No leí la muy comentada trilogía
de la novelista británica, E.L. James, cuyo primer título es Cincuenta sombras
de Grey, pero acabo de ver la adaptación cinematográfica que hicieron de la
primera de las novelas, y sí, no pude menos que pensar en Venezuela y el
sadomasoquismo chavista.
(Abro un paréntesis: ¿Será por
una compleja perversión psicológica que el chavismo y su adefesio: el
socialismo del siglo XXI, no admiten razonamiento lógico que los defina?)
Hugo Chávez, a su modo tropical y
perverso, como el protagonista de la novela, Christian Grey, tenía cincuenta
sombras (o quizás más) que lo arrastraban a torturar al país y sentir goce al
hacerlo: devaluación, inflación, persecución política, desabastecimiento,
humillación, sodomización, encarcelamiento, confiscación y un largo etcétera
donde la sucesión del trono, entregado a su amado Nicolás, fue sin duda la peor
y más culminante de las torturas.
Chávez implantó el sadismo como
una estrafalaria forma de hacer política, por cierto, pareciera que a muchos
opositores les encanta el masoquismo, son capaces hasta de reconocerle bondades
al dictador. Pero esa es otra historia.
El sátrapa hasta su última
alocución pública gozó mientras producía sufrimiento, con crueldad refinada, al
venezolano. Lo supo hacer con tanto cinismo y frialdad calculada que aún hoy
nos deja perplejos: “Mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable,
absoluta, total, es que ustedes elijan a Nicolás Maduro como Presidente de la
República Bolivariana de Venezuela”.
Qué latigazo, qué fuetazo, qué
carajazo el que nos metió. Nos vació en la frente sus cincuenta sombras de
perversión y más, nos vació su más penetrante oscuridad: Nicolás.
¡Qué sádico!
La tortura como placer
El chavismo es en sí mismo una
tortura. Su estética, sus modos, su desaliño y su insensatez son agravios
inagotables, cuerazos punzantes y cotidianos a nuestra conciencia.
Esta semana, para no irnos tan
lejos, cuando el Alto Mando Militar (esa locademia de torombolos y verdugos) se
mostró cantinflescamente en televisión ofreciendo su lealtad a un colombiano,
mostrando su sumisión masoquista a los cubanos, gruñendo su idiotez sin ambages
ni remilgos (sin vergüenza), alzando con puños izquierdos su flacidez moral, no
sólo se torturó a la Constitución Nacional, se torturó lo poco que quedaba al
sentido de lo patético entre las fuerzas armadas.
El gemido de placer final que se
escuchó entre los aborrecibles generales que en ese tortuoso acto se dieron
cita fue quizá el episodio más bochornoso y ridículo que hayamos presenciado
jamás los venezolanos. No fue ni siquiera una tortura, fue una necrofilia,
porque sin duda el generalato venezolano perdió su espíritu, está muerto.
Pavorosos y patéticos.
El amante de Hugo Chávez
Hace algún tiempo escribí el que
ha sido probablemente el artículo de opinión más leído de la historia de
Venezuela, lo intitulé El amante de Hugo Chávez.
Semejante a la trilogía de Grey –
que no por muy leída, buena- su lectura ofrecía en cierta medida una
aproximación psicológica, culturalmente correcta y progresista, a una de las
incógnitas más escandalosas de este siglo: la inexplicable sucesión que hizo
heredero a esa tortura intelectual que es Nicolás (sus liceos y sus liceas, sus
millones y millonas, sus libros y libras, claro y sus pajaritos parlanchines).
La mía no fue una mera
especulación o una llamarada de sarcasmo. Cuando el país se entere -porque se
enterará – de quién me lo dijo, caerá desmayado en bloque.
Escribiré una novela que
desentierre la oscura infidencia palaciega. No pretendo vender millones de
libros, mi aspiración es menor, pero acaso más lacerante: pretendo despertar
alguna conciencia que se desprenda del sadismo, pero sobre todo que deje el
masoquismo.
La de Grey es una ficción cuyas
sombras han hecho delirar a millones de mujeres en todo el mundo; la de Chávez
es una realidad que ha hecho sufrir a millones de venezolanos. Ambas son
experiencias sadomasoquistas.
¿Lograré que la gente lo
entienda?
Escrito po: @tovarr
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