Hay años que parecen comenzar por
la mitad. Como si ya el tiempo les hubiera marcado el rostro. Años que se
estrenan con la emergencia de un reloj de arena que se ha roto y va perdiendo
su contenido a toda velocidad. Es la sensación que estamos viviendo los
venezolanos en este primer párrafo del año 2015. La crisis, plena de
sub-tramas, perfora los días con la atrocidad de una bala perdida. Se agota el
tiempo.
***
Macaracuay. La joven, con el bebé
enfermo a cuestas, se acerca a la cabeza de la gigantesca cola de gente que
espera que el Bicentenario abra sus puertas. Objetivo: pañales. Habla con el
militar que custodia el orden. Le pide una excepción. Que no tiene con quién
dejar a su hijo, que no lo puede someter a esa enormidad de tiempo, que por
favor. Los cercanos oyen su pedimento y replican: “¡Haz tu cola!”, “¡No seas
viva!”, “Cuidado con una vaina”, le dicen al guardia. Ella entiende que es
inútil. Ve al primero de la cola y parece reconocerlo. Pero no atina a precisar
de dónde. Al día siguiente, ese mismo hombre le vende a la desesperada mujer un
bulto de pañales, que no suele pasar de 130 bolívares, en la escandalosa cifra
de 1.500 bolívares.
Más nunca olvidará al bachaquero
estrella de la zona.
***
El presidente se dirige a una
breve dosis de pueblo dispuesta en Miraflores para darle la bienvenida al país.
Una veintena de seguidores grita: “¡Vamos, Maduro, al yanqui dale duro!”.
Mientras, en las agencias
internacionales se afanan en transmitir profusos análisis sobre el acercamiento
entre Obama y Raúl Castro.
Esa sensación de estar en otra
latitud de la historia.
***
Un día, en la isla de Margarita,
ensayo un atajo para llegar a la playa sin tanto tráfico. Siguiendo el dato de
un amigo remonto una colina. Llego a un pueblo. Pierdo la pista. Busco a quién
preguntarle el rumbo que me llevará al mar. Pero la resolana quema y las calles
están solas. No hay nadie en los porches de las casas. Las esquinas son una
foto vacía. ¿A quién le pregunto? Manejo lentamente buscando el perfil de un
peatón, algún niño que vuelva del abasto, una señora al ras de las trinitarias.
Nada. Parece un pueblo fantasma. El atajo se ha convertido en extravío. Hasta
que veo una silueta que camina al otro extremo de la calle. ¡Salvado! Freno a
su lado y le pregunto cómo llegar a mi destino. El hombre, con tres gestos, me
informa que es sordomudo y sigue su camino. Me quedo perplejo, y sonrío. No sé
cuáles son las posibilidades, estadísticamente hablando, de que algo así
ocurra. Me toca buscar la ruta de salida por mis propios medios.
Así el país. Nadie nos va a
indicar el rumbo. Nadie debe hacerlo. Nos toca a nosotros mismos.
***
Graciela estaba contenta porque
por fin había encontrado aceite para cocinar. La marca le resultaba
desconocida, pero era un detalle menor. Entonces se fijó en el aspecto del
aceite. Raro. Probó un poco. Más raro aún.
El noticiero narró el episodio
final: en varios supermercados del estado Táchira han estado vendiendo aceite
vegetal mezclado con aceite de motor. Un crimen.
En un país desesperado, los
inescrupulosos hacen fiesta.
***
Primera angustia del mes: los
pronósticos de los especialistas se están cumpliendo. La economía ha entrado en
caída libre. No hay otro tema de conversación. El país entero se ha convertido
en una larga cola. Que no avanza. Que se asfixia en su marasmo. Que tiene años
formándose. El socialismo del siglo XXI nos ha convertido en ciudadanos
precarios: si no tienes cédula de identidad no podrás alimentarte. Si no tienes
el tiempo para envejecer en una cola no podrás alimentarte. Si quieres seguir
comiendo lo que comías antes no podrás alimentarte. Olvida tus hábitos, busca
lo que haya, madruga, defiéndelo con las uñas, forcejea, compra un puesto en la
cola, y no tomes fotos, no asomes tu rabia, conviértete en resignación. Esta
revolución exige sacrificios. La humillación es uno de ellos.
Las colas de ciudadanos son el
nuevo paisaje urbano. Hay un evidente menoscabo de la dignidad. El gobierno, en
un ritornello exasperante -por falso- habla de guerra económica. Pero con
registrar un poco la historia se detecta que las colas de seres humanos en pos
de comida son escenas comunes en los experimentos de modelos económicos
fallidos que ha intentado el mundo.
***
En las relaciones afectivas la
mentira puede trocar en cáncer. Dejar de creer en el otro es una grave lesión.
Así ocurre entre los venezolanos y el gobierno. Como la esposa que se sabe de
memoria los pretextos del marido ante cada llegada tarde. La mentira se ha
convertido en el acto reflejo de la revolución bolivariana. Maduro y su
gabinete insisten en que la gira presidencial fue exitosa. Le ponen fanfarria,
cadena, globitos de colores a la noticia, pero nadie les cree. Estamos ante el
éxito más clandestino del planeta.
El poder siempre miente, pero
Maduro ha acumulado méritos para hacer historia. Los venezolanos hemos sido
recurrentes en un error: elegir espejismos. Ya nos hemos dado de bruces contra
la mentira demasiadas veces. Basta. No caben más frustraciones. Hemos llegado
al punto de quiebre.
***
Este año va a pasar algo. Es la
sensación general. La frase recurrente. No hay almuerzo, reunión, ascensor o
transporte público donde no se ventile esa noción. Todo está tan grave que muy
pocos estiman que la cuerda donde se sostiene el país pueda soportar tanta
tensión.
En la televisión se suele
anunciar el arribo de la etapa culminante de una telenovela. La historia misma
suele dar los síntomas de que se acerca a su desenlace. Los personajes
comienzan a descubrir secretos, los conflictos se aproximan a su temperatura de
cocción, las escenas se acompañan con música trepidante. El espectador
entiende, entonces, que el relato se avecina a su fin. Pero la televisión
también sabe mentir. Muchas veces el anuncio de “etapa culminante” le da paso,
semanas después, a un locutor que advierte la llegada de los “capítulos
decisivos”. Quince capítulos más tarde se promocionan los “capítulos finales”,
para luego prolongar la espera con la “semana final”, hasta que se agotan los
señuelos y llega el tan anunciado “¡Capítulo Final!”.
Venezuela ha pasado, desde hace
más de diez años, por varios momentos donde se sienten los acordes de una
inminente resolución. Y luego nada ocurre. La frustración se expande y los
fogones del chavismo transpiran humo con más fuerza. Se impone, entonces, ser
prudentes. Leer los síntomas con cautela. Al trasluz, en su envés, entre
líneas.
En todo caso, así está hoy el
país. En clima de etapa culminante.
Hay un detalle acuciante: nadie
sabe cuál es el rostro del “después” que se acerca. ¿Acaso la salida de Maduro
es la coronación definitiva de Diosdado Cabello? ¿Se avecina una junta de
gobierno conformada por civiles y militares? ¿Son posibles unas elecciones
presidenciales antes de lo previsto? Si la transición viene, ¿cuál será su rostro?
***
Hace una semana murió en París
uno de los poetas argentinos más desconocidos e importantes del siglo XX:
Arnaldo Calveyra. La prensa internacional se llenó de reseñas y antiguas
entrevistas. Ante una pregunta de El País de España sobre Argentina, Calveyra confesó:
“Este país está preso. Por la gente mediocre. La gente mediocre ha tomado el
poder. Es un misterio por qué ha sido poseído por la mediocridad. La gente (…)
tiene en la cabeza una relación perversa y entiende que no se puede gobernar
sin robar”. Suena perturbadoramente familiar. Es un escalofrío que nos vincula.
Como la muerte de los fiscales Alberto Nisman y Danilo Anderson.
Mediocridad. Allí residen buena
parte de los problemas que nos aquejan. En un reportaje publicado por El
Nacional titulado “El bajo perfil del equipo contra la crisis” se demostraba
que las personas convocadas para recuperar la economía del país poseían más
lealtad ideológica que eficacia profesional. “El ser mejor dejó de ser
valioso”, sentenció Robert Lespinasse, ex presidente de la Sociedad Venezolana
de Psiquiatría. La capacidad y aptitud para un oficio no parecen ser
indispensables para acceder a algún puesto en la administración pública de un
país en emergencia económica.
***
El país es un avión en picada. Y
nadie de la tripulación se ocupa de pedir que nos amarremos los cinturones. Se
siente el vahído en el estómago. El mareo de la caída.
La oposición también está en su
punto de máxima tensión. Si no sabe asumir la responsabilidad histórica que se
le presenta habrá fracasado para siempre.
En estos días tanto Henrique
Capriles como María Corina Machado han hablado sobre la vuelta de tuerca que
están propiciando para ensamblar una auténtica unidad en la oposición. El
intento se siente genuino. No hay otra opción. Estamos viviendo el momento más
crítico de nuestra historia contemporánea. Salvar el país es imperativo. Ya al
venezolano le importa un carajo la retórica política, la ideología, el color de
la camisa, el número de estrellas en la bandera. Solo le importa volver a ser
normal.
Queremos un país normal.
La música de los desenlaces está
en el aire. Todo parece indicar que hemos llegado al punto de quiebre. O nos
ahogamos en el mar de la felicidad socialista o nos salvamos a través del
instinto de supervivencia que suele redimir a las sociedades en crisis.
Ya ocurrió la segunda angustia
del mes: la Memoria y Cuenta que ofreció el presidente al país fue un desatino
monumental.
Todo se precipita.
Se agota el tiempo.
Leonardo Padrón
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