lunes, 16 de marzo de 2015

EN UN PAÍS SERIO…

Es en serio, yo quiero un país serio.

En un país serio, un presidente sabría cuándo debe aceptar y corregir sus errores, jamás confesaría que habla con pajaritos que se le aparecen ni inventaría guerras que no existen. Tampoco destruiría el idioma oficial a punta de frases mal colocadas por ignorancia o solo porque desea, con maquiavélica intención, que nos focalicemos en sus deliberadas necedades lingüísticas, que no en su franca incapacidad para gobernar un país.

En un país serio, si en algún lado, donde sea, se investiga a altos funcionarios públicos por sus supuestos actos de corrupción, por sus abusos contra los derechos humanos o por estar, según se afirma, vinculados al narcotráfico, lo primero que debería hacer un presidente que se precie de serlo es mostrar su preocupación, y más allá, colaborar para que se esclarezcan los hechos y se haga justicia, caiga quien caiga. En un país serio, debería ser la justicia nacional la que se ocupase de estas cosas. Un presidente serio debería entenderlo, y también debería dejar de proteger a quien no lo merece atravesándose continuamente en el camino de la verdad.
En un país serio, ese presidente debería considerar un mérito, no una “traición” a un inasible “legado” de un ausente que ya ni arte ni parte tiene en esta historia, el hacer “llave” con sus opuestos, el ponerse de acuerdo con ellos para sacar adelante a la nación más allá de sus apetencias y posturas personales. Un presidente serio entiende que primero está el país, todo el país, y luego lo demás, y que no es grande el que encarcela, el que amordaza, el que destruye. Grande es el que libera, el que escucha, el que construye. Grande es el que suma y multiplica, no el que divide y resta. Así debe ser el primer mandatario de un país serio.
En un país serio, el presidente de la Asamblea Nacional no saldría semanalmente por la televisión con un mazo de cavernícola en la mano (la cosa parece hasta de ficción) soltando improperios y mentiras contra todo el que se le antoje, sin presentar jamás algo que al menos remotamente se parezca a una prueba de sus dislates. En un país serio, nadie le prestaría la más mínima atención, y hasta sería motivo de burlas y chanzas; pero claro, en un país serio, las ganas de llamar la atención y de hacerse ver como “poderoso” de algún oscuro funcionario no le bastarían a ningún juez serio para dictarle una orden de captura a nadie.
En un país serio, los diputados no estarían siempre tan ansiosos de que el presidente les haga el trabajo para el que se les paga, que es el de legislar. Los oficialistas mostrarían, así sea para guardar las apariencias, de vez en cuando algún desacuerdo con el gobierno y los opositores no tendrían un record de inasistencias a las sesiones oficiales tan absurdo como el que muestran la mayoría de los nuestros acá. Tampoco tendríamos diputados que, traicionando a los votantes que allí los colocaron, hablan de “momentos históricos” presos de su “histérica momentaneidad”, avalando con fingida afectación patriotera los abusos de quienes nos tienen como nos tienen. En un país serio, ningún diputado que haya saltado a la notoriedad desde las filas estudiantiles, podría luego estar de acuerdo con quienes ahora se dedican a encarcelar o a torturar estudiantes por hacer lo mismo que él hacía cuando estaba en la universidad… Y la gente no se lo perdonaría, en un país serio.
En un país serio, el sistema de justicia funcionaría de manera independiente e imparcial y los jueces tomarían sus decisiones apegados a la Constitución, a la ley y los dictámenes de sus conciencias. En un país serio, defender a las víctimas de violaciones a los DDHH debería ser, para el poder, un oficio respetable, no un crimen. En un país serio, a ningún funcionario público, por encumbrado que fuera, se le ocurriría estar emitiendo juicios anticipados en cadena nacional contra nadie, y si así lo hiciese, sería inmediatamente procesado o, al menos, removido de su cargo.
En un país serio, la vida, la libertad y la salud no se mendigan. Es obligación del Estado garantizarlas, no son una “gracia” que se nos concede a cuenta gotas disfrazada de magnanimidad. Para eso les pagamos, pues antes que “autoridades públicas” son “servidores públicos”. En un país serio, si te están investigando tienes derecho a ser juzgado en libertad y a ser tenido y tratado como inocente durante el proceso. Cuando un preso tiene problemas de salud debe ser inmediatamente atendido, sin excusas ni juegos. Y si pasa, como ha pasado, que algún detenido, víctima de las burdas operaciones de “psicoterror” de sus carceleros, se quita la vida mientras está bajo la custodia de los cuerpos de seguridad del Estado, en un país serio todos, desde el Ministro de Interior y Justicia hasta los funcionarios que estaban de guardia cuando eso pasa, podrían de inmediato sus cargos a la orden y serían procesados, al menos, por incapaces y negligentes.
En un país serio, si el representante de la nación ante la OEA dice que las balas por las cabezas de los opositores “pasan rápido” y “suenan hueco”, ya hubiera sido destituido y estaría preso por instigación al odio. En un país serio se respeta a los medios de comunicación, no se les cierra ni se les censura, no se obliga a los funcionarios públicos a vestir de ningún color y no se persigue a los periodistas ni a los humoristas.
En un país serio, nadie tendría que hacer cola para pelearse por un litro de leche o de aceite, nadie debería hacer malabares para estirar la quincena ni maromas para conseguir lo que nos es esencial para subsistir. En un país serio, la gente no se moriría esperando las medicinas o los insumos médicos que le hacen falta, y cualquier hospital público debería ser mostrado al mundo con orgullo, no con vergüenza.
En un país serio, la educación de nuestros niños debería ser la más absoluta prioridad. Un gobernante serio entiende que la única manera con la que se cuenta para proteger al futuro es invirtiendo en él, cuidándolo, dedicándole esfuerzos y recursos. Un país serio, si tiene escuelas como las que tenemos nosotros, no gasta en armas y en peroles bélicos obsoletos ni un centavo más de lo que gasta en la educación de nuestros vástagos. Claro, estamos hablando de un país serio, no de uno en el que el poder, paranoico, encuentra y se gana enemigos hasta debajo de la almohada.
En un país serio, nadie debería temerle a la noche, y todos podríamos llevar a nuestros hijos a conocer la calle sin miedo y con alegría. En un país serio, tú y yo, sin importar el color de nuestras ideas, podríamos ser amigos en paz y dedicarnos a crecer, a lo que nos llena, a lo que nos apasiona, que no a lo que nos permite apenas resistir un día más. En un país serio, yo podría ocuparme de mis clases, de leer y de escribir y compartiría el mucho o poco tiempo vital que me queda con mi hija, con mi mujer, con mi familia, con mis amigos. En un país serio no se sobrevive, se vive.
Es en serio, yo quiero un país serio.


Por Gonzalo Himiob Santomé/@HimiobSantome

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