La Iglesia señala sin tapujos que
el origen de la gravísima crisis que afecta al país radica en el ordenamiento
colectivista y centralizado que busca imponer el gobierno, el cual responde a
planteamientos eurocentristas anclados en un pasado tan lejano como los países
donde, primeramente, se ensayó sin resultados alentadores, ese modelo –Rusia,
convertida en Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas mediante una política
de expansión territorial semejante a la practicada por los regímenes
colonialistas e imperialistas, y China bajo la férrea dictadura de Mao Zedong–
del cual echó mano Chávez para imponer su personalísima satrapía y al que son
tan afectos Maduro, Cabello, Jaua, el PSUV y, quién lo diría, una poderosa
jefatura militar a la que parece importarle un bledo su caducidad.
También la lucidez del
estudiantado universitario parece marchar en el mismo sentido y dirección que
la Conferencia Episcopal Venezolana, al plantear, en palabras del dirigente de
la UCAT, Leonardo Manrique, “el cambio del modelo político y económico”; además
agregó que tal petición “significa una economía de producción porque en el país
no se produce nada, todo se compra afuera”.
Las críticas al anacrónico
proyecto chavo bolivariano se multiplican dentro y fuera de nuestra geografía y
se sustentan en el histórico fracaso de un paradigma incapaz de realizarse sin
la tutela de una jefatura absolutista y represiva, demostrando que las
libertades democráticas y los derechos humanos son incompatibles con un modo de
organización basado en la fe ciega hacia la dirigencia, la obediencia total de
los gobernados y el sacrificio continuado del bienestar social.
Chávez, primero, y Maduro,
después, buscaron 5, 6 y hasta 7 patas al gato de sus equivocaciones,
repartiendo, alegre e irresponsablemente, imputaciones con su filosofía del “yo
no fui” y su pertinaz insistencia en que la culpa de sus desaguisados es de
quienes se niegan a ser parte de un rebaño graciosamente dispuesto a ser
sacrificado por ideales ajenos a nuestra manera de ser, a nuestra herencia
histórica y nuestra voluntad de autodeterminación en un clima de tolerancia y
entendimiento.
La inviabilidad del sistema
(marxista, leninista, maoísta, castrista o chavista) no parece haber penetrado
en las entendederas de los socialistas criollos, empeñados en marchar a
contracorriente y procurando desesperadamente salidas a un atolladero que está
en la génesis de la propuesta roja; no comprender esto, significa que estamos
condenados al estancamiento.
James Carville, estratega de la
campaña electoral de Bill Clinton cuando éste enfrentó a George Bush, recomendó
al abanderado demócrata que desnudara la manera republicana de gobernar, que
por entonces se centraba en la política, y apuntara sus dardos contra sus
notorias falencias en materia económica. “Es la economía, estúpido” fue la
afortunada frase que permitió a los demócratas regresar a la Casa Blanca y
demostrar que, efectivamente, se trataba de resolver problemas de naturaleza
económica y no política. Mutatis mutandi, podríamos apuntar que en Venezuela
hace tiempo que se confunden la gimnasia y la magnesia y que no son guerras ni
conspiraciones los obstáculos al crecimiento y desarrollo del país sino el
modelo: ¡el modelo, estúpido, el modelo!
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