El régimen que padecemos desde
hace más de 15 años pareciera que se ha propuesto la destrucción del país
Es lo que se infiere si, a pesar
de que es imposible que ignore y no vea el desastre en que estamos, no da
señales de rectificación. Hay como un masoquista empeño de no dejar piedra sobre piedra en ninguna área del
acontecer nacional.
Las instituciones democráticas del Estado de
Derecho están colapsadas. El TSJ, el Ministerio Público, la Defensoría del
Pueblo, la Contraloría, son caricaturas
de los organismos previstos en la Constitución Nacional. La Asamblea Nacional
está dominada por una mayoría arrogante que niega los debates que propone la
oposición y excluye o amenaza en forma
absurda a diputados por los discursos
que pronuncian. El Poder Ejecutivo, es decir, el Gobierno, viola impunemente
los derechos humanos, aplasta la disidencia con una política represiva igual o
superior a la aplicada por crueles dictaduras del pasado, y cree legitimarse
con las elecciones fraudulentas que le sirve
un CNE incondicional y sumiso. Se ha enterrado la libertad de información
y expresión con el control gubernamental de casi todos los medios de
comunicación social, a los pocos supervivientes se les niegan las divisas para
la compra de papel o se les persigue judicialmente (casos de El Nacional y Tal
Cual), y con el miedo se induce la autocensura.
En el orden económico, la labor
destructiva se ha adelantado con alevosía y saña. Han pasado 15 años de control
de cambio de la moneda, a cuya sombra ha nacido y engordado la llamada
boliburguesía de los amigos del régimen, que presionan para que no se cierre
esa vía de enriquecimiento y corrupción. Las reservas internacionales líquidas
sólo alcanzan para pocos días de importaciones, lo que es grave en un país que
ha entrado en recesión económica y que trae del exterior el 70% de lo que
consume. Está bien que se hayan pagado los compromisos de deuda externa vencida
porque el default hubiera sido peor, pero se hubiera evitado el otro default
que sí existe, el de la deuda comercial,
si no continuaran los regalos petroleros a Cuba y otros países del Caribe. Como
dijo el economista José Manuel Puente, no le declaramos el default a Wall
Street, sino “a todos los venezolanos a través de la escasez de boletos aéreos,
de automóviles, de insumos para el aparato industrial”. Las consecuencias son
conocidas: el desabastecimiento que clama desde anaqueles vacíos y el trofeo
amargo de la más alta inflación del mundo. Aunque el gobierno rezongue, tiene
razón la revista Economist cuando opina que la venezolana “es probablemente la economía peor manejada
del mundo”.
La política exterior, y su órgano
la Cancillería, despedazan la soberanía cuando cumplen órdenes de La Habana y
nos cubren de bochorno cuando también cultivan amistades con sátrapas de otras
latitudes.
Cuando se llega a situaciones
límite, no tarda la hora del rescate.
Carlos Canache Mata
WEBMASTER: LOCAVE
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