Una Venezuela con una conducción inepta y superflua intenta inútilmente seguirle el ritmo a esta crisis, la mayor de su historia como República, y sólo tira cohetes y fanfarrias para distraer la atención.
Los precios del petróleo están en caída libre.
A sus seguidores, al igual que al resto de los venezolanos, los asesinan impunemente, y desde el Alto Gobierno sólo se ofrecen consideraciones político-ideológicas cínicas, absolutamente fuera de la realidad, intentando distraer la atención del país y ahondar aún más una polarización de por sí letal, fragmentaria y estéril, para adentrarse de manera definitiva en las trágicas connotaciones de eso que los expertos llaman “estado fallido”.
Una crisis mayúscula. Prácticamente un bombardeo en alfombra sobre una población inerme que Maduro y un gabinete básico, muy básico, atacan precariamente, confundidos y dispersos.
No hay por parte del Gobierno una acción integral y pragmática en el manejo del país, más allá de unos intereses ideológicos y políticos que solamente enmascaran el desenvolvimiento de un duro ajuste de correajes a lo interno.
No hay coherencia ante la magna crisis.
Y la dirigencia de oposición, dentro y fuera de la MUD, sigue dispersa, más bien apuntando sólo a los intereses inmediatos de las elecciones parlamentarias (es verdad, sumamente importantes, por Dios), mega dividida y devorándose en un canibalismo tan feroz como el que acabó a finales del siglo XX con el estamento político aquel de AD y Copei.
Quizás resulte más lesivo esto, dado el abismo económico, social, político y financiero que se está abriendo bajo nuestros pies. El país es uno solo, se nos está acabando y nadie dice pío.
No existe ninguna articulación firme entre lo que pasa en la Asamblea y lo que ocurre en la MUD. Los oficialistas propusieron una relación 6 a 4 en la selección del comité de postulaciones de los candidatos a rectores del próximo Consejo Nacional Electoral, frente a una oposición que intentaba evitar que el chavismo la pasara y la dejara en manos del un Tribunal Supremo de Justicia plenamente gubernamental, estamento en el que no existe ninguna posibilidad de influir.
Y se aceptó el 6 a 4 como lo más acertado, contra una evidente decisión ventajista por parte de este Tribunal blindado.
¿Y, más allá? Más nada, quizás.
Para el país.
Para todos.
Incluso, para el propio Gobierno que se encuentra encerrado en este callejón sin salida. Las cifras del último sondeo del IVAD conocidas esta semana, hablan de la caída libre de la popularidad del Gobierno y de Maduro, casi al mismo tenor del desplome internacional de los precios del petróleo.
Una alarma que se viene a sumar a otra ya existente, provocada por la amenaza epidémica mundial de la agresiva mutación del virus del ébola, y ante la que este país de nuestros tormentos luce tan en pañales como su Gobierno.
Lo que está llevando a todos a preguntarnos si es con Maduro y su equipo como lograremos superar no sólo esta crisis histórica. política, económica y social, sino también la caída mundial de los precios del crudo y sus terribles consecuencias. Y si es con él, con Maduro y su equipo solamente, con quien haríamos frente a la amenaza del ébola.
Porque, ¿hasta dónde puede llegar tanta irreflexión?
¿Cuál es el escenario límite?
Todas las encuestas, entre ellas esta última del IVAD, señalan un hecho tan palmario que luce táctil: se ha producido (o se está produciendo) un deslave de popularidad tanto del Gobierno (con una caída al 22%), como de la Oposición (con una caída al 22%), ante una especie de sector in crescendo que llamaríamos pro-Oposición sin llegar a serlo, del 32%.
Y una lectura rápida de los números nos da un vuelo rasante sobre la situación. El desabastecimiento está en el primer lugar entre los problemas nacionales. “No hay”. No hay medicamentos, no hay repuestos, y la comida está carísima. Maduro, su Gobierno y su conducción tienen 80% de rechazo.
Para la mayoría de los venezolanos, Maduro y Cía son los culpables de la crisis política y del desastre económico. Ahorita perdería una elección. ¿Perspectiva? Debe pasar algo. Y hasta ahora según las cifras no se ha llegado al hartazgo, aunque evolucionamos hacia él.
Con esta “tierra de nadie y de todos” intermedia, vasto y creciente interregno poblacional entre gobierno y oposición, absolutamente huérfano de conducción y de liderazgo político, nos enfilamos a un posible escenario de deslegitimación institucional.
Con una alarmante inquietud: Maduro, el presidente de la República, aparece ahogado en los más inicuos acontecimientos cotidianos, como el asesinato de Serra, por ejemplo. Grave, muy grave, por supuesto, como todos los que estamos presenciando diariamente en el segundo país más violento del planeta. Con una violencia hamponil y política protegida completamente fuera de control. Pero un asunto policial más, al fin y al cabo, donde el primer mandatario luce más interesado en salvar su supuesto liderazgo ante los colectivos violentos, que en dilucidar las razones verdaderas del malsano crimen.
El Presidente se deja llevar por la apariencia política y no por el fondo, por la verdadera naturaleza de la crisis. Al costo de violar -insólito- él mismo las leyes, el Código Orgánico Procesal Penal, lo cual como presidente de la República le merecería según los juristas una sanción, y se lanza a ocupar el rol de jefe de la policía y a revelar detalles (ciertos o inciertos) de una investigación de asesinato, dando a entender que no es la Fiscal quien conduce legalmente las investigaciones, sino él.
Con lo que se evidencia una manipulación propagandística en función de confundir más las cosas y sacar el cuerpo a la crisis.
Es más que evidente la maniobra.
En el ínterin, Venezuela pasa a formar parte por quinta vez, del Consejo de Seguridad de la ONU (cuatro veces antes lo hizo durante la era democrática), y el gobierno lo celebra con almas llaneras y fanfarrias colegiales, completamente hipnotizado por la videopolítica populista de Sábado Sensacional, obviando su responsabilidad frente a la situación económico-social que se expresa en el desabastecimiento.
Se pierde tiempo y energía en un intento propagandístico, cuando en verdad el país está, por su situación, por su crisis, mucho más allá de estos escarceos inútiles.
¿Cuál es el colofón de esta historia?
Que en todos los sentidos la violencia y la ineptitud se lo está tragando todo, en una espiral incontenible.
Al país. Al propio Gobierno.
Que en lugar de soltar a Leopoldo López y al resto de prisioneros políticos, desobedecen los dictámenes de la ONU de liberarlos, mientras celebran, al mismo tiempo, su ingreso al Consejo de Seguridad.
Y así, en el camino de un sendero sin fin, se acentúa la represión judicial contra una oposición inane como la de PJ, reabriendo el caso de Juan Carlos Caldera, de modo de allanarle la inmunidad, inhabilitarlo y sacarlo del juego. Y tirándole una sentencia chimba desde el TSJ a Carlos Ocariz, un tipo incapaz de matar una mosca. Y finalmente, persiguiendo, maltratando y amenazando a un dirigente ajeno a toda violencia, como lo es el diputado Berrizbeitia de Proyecto Venezuela.
¡Por Dios!
Y, repetimos, con un nivel de conflictividad nacional tan alto. Con una crisis tan aguda. Con el precio del petróleo en caída libre. Y con la amenaza del ébola en el mundo.
Hay que ver en dónde nos hemos metido.
Por Luis García Mora.
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