Nota: el presente artículo fue
publicado el 19 de octubre de 1974 en la
página A-4 del diario El Nacional
Hace venticinco años, estuvimos
cierto tiempo dedicados a investigaciones socioeconómicas con respecto a la
industria petrolera en la economía de nuestro país y publicamos entonces una
serie de cuatro ensayos sobre los temas: “El petróleo y las tierras
agropecuarias”, “Petróleo y agricultura”, “Contribución del petróleo al
desarrollo de la agricultura”; y, el que en cierto modo incluye conceptos de
los antes enumerados ensayos: “Consideraciones sobre algunos efectos económicos
y sociales de la industria del petróleo en Venezuela” (El Farol, año X, N° CXI,
CXII, CXIII de agosto, septiembre y octubre de 1948 y CXXII de junio de 1949,
respectivamente). En estos artículos eran las cifras que presentamos, sacadas
de fuentes autorizadas, las que hablaban y no yo.
Inducidos hoy por el artículo
“Las culpas no son del petróleo”, publicado en el diario El Nacional del sábado
12 del mes en curso, por el ensayista doctor Arturo Uslar Pietri, cuyos
conceptos hallamos muy serenos y acertados, libres de apasionamiento, consideramos
oportuno referirnos, aunque de manera muy sumaria, a la ciencia de la
información que dimos a conocer hace un cuarto de siglo en nuestros citados
ensayos, el último de los cuales, por cierto, antes de ser publicado, nos
sirvió para la disertación que adelantamos ese año en el auditorio del edificio
de la Hacienda Ybarra, entonces sede de la Facultad de Economía de la
Universidad Central de Venezuela, ilustrando el tema con grandes gráficos que
luego sirvieron también para la publicación. En aquella ocasión, al concluir
nuestra exposición, concedimos el derecho de palabra a nuestros oyente –había
economistas, geólogos, especialistas en la industria, funcionarios, banquero,
profesores universitarios– pensando que surgiría un debate, dada la importancia
del tema y lo entonces novedoso de nuestros argumentos, pero para nuestra
sorpresa, solo uno pidió la palabra: bien lo recordamos, el ingeniero agrónomo
Ramón Fernández y Fernández, mexicano, para decir sencillamente que yo estaba
en lo cierto.
En aquel entonces se pensaba y se
repetía hasta la saciedad que la industria del petróleo había ocupado vastas
extensiones de las tierras agropecuarias; que había absorbido a los braceros de
las haciendas, que la producción agrícola había descendido por su causa, que la
producción del café también, por igual motivo, que el aumento del costo de la
vida se debía al petróleo, en fin, que a esta industria se debían todos los
males, no faltando, en esa gama de criterios –así lo señalé– la opinión tonta,
por simple, de que el país lo pasaría mejor sin el petróleo.
Con todo, y no obstante la
importancia de positivo interés nacional del tema abordado en mis artículos, un
silencio casi absoluto les siguió. Acaso porque argumentos irrefutables
redimían por primera vez a la industria del petróleo –¡qué desilusión para los
que suponían lo contrario!– de los males casi generales que se le venían
achacando tan a la ligera. Y recuerdo bien que, una vez concluida mi
disertación, mi viejo amigo el doctor James Kempton, agregado agrícola de la
Embajada Americana, para advertirme que “veinte años después se seguirían
arguyendo las mismas falacias”. Y acertó él en su vaticinio, pues que no han
faltado escritos en todos estos venticinco años que han continuado
sustentándolas.
En cuanto a los precios
excesivamente bajos que regían para el petróleo, ello es harina de otro costal.
Fue necesaria la creación de la OPEP, por iniciativa de un venezolano
profundamente conocedor del asunto, Juan Pablo Pérez Alfonzo, para que los
países productores abrieran los ojos y se enfrentaran a los países consumidores
de tan valioso producto energético con el objeto de lograr una equidad en los
precios. Y ha sido solo ahora cuando las circunstancias hicieron inaplazable
ese paso de clara justicia social.
Con referencia a los puntos
fundamentales que en nuestros ya viejos ensayos dimos a conocer en los años
1948 y 1949, ofrecemos hoy un resumen
del resultado de nuestras pesquisas de hace 25 años,
1.- Son las condiciones mundiales
las que rigen sobre los productos de consumo mundial entre los que figuran
nuestro café, nuestro cacao y también el petróleo.
2.- No podemos achacar al
petróleo la culpa de la afluencia de la población rural hacia los centros
urbanos, pues las cifras muestran, por una parte, que dicha industria del
petróleo solamente ha absorbido una parte de brazos (en 1941, solo el 1,55%, y
en 1948, solo el 4,5%, que fue una cúspide de la población activa del país), y
por la otra, que se trata de un fenómeno de carácter francamente mundial de lo
que no se han escapado ni los países netamente agropecuarios como Argentina,
por ejemplo.
3.-Que el aumento del costo de la
vida en Venezuela también es un fenómeno de orden mundial, como lo demuestran
los índices de otros países, incluso aquellos de economía netamente
agropecuaria. Entonces no se debe atribuir en Venezuela a nuestra industria del
petróleo un efecto que es originado por un fenómeno mundial.
4.- Que si bien es lógico
estudiar los problemas económicos del país, partiendo de condiciones locales,
la interdependencia económica de la época (1949, hoy mucho más acentuada)
obliga a buscar correlaciones con los índices económicos y sociales de otros
países y con las condiciones del mercado mundial y a contemplar el panorama
económico basados en períodos largos (como lo hacemos respecto al año 1893-1947
y 1913-1947) con un sentido universal de las cosas, para negar el planteamiento
de que “la declinación de nuestras exportaciones de café se debe al surgimiento
y desarrollo de nuestra industria del petróleo”,
argumento que se apoya solo en la observación simple de dicha coincidencia
casual.
5.- Que, probablemente, las
condiciones deficitarias de nuestra agricultura se deben a una suma de
factores, entre los que podrían señalarse (1949): las migraciones internas del
campo a los centros urbanos; el aumento general de la población del país; el
aumento del poder adquisitivo de la masa de población y consecuencialmente el
aumento general del consumo interno. Y se puede establecer que la modernización
o mecanización de nuestros métodos de
cultivo no marchan al mismo ritmo que la modernización y el progreso industrial
que se observa en las zonas urbanas (1949).
6.- Que el notable aumento de la
riqueza nacional, desde la estimación del año 1913 a esta parte (Sumario de la
economía venezolana. A. Uslar Pietri. Caracas 1944) se debe a la industria del
petróleo. La riqueza que esta ha inyectado en el país ha permitido a Venezuela
ocupar sitio importante en el concierto de las naciones y a ponerse en camino
para alcanzar niveles de vida más altos. Si no han sido todavía alcanzables las
metas deseables, ello no se debe por supuesto al petróleo. Y añadíamos: “De no
haber surgido en Venezuela la industria del petróleo –se nos ocurre preguntar–,
¿cómo serían las condiciones económicas
y sociales del país? (El Farol, CXXII, julio 1949).
Esto lo escribimos hace un cuarto
de siglo, cuando no se hablaba de la explosión demográfica, cuando los
venezolanos no habían acumulado aún los conocimientos y la experiencia
indispensables para atreverse a pensar en la nacionalización del petróleo como
cosa posible entonces; cuando no se habían acuñados los términos “cinturón de
ranchos”, que hoy no son solo cinturones sino también densos enclaves; cundo no
se aplicaba el calificativo de “marginales” a los habitantes de origen rural
establecidos en ranchos en las ciudades, término usado antes en etnología con
referencia a ciertas tribus de indios; cuando 2.000 bolívares de sueldo
remuneraban cargos de cierta importancia; cuando los conservacionistas de la
naturaleza se limitaban a la protección de la fauna y flora, pero se hablaba de
la contaminación del aire y las aguas… y ¡del mar! Y los ruidos no habían
comenzado a afectar la salud general. En fin, cuando el control de la natalidad
y la pornografía eran ejercidos en secreto y no había comenzado la vorágine de
millones, cuya magnitud creciente nos deja perplejos. Y cuando el espantajo de
una hambruna mundial no lejana, no había sido advertido por la FAO.
Volviendo al tema del petróleo,
tan juiciosa y claramente explicado por el ensayista Uslar Pietri, es tiempo de
que se abordado en adelante, sin esa vieja, falaz y limitada perspectiva de
parroquia, sin base científica. Ya lo expresamos en julio de 1949 en el
Editorial de El Farol N° CXXII: “La producción, la oferta y la demanda forman
un triángulo sobre el que giran los precios, según el equilibrio o
desequilibrio que ofrezcan los tres componentes de la figura aplicable tanto al
mercado de consumo interno como al mercado mundial. Pero al hablarse de
‘mercado mundial’ no siempre el problema es de competencia. Productos de
consumo mundial pueden ser afectados por otras causas, como por ejemplo, las
depresiones mundiales con la consiguiente declinación del poder adquisitivo de
los pueblo, circunstancias bélicas, causas climáticas, etc.”.
Y después de otras
consideraciones concluimos el Editorial (1949) con esta advertencia válida
también hoy:
“Si bien la riqueza que produce
la poderosa industria del petróleo ha transformado la estructura económica de
Venezuela, nunca podrá esta librarse de las condiciones que la economía
mundial, todopoderosa, impone”.
Por: Walter Dupouy.
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