La crisis general apenas
comienza. Una crisis general se da cuando los diversos componentes o funciones
en crisis de un grupo social, de una institución, de una nación, incluso de una
persona, convergen, se reúnen de tal manera que invaden el campo ético. Entendiendo
lo ético como lo que integra, cohesiona, da sentido a una existencia. Es el
terreno de los valores, de la percepción del otro, de las personas y sus grupos
como imprescindibles para la comprensión de sí mismo y darle sentido a esa
existencia.
Esa muerte del chamo tachirense,
que remueve nuestra disposición a las lágrimas, bien puede ser una señal, una
manifestación de esta crisis general, de esta desintegración.
El gobierno se manifiesta
acorralado. En la creencia de que el mucho hablar, insultar, vociferar e inventar cosas no solo las hace
realidad sino que oculta esa crisis general. Inventos que podrían llegar a la
locura de sabotear o suspender las elecciones.
No me toca ahora analizar las
crisis parciales: lo económico, la corrupción, las carencias alimenticias, la
salud, la educación con sus maestros hambreados, la violencia e inseguridad, lo
político en sus contradicciones e ineficiencias, lo institucional en su amasijo
de disfunciones, la justicia y los jueces en su venalidad y subordinación, lo
militar en su extravío identitario y confusión de tareas. En fin, campos en los
que los especialistas correspondientes han hecho su tarea y no hace falta ni
cabe aquí repetir.
Con todo lo feo que resulta
citarse, desde hace más de un año en estos mismos escritos y medio, he usado la
palabra transición, que ahora aparece cargada de pecado. Con poca imaginación
se la usa para nominar conspiraciones, magnicidios y golpes de Estado. La he
usado, al igual que muchos otros, y que cada día aumentan, para referirme a un
gobierno de coalición. Un gobierno que reúna a lo mejor en personas, conceptos
y propuestas del país para afrontar esa crisis general.
Dicho de otra manera, los
problemas son tan graves y tan difíciles que no pueden ser resueltos, ni tan
siquiera abordados con profundidad, sino con un esfuerzo conjunto y convergente
de todos. Un simple cambio de gobierno tampoco lo logrará. Más concretamente, y
aun cuando los partidarios del gobierno se reducen apresuradamente, este
gobierno significa, en abigarrado conjunto y curso itinerante, lo que muchos
habían esperado. Hay voluntades e ideas que hay que incorporar a la
recuperación, a la reconstrucción del país. No es, entonces, necesario esperar el cambio presidencial. El
mismo presidente puede convocarlo. En uso eficiente y políticamente inteligente
del diálogo se le puede abrir el paso a ese gobierno de coalición, de
salvación.
Todo indica que los opositores
van a ganar las elecciones parlamentarias, y hay que ir en esa dirección con lo
mejor de los esfuerzos. Pero hay que saber que con esa mayoría parlamentaria el
mandado no está hecho. No, ¡es claro que no! Ese cambio solo profundizará la
crisis general y, en buena medida, conceptualizarla y destaparla será la tarea
de esa nueva Asamblea. Pero la coalición, que no es necesariamente conciliación
ni cuenta nueva, es el curso más eficiente y posible para la reconstrucción.
El gobierno, en búsqueda de su
necesaria supervivencia ulterior como propuesta política, tendrá que convenir,
y lo hará a menos que opte por profundizar lo que ha iniciado: la represión.
Represión gubernamental es violencia. Una vía muy repetida y con inercias
propias: sería más y más violencia, más y más represión para un país que ya no
puede ser aterrorizado. El terror no es una opción posible ni siquiera con un
autogolpe. Lo que sí es posible es la muerte, la tortura y la violencia: una
inversión de terrible pronóstico que tarde o temprano se revierte.
Por: Arnaldo Esté
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