Convencer a una persona hermosa
de que no sirve para nada, toma golpes pero es posible. Esposas minimizadas a
fuerza de decirles “yo me encargo, tú de eso no sabes”; niños humillados por la
risa de un padre que en público dice “las cosas que tiene este muchacho”;
empleados que perdieron la llama de la pasión a fuerza de jefes que nunca
voltearon a escucharlos. Golpe a golpe, poco a poco, perforando con sadismo los
sueños, hasta lograr que una mujer se convenza de que es fea y bruta, que un
niño se convenza de que la espontaneidad que la providencia le regaló es un
peso, que un empleado sienta que su espacio en la vida es ser empleado para
siempre. Golpe a golpe hasta que terminemos por creer que genéticamente somos
un defecto.
A todo el mundo se le caen las
cosas. Todo el mundo quiebra algo en algún momento. Recálcale a una persona
todos los días que es torpe y cuando se le caigan las cosas pensará que era
inevitable. Dile que lo que hace tiene valía y cuando se le caigan las cosas
querrá repararlas. Esa es la diferencia crucial entre golpe y verso.
Las comunidades, los países, son
muy parecidos a las mujeres golpeadas desde la palabra y desde el puño, cuyos
maridos las han convertido en una nada con moretones en el alma que se ven feas
en el espejo, y que hace rato dejaron de intentar hacer cosas porque las
convencieron de que todo lo que hacen está mal. Dile a una comunidad que su
cultura es basura y golpe a golpe dejará de cantar. No aplaudas a una comunidad
cuando quiere danzar y con el tiempo no le quedarán ganas de celebrar. No
apoyes la organización, si estaba en tus manos, de un concurso de pintura en tu
comunidad y con el tiempo ni las fachadas de las casas estarán pintadas. Dile a
un país que no tiene capacidad para ser gentil y tarde o temprano terminará por
pensar que es algo genético. Golpe a golpe. Indiferencia a indiferencia.
Prioridad a prioridad, hasta que, parafraseando a Horacio Guarany en voz de
tantos, calle la luna porque han callado los cantores.
Dile a un país cada minuto, cada
tweet, cada conversación, que nada sirve y terminarás por convencerlo, hasta
que derrotado se vea en el espejo con sus morados y en vez de acusar a quien lo
golpeó, afirme que no servimos.
Porque estoy cansado de que me
digan que el país o yo o mi comunidad o mis vecinos no servimos para nada es
que juego cada instante el juego de trabajar con la comunidad a la que
pertenezco, de la que soy parte, para que juntos mostremos con orgullo lo que
somos como cultura. Es mi forma de subversión. Es la que encontré.
Soy subversivo porque ayudo a
organizar festivales y concursos de recetas populares para que la gente sepa
que es garante de un tesoro que todos respetamos. Soy subversivo con mis fotos
en Instagram de las miles de caras de artesanos populares que hacen cosas en el
país, porque es mi manera de mostrar lo lejos que estamos de una derrota. Soy
subversivo documentando todo lo que pueda porque es la palabra escrita la que
garantizará continuidad. Soy subversivo desde mi chauvinismo desmesurado porque
ha sido la manera de entender que no soy espectador sino socio.
Venezuela es un país realmente
hermoso. Nadie plantea voltear la mirada frívolamente cuando es obvio que las
cosas van mal, que es imperdonable que unos pocos desde las armas, la
corrupción y el uniforme nos hayan llevado al borde de lo invivible; pero no
será golpe a golpe que podremos resolverlo, porque nadie que se siente menos,
feo, derrotado, puede levantar su voz de oprimido.
¡Verso a verso! ¡Canto a canto!
¡Baile a baile! ¡Pincelada a pincelada! ¡Fogón a fogón! Hasta que nos veamos al
espejo bonitos como somos y sepamos que merecemos algo mejor. Acompañando con
aplausos a quien cree y crea un mundo posible.
SUMITO ESTÉVEZ
5 DE OCTUBRE 2014
Fuente: ElNacional
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