfermedad, muerte y sucesión, y finalmente Maduro en la presidencia.
Todo bajo la larga sombra de aquel golpe fracasado a medias, que terminó
legitimado por sucesivas elecciones y un diseño constitucional a medida para la
reproducción de ese orden político. Bajo la larga sombra de febrero.
Fue en febrero, otra vez, más
reciente, en 2014. Los reclamos comenzaron en Caracas, donde la oposición se
concentró para reclamar derechos, contra el desabastecimiento y por la
seguridad. Siguió en Táchira, donde los estudiantes se movilizaron en respuesta
a la violación de una estudiante en un campus universitario. La represión
derivó en detenciones, con los estudiantes arrestados siendo trasladados a
otros puntos geográficos. La ola de protestas se propagó a Mérida, ciudad
universitaria, y se intensificó. La respuesta fue la acción criminal de los
parapoliciales en motocicletas, asesinatos y miles de arrestos sin causa, sin
pruebas, sin régimen de visitas y con torturas.
Y esta es la introducción, porque
estamos en otro febrero y el espectro de los anteriores perdura en la memoria
de los venezolanos. Un año más tarde todo parece estar igual, solo que peor. La
pregunta no es cómo se sostiene este régimen, sino cómo se explica que no haya
caído. Una parte importante de la explicación es que la comunidad internacional
ha hecho poco, muy poco, y le ha dado este año de gracia a Maduro, Cabello y
compañía. Ha sido un año de gracia no para gobernar sino para que sus
divisiones internas y sus odios personales se diriman en el seno del propio
Estado venezolano. Uno ejecuta, supuestamente, el otro legisla, figurativamente
hablando. Es una ficción, el país se deshace día tras día.
Venezuela es una bomba de tiempo,
con una crisis humanitaria a la vuelta de la esquina
Finalmente, el Secretario General
de la OEA ha pedido la liberación de Leopoldo López y los demás presos
políticos. En hora buena que lo dijo, más vale tarde que nunca. Entonces que
los familiares de los presos le pidan que ahora actúe, no solo que hable.
Así como Calderón, Pastrana y
Piñera fueron a pedir la liberación de Leopoldo y los demás presos, que el
próximo viaje sea de Insulza y su gabinete. Que vaya personalmente a exigir en
Caracas lo que acaba de pedir en Washington. Aquí está hecha la sugerencia.
Es que Venezuela necesita más que
palabras. Venezuela está despedazada en su tejido social, no se sostiene como
sociedad. Los mitos del chavismo se han desvanecido uno por uno. La pobreza
crece; la desigualdad se profundiza; el crimen es la única actividad productiva
y lucrativa. Esta semana las colas son más largas que la semana anterior y más
cortas que la semana próxima, ya no para comprar jabón y desodorante sino para
comprar leche. Venezuela es una bomba de tiempo, con una crisis humanitaria a
la vuelta de la esquina. Desactivar esa bomba es obligación de la comunidad
internacional, especialmente de la OEA.
En Venezuela no existe más la
división de esas dos mitades a las que se refería el Secretario General hace un
año. Eso es trivial, tan trivial como hablar de crisis política para
caracterizar la coyuntura actual. Lo de Venezuela es una guerra, una guerra de
un gobierno contra su pueblo. Un gobierno que ya no solo arresta estudiantes
insurrectos y políticos de oposición, ahora también arresta médicos y dueños de
supermercados.
Maduro habla todo el tiempo de
una guerra económica. Tiene razón, solo que esa guerra la libra el gobierno
contra su pueblo. Un país en el que las mujeres pobres hacen cola durante horas
para comprar leche para sus hijos pequeños y al final no lo logran, es un país
donde el gobierno está en guerra contra su pueblo. Y estamos en otro febrero,
bajo la larga sombra de varios febreros anteriores.
Por: Héctor E. Schamis
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