En 1909, el matemático danés
Agner Krarup Erlang publicó el primer trabajo sobre teoría de colas para la
Copenhagen Telephone Exchange, empresa para la que trabajaba. El estudio era
para mejorar el sistema de llamadas y evitar los congestionamientos de las
líneas. En ingeniería, en particular en la investigación de operaciones, la
teoría de colas se usa para modelar sistemas y optimizar su funcionamiento. En
otras palabras, para que la gente espere en cola el menor tiempo posible.
En el estudio de las colas se
asume que éstas se forman “debido a un desequilibrio temporal entre la demanda
del servicio y la capacidad del sistema para suministrarlo” (Wikipedia). Es
decir, como la cola es directamente proporcional a la capacidad del sistema
para suministrar el bien o el servicio, podemos inferir que en Venezuela nos
esperan largos años de largas colas, porque si algo ha demostrado nuestro
“sistema” es su absoluta incapacidad de producir un bien o prestar un servicio.
Las colas en Venezuela son
imprevisibles e inmedibles. Primero, porque nosotros JAMÁS hicimos cola para
nada. Si acaso para ver “Tiburón” en 1975 y fue algo tan ajeno a nosotros y tan
rocambolesco, que casi todos los días salía en el periódico una foto o una
reseña de la gente en fila…
Segundo, porque nuestra
idiosincrasia -por más que deteste reconocerlo- es de no hacer cola. Los
venezolanos se le colean hasta a su abuela. Hasta un comercial de una famosa
bebida hizo una apología de la “viveza criolla” representando a un tipo que se
coleaba, que por supuesto, era el héroe del comercial. En cualquier otro país,
hubiera sido el villano.
Aquí la gente se colea de varias
maneras: siempre sospecho de quienes se hacen los tontos, caminan con la boca
abierta viendo para arriba y al llegar al principio de la línea ¡zas!, se meten
como si nada. En los bancos proliferan. Otros llegan diciendo “solo voy a hacer
una pregunta” y ¡zuás!, terminan comprando primero que todos los demás. Esos
abundan en las farmacias. Otros buscan a un amigo que les dé cola “es que nosotros
vinimos juntos, pero yo fui a parar el carro”. O simplemente le entregan al
amigo el dinero de lo que quieren comprar y esperan –sin discreción- a que les
entreguen su pedido. Los más descarados se meten a lo macho y ya.
Por esto la Teoría de Colas muere
en una cola venezolana. El jueves pasado pasé por la puerta de un supermercado
y había una larga cola. Le pregunté por curiosidad a una señora que qué estaban
vendiendo, y me dijo que no sabía, y que “nadie había sido capaz de decirle qué
iban a traer”. ¡Pero ella estaba haciendo cola para comprar algo que no sabía
qué era! Me pareció tan exagerado que me puse a preguntar y en efecto, ninguno
de mis encuestados –que fue casi la cola completa- sabía para qué estaba
haciendo cola. Solo en Venezuela.
La expansión de los rumores es
exponencial. Me imagino que será información de quienes trabajan adentro, y
como el venezolano es familiar y amiguero les avisa a su familia y amigos
“vénganse, que llegó la leche”. Lo que sigue siendo humillante –y espero que
siempre lo sea y no nos acostumbremos a ello- es cuando marcan a la gente como
reses, para que no vuelvan a comprar. ¿Y cómo no volver a comprar si se tiene
una familia grande? No es lo mismo comprar para una pareja que para una familia
de seis, ocho y más miembros. Eso significa que todos tienen que ir a hacer
cola, hasta los bebés.
Hace un año la gente cordializaba
en las colas, y en diciembre de 2013 hasta bailaba gaitas si en el local
comercial había música. Hoy no. Hoy hay agresividad y rabia. Hay impaciencia y
desazón. Supe de un pleito de dos mujeres en San Juan de los Morros donde una
le sacó el ojo a otra que se le coleó. El nivel de tensión sube día tras día. Y
es que nadie puede pasar diez o más horas de colas a la semana. Nadie. Menos un
pueblo acostumbrado a lo contrario. Las colas son como ollas de presión mal
cerradas, que cuando estallan dejan vuelto añicos todo a su alrededor …
Por Carolina Jaimes Branger
@cjaimesb
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