viernes, 10 de octubre de 2014

Balada del preso insomne


10/10/2014

En 1920, en plena dictadura de Juan Vicente Gómez, en la cárcel de La Rotunda —donde se encontraba preso por soñar libertades— el caricaturista Leoncio Martínez (Leo) escribe la “Balada del preso insomne”. Se trata de un largo poema que, a pesar de estar escrito por un humorista, induce  en el alma venezolana que lo lee una infinita tristeza: esa que se nos instala en el corazón cada vez que pensamos que nos merecemos un destino mejor.
Estoy pensando en exiliarme.


en irme lejos de aquí

En él, cuenta Leo que está pensando en buscar un lugar en el que brillen las libertades que no encuentra en su país. Me vino a la memoria la balada cuando, ante una pregunta de un periodista acerca de si está pensando en irse, nuestro querido Weil responde: “¿y qué venezolano no lo ha pensando?”.

Por adorar mis libertades

esclavo en cadenas caí

Echa uno un vistazo sobre el pasado: casi todos los venezolanos de bien, desde Miranda a esta parte, alguna vez tuvieron que largarse porque las adversidades de esta política históricamente intolerante y arbitraria les impidieron vivir en paz. Escribo este artículo en medio de una gira en la que me he encontrado con venezolanos angustiados casi de Algeciras a Estambul, como diría Serrat.

¡Oh, la bendita tierra extraña

donde nadie sepa de mí!

En Dublín, mientras desayuno, un joven economista -un chamo- aparece con ropa de trabajador de la construcción y aprovecha su tea time  para abundar en algo que no pudo comentarme el día de la función: que está trabajando en un proyecto para salvar a Venezuela y que quiere compartirlo conmigo a ver qué podemos hacer… y yo me aguanto las ganas de llorar.

Estoy pensando en exiliarme

me casaré con una miss

 En la noche, caminando por una calle con un frío que para un venezolano es excesivo, una muchacha me ofrece un menú para comer steak on the stone y su sonrisa al verme la delata y esta vez las lágrimas no se notan, porque Dublín es un excelente sitio para llorar porque llueve siempre. ¿Qué hace esa niña nuestra pasando frío en esa calle? ¿Qué locura de nuestro destino la llevó hasta allí, tan solita, tan lejos de casa de los que la quieren?

 Hablaré mal en otro idioma

comeré bien otros menús

 La única esperanza que tengo es lo orgulloso que me siento de mis compatriotas, del alma venezolana tan hermosa, de la sonrisa de mi gente bella que va a ver un monólogo de humor y viene a abrazarme al final con lágrimas en los ojos y uno les anima diciéndole que todo va a estar bien. Cuando veo los miles de colibríes que siguen librando la batalla de la bondad y el bien, del arte y la cultura, que es la única “batalla” que habrá de salvarnos —porque nos salvaremos— me siento orgulloso de ser venezolano. Por los Jacintos Convits, por los Ottos Limas Gómez, por los Rafaeles Tomases Calderas y por los Weils, Raymas y Zapatas, esta tierra nuestra florecerá; y tendremos museos y bibliotecas públicas; y vendrán turistas y nuestros hospitales salvarán vidas y nuestros hijos tendrán universidades de primera y caminaremos felices, seguros en noches de juerga, por las amplias alamedas de la libertad luego del teatro, luego de cenar, agarrados de la mano de la persona que amamos, en un país de esperanza que solo tendrá futuro, en el que el pasado solo será un mal recuerdo que nunca olvidaremos.

 Ay, quién sabe si para entonces

ya cerca del año 2000,

esté alumbrando libertades

el claro sol de mi país.

Por Laureano Marquez


Fuente: El Nacional

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