No era una cola cualquiera. Pero
funcionaba más o menos como todastulio-hernandez2 las que se hacen al frente de
tiendas en donde el gobierno rojo, aplicando una medida que se conoce como
“precio justo”, al día siguiente obligará a los dueños a vender su mercancía
muy por debajo del precio de mercado.
El ritual ya forma parte del
paisaje urbano de las ciudades venezolanas. El gobierno anuncia una nueva toma
de tienda y desde la media noche anterior los clientes potenciales comienzan a
instalarse al frente. Como peregrinos que se pertrechan para un sacrificio
religioso, centenares de personas llegan con sábanas para cubrirse, provisiones
para no pasar hambre, iPods para entretenerse. Algunos llevan una buena dosis
de alcohol y, todos, gruesos cartones que servirán de colchones para aguardar
hasta amanecer.
Pero esta cola, la que vimos
formarse durante varias semanas en la avenida Principal de Las Mercedes, tenía
una particularidad. Quienes la hacían, gentes de escasos recursos pero no en
pobreza extrema, mirada resignada y serenidad beatífica, no aguardaban como la
mayoría por bienes de línea blanca: lavadoras, secadoras, neveras, microondas.
Ni por los descomunales televisores de plasma: la joya de la corona, el trofeo
mayor del consumismo de masas instigado por los rojos.
Los peregrinos de esta cola
esperaban nada más y nada menos que los productos de una tienda Nike, una de
las marcas más emblemáticas de la economía del imperio global. Eran
consumidores especializados. Cada quien sabía qué quería: zapatos de goma,
“Nike Air son los mejores”, contaba uno de los que aguardan. “Camisas que
absorben el sudor de inmediato”, sugiere otro. “Botellas de agua con Hag Tag”,
explica alguno ratificando nuestra ignorancia del tema. “Morrales
ultralivianos” y sobre todo muchas franelas y shorts, “originales, no chimbas”,
son algunos de los implementos a bajo precio por los que los hacedores de colas
aguardan noches enteras, días y hasta semanas.
Todo empezó con el Dakazo. Ya se
acercaba el día de las elecciones presidenciales de 2012 y Maduro parecía no
tenerlas todas consigo. Alguien de su comando tuvo entonces una brillante idea:
intervenir una tienda de ventas masivas de electrónica, Daka se llamaba y se
sigue llamando; demostrar que recibían dólares preferenciales pero vendía a
precios de dólar libre y proceder a hacer justicia expropiando la mercancía y
vendiéndolo al “pueblo” a precios casi regalados.
Y así lograron una verdadera
fiesta del consumo. Una especie de saqueo como los del Caracazo, pero pago. A
precios irrisorios. El Estado convertido en Robin Hood le quita a quienes
tienen mucho para dárselo a los desamparados de la Tierra.
Por razones del azar, en la
semana que hoy concluye, antes de escribir estas líneas pude pasar por un lado
y conversar de nuevo con los hacedores de cola en Daka. Los cuentos son
alucinantes. Cada centro de venta se convierte en una especie de pequeño
ecosistema de la corrupción. El local está tomado por un comando de la Guardia
Nacional pero igual se comercia con los puestos y los tickets. Miembros de la
Policía Nacional entran a tomar “lo suyo” sin hacer cola ni pedir número.
Este es el hombre nuevo del
chavismo. No canta la Internacional pero distingue con exactitud un buen
Samsung de una “chimbería” china. No hace trabajos voluntarios los fines de
semana, pero invierte centenares de horas/hombre para adquirir un plasma. La
inclusión chavista no es a través del Estado de Bienestar. No hay sistema de
salud gratuito ni reformas estructurales -agua potable, recolección de
desechos, empleo digno- para derrotar la pobreza. La inclusión del chavismo es
través del consumo vía american way of life.
El chavismo inventó el “medio
ciudadano”, uno que tiene derechos pero no tienes deberes. Les dijo: “¿Para qué
enseñarte a pescar si tengo dólares suficientes para comprarte el pescado?”. Al
final lo importante no es la ciudadanía, sino la fidelidad electoral. Igualado
por lo que compra, el cliente chavista convertido en limosnero no es un
ciudadano, es un consumidor. Su tarjeta de crédito es el voto.
Por: Tulio Hernández
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