Es en serio, yo quiero un país
serio.
En un país serio, un presidente
sabría cuándo debe aceptar y corregir sus errores, jamás confesaría que habla
con pajaritos que se le aparecen ni inventaría guerras que no existen. Tampoco
destruiría el idioma oficial a punta de frases mal colocadas por ignorancia o
solo porque desea, con maquiavélica intención, que nos focalicemos en sus
deliberadas necedades lingüísticas, que no en su franca incapacidad para
gobernar un país.
En un país serio, si en algún
lado, donde sea, se investiga a altos funcionarios públicos por sus supuestos
actos de corrupción, por sus abusos contra los derechos humanos o por estar,
según se afirma, vinculados al narcotráfico, lo primero que debería hacer un
presidente que se precie de serlo es mostrar su preocupación, y más allá,
colaborar para que se esclarezcan los hechos y se haga justicia, caiga quien
caiga. En un país serio, debería ser la justicia nacional la que se ocupase de
estas cosas. Un presidente serio debería entenderlo, y también debería dejar de
proteger a quien no lo merece atravesándose continuamente en el camino de la
verdad.
En un país serio, ese presidente
debería considerar un mérito, no una “traición” a un inasible “legado” de un
ausente que ya ni arte ni parte tiene en esta historia, el hacer “llave” con
sus opuestos, el ponerse de acuerdo con ellos para sacar adelante a la nación
más allá de sus apetencias y posturas personales. Un presidente serio entiende
que primero está el país, todo el país, y luego lo demás, y que no es grande el
que encarcela, el que amordaza, el que destruye. Grande es el que libera, el
que escucha, el que construye. Grande es el que suma y multiplica, no el que
divide y resta. Así debe ser el primer mandatario de un país serio.
En un país serio, el presidente
de la Asamblea Nacional no saldría semanalmente por la televisión con un mazo
de cavernícola en la mano (la cosa parece hasta de ficción) soltando
improperios y mentiras contra todo el que se le antoje, sin presentar jamás
algo que al menos remotamente se parezca a una prueba de sus dislates. En un
país serio, nadie le prestaría la más mínima atención, y hasta sería motivo de
burlas y chanzas; pero claro, en un país serio, las ganas de llamar la atención
y de hacerse ver como “poderoso” de algún oscuro funcionario no le bastarían a
ningún juez serio para dictarle una orden de captura a nadie.
En un país serio, los diputados
no estarían siempre tan ansiosos de que el presidente les haga el trabajo para
el que se les paga, que es el de legislar. Los oficialistas mostrarían, así sea
para guardar las apariencias, de vez en cuando algún desacuerdo con el gobierno
y los opositores no tendrían un record de inasistencias a las sesiones
oficiales tan absurdo como el que muestran la mayoría de los nuestros acá.
Tampoco tendríamos diputados que, traicionando a los votantes que allí los
colocaron, hablan de “momentos históricos” presos de su “histérica
momentaneidad”, avalando con fingida afectación patriotera los abusos de
quienes nos tienen como nos tienen. En un país serio, ningún diputado que haya
saltado a la notoriedad desde las filas estudiantiles, podría luego estar de
acuerdo con quienes ahora se dedican a encarcelar o a torturar estudiantes por
hacer lo mismo que él hacía cuando estaba en la universidad… Y la gente no se
lo perdonaría, en un país serio.
En un país serio, el sistema de
justicia funcionaría de manera independiente e imparcial y los jueces tomarían
sus decisiones apegados a la Constitución, a la ley y los dictámenes de sus
conciencias. En un país serio, defender a las víctimas de violaciones a los
DDHH debería ser, para el poder, un oficio respetable, no un crimen. En un país
serio, a ningún funcionario público, por encumbrado que fuera, se le ocurriría
estar emitiendo juicios anticipados en cadena nacional contra nadie, y si así
lo hiciese, sería inmediatamente procesado o, al menos, removido de su cargo.
En un país serio, la vida, la
libertad y la salud no se mendigan. Es obligación del Estado garantizarlas, no
son una “gracia” que se nos concede a cuenta gotas disfrazada de magnanimidad.
Para eso les pagamos, pues antes que “autoridades públicas” son “servidores
públicos”. En un país serio, si te están investigando tienes derecho a ser
juzgado en libertad y a ser tenido y tratado como inocente durante el proceso.
Cuando un preso tiene problemas de salud debe ser inmediatamente atendido, sin
excusas ni juegos. Y si pasa, como ha pasado, que algún detenido, víctima de
las burdas operaciones de “psicoterror” de sus carceleros, se quita la vida
mientras está bajo la custodia de los cuerpos de seguridad del Estado, en un
país serio todos, desde el Ministro de Interior y Justicia hasta los
funcionarios que estaban de guardia cuando eso pasa, podrían de inmediato sus
cargos a la orden y serían procesados, al menos, por incapaces y negligentes.
En un país serio, si el
representante de la nación ante la OEA dice que las balas por las cabezas de
los opositores “pasan rápido” y “suenan hueco”, ya hubiera sido destituido y
estaría preso por instigación al odio. En un país serio se respeta a los medios
de comunicación, no se les cierra ni se les censura, no se obliga a los
funcionarios públicos a vestir de ningún color y no se persigue a los
periodistas ni a los humoristas.
En un país serio, nadie tendría
que hacer cola para pelearse por un litro de leche o de aceite, nadie debería
hacer malabares para estirar la quincena ni maromas para conseguir lo que nos
es esencial para subsistir. En un país serio, la gente no se moriría esperando
las medicinas o los insumos médicos que le hacen falta, y cualquier hospital
público debería ser mostrado al mundo con orgullo, no con vergüenza.
En un país serio, la educación de
nuestros niños debería ser la más absoluta prioridad. Un gobernante serio
entiende que la única manera con la que se cuenta para proteger al futuro es
invirtiendo en él, cuidándolo, dedicándole esfuerzos y recursos. Un país serio,
si tiene escuelas como las que tenemos nosotros, no gasta en armas y en peroles
bélicos obsoletos ni un centavo más de lo que gasta en la educación de nuestros
vástagos. Claro, estamos hablando de un país serio, no de uno en el que el
poder, paranoico, encuentra y se gana enemigos hasta debajo de la almohada.
En un país serio, nadie debería
temerle a la noche, y todos podríamos llevar a nuestros hijos a conocer la
calle sin miedo y con alegría. En un país serio, tú y yo, sin importar el color
de nuestras ideas, podríamos ser amigos en paz y dedicarnos a crecer, a lo que
nos llena, a lo que nos apasiona, que no a lo que nos permite apenas resistir
un día más. En un país serio, yo podría ocuparme de mis clases, de leer y de
escribir y compartiría el mucho o poco tiempo vital que me queda con mi hija,
con mi mujer, con mi familia, con mis amigos. En un país serio no se sobrevive,
se vive.
Es en serio, yo quiero un país
serio.
Por Gonzalo Himiob Santomé/@HimiobSantome
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